45. El señor del taxi

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Alice POV.

Veía por la ventana del taxi mientras el sol amenazaba con salir. Ya no lloraba, no tenía razones para llorar, sólo las tenía para estar enojada, pero tampoco  lo estaba.

–¿Problemas?– dijo el taxista sacandome de mis pensamientos. Yo asentí ligeramente pero sin quitar mi mirada de la ventana.– ¿Muy graves?

–Un poco...

–Mmmh ¿Pelea familiar?

–¿Cómo lo sabe?– pregunté sorprendida por su astucia.

–Mi hermano y yo pelear hace mucho. –dijo en su tono alemán– Cuando mi padre morir dejó en herencia la empresa de comidas. Nos la dejó a mi hermano grande y a mi, pero mi padre me dejó a mi como gerente principal. Eso no le gustar mucho a mi hermano, pues el era el mayor, entonces me demandó.

–¿Qué? Pero si su padre lo dejó a usted señor.– me autoimpacté por mi interés sombre su historia.

–Eso se exactamente lo que decir el juez. Él anuló el caso, pero mi hermano no se rindió. Lo que sucedió después rompió el corazón a mi madre, pues él romper todo contacto con la familia. Antes de eso éramos una familia muy unida, porque mi madre tener que pagar el tratamiento de mi hermano pequeño. –dió un largo suspiro–  Yo me sacrifiqué y entregué la empresa a mi hermano, pero el seguía odiandome, decidí alejarme y me mudé para acá, intentándolo de nuevo.

–Usted abandonó su oportunidad...¿Sólo por los caprichos de su hermano? Pero lo perdió todo

–No lo perder todo, seguir teniendo al resto de mi familia, además tengo una esposa y dos niñas...

–¿Por qué me cuenta esto, señor?– pregunté suavemente.

–Para mostrarle que no hay problemas muy grandes en familia que no se puedan resolver en familia. Perdone a esa persona o déjece  perdonar. Se que no se cual es su problema, pero lo que si sé  es que la familia se perdona, tal vez no se olvide, tal vez queden cicatrices pero puede ocultar esas heridas con nuevos momentos felices. Yo me arrepiento de no volver a llamar a mi hermano.

El auto se estacionó y yo abrí mi bolso para pagarle pero él negó con la cabeza, así que bajé del auto y me asomé por la ventanilla del copiloto.

–Tómelo como un regalo.– dijo sonriente el hombre canoso.

–Le tengo una última pregunta, señor, ¿Por qué no habla con su hermano?

–Tres años después de que dejara de hablarme me enteré de que falleció durante la explosión de una máquina de enlatados, señorita. No guarde rencor  de nadie, ni siquiera a la persona que le guarde a usted.

Vi el auto alejarse por la solitaria carretera hasta simplemente desaparecer. Volteé y comencé a caminar por la plaza gigantesca  completamente vacía. Caminaba descalza pues estos tacones, aunque fueran de un tacón de cuatro dedos, eran malditamente fastidiosos. La plaza en la que estaba era hermosa y en el centro estaba  un recuadro gigante, que recorría desde una pared hasta la entrada, lleno de grama completamente verde y con una fuente que alzaba  agua hasta casi veinte metros.

Una brisa fría mañanera sopló batiendome el cabello. Me encogí en la chaqueta de Thomas, que agarré antes de venir hacia aquí. Me senté en uno de los bancos y miré el cielo que estaba color naranjo. Había venido aquí sólo para pensar, pero ahora sólo miró el cómo el agua de la fuente subía y bajaba, salpicando el verde césped.

Empecé a pensar todos los momentos que he pasado con Riley y como la dejé con la incógnita de manera descarada. Ya no estaba enojada, eso estaba claro, pero algo estaba acumulado en mi garganta que aún no me permitía perdonada.

Somos unas P.U.T.A.S  (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora