Problema y Solución

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- La tengo, córtala.

- Bien, sostenla porque se matará si cae.- Lo que decían esos extraños no la dejaba tranquila pese a que estaban quitándola de ese enredo misterioso.

- Ya está, ponla detrás.

- Eres súper inteligente, ¿dónde más la voy a poner?

- No lo sé, olvidas que es una delincuente y tal vez quieres sentarla entre ambos para mostrarle el valle como si fuera un turista. Qué cosas raras hacen los naturales arriba, eh. No olvidaré lo que pasó con aquel niño escocés.

- Ya cállate, Rod. Ese niño era un bebé. Además, fue hace casi veinte años, ya supéralo. Vámonos de aquí.- Los sujetos hablaban de Mina, no solo como si ella no estuviese presente y de otro niño que cayó en sus manos, si no como si no fuera más que las compras de la semana. ¿Será el lugar en el que los secuestrados o abducidos llegan para nunca volver? No lo sabía.

La palabra "delincuente" la mencionaron varias veces y pese a los pensamientos y rebusques en su mente, no encontró motivo por el cual se la consideraba de esa forma.

La duda extraordinaria: la razón, el porqué la llamaban de esa manera, ¿acaso había cometido un crimen atroz del cual no estaba enterada?, ¿no creer en las hadas era un delito penado en algún lugar del universo?, ¿cómo rayos iba a saberlo?

Comenzó a sentir náuseas, dolor de estómago y las manos le sudaban.

- Rumbo a palacio.

- ¿A palacio?

- Sí, Rod, ¿dónde más crees que se llevan a los delincuentes?

- A la cárcel, a la horca, a los laboratorios, a otras tierras y distritos, a las orillas del lago de la perdición, al desierto de Escarlata para que mueran de frío, de hambre y de horribles alucinaciones, al Exilio Negro. No lo sé, elige uno, la lista es infinita.

- Tienes un punto, pero iremos a palacio, deben examinarla, juzgarla y dictar la sentencia. Me dan un poco de lástima, la verdad. -El sujeto que respondía al nombre de Rod la miró con expresión de pena rotunda. No era una buena señal.

- Nunca entendí porqué hacen esto.

- No es nuestro deber saberlo, solo llevamos los sujetos raptados a la corte y ellos harán lo que saben hacer mejor.- Sin preocuparse por el pobre paquete atado en la carrocería, comenzaron a regresar por donde habían venido, con las indicaciones exactas y los horarios pactados, perfectamente organizados.

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- Traemos a la delincuente.

- Muy bien.- Dijo el guardia gigante que había pedido sus documentos en la puerta del castillo.

Mina no podía dejar de temblar. El cielo (que era la contracara del suelo de su barrio) había florecido como si la primavera hubiese caído sobre ellos, por lo que desde las alturas caían ramas con flores de todos los colores, como si el cielo nocturno tuviera pétalos y margaritas en lugar de estrellas; esa extraña luminiscencia amarillenta que simulaba los rayos solares se habían intensificado. Solo podría pensar que en esa tierra, en ese plano, se había hecho de día o algo similar.

Árboles gigantes, de tronco grueso como los legendarios Baobabs africanos, estaban distribuidos de una manera estratégica: había uno por kilómetro y parecían sostener la construcción enredada de arriba. En esa gran cueva de raíces, Mina no vio escapatoria posible.

- Bien. Bájala.- El guardia que respondía al nombre de Bren, abrió la puerta de la carroza con fuerza. La luz atravesó ese nuevo hueco y la bañó de arriba a abajo. La calidez de su tacto era similar a la de un sol en una tarde de otoño que podría tomarse como calurosa.

Yo No Creo En Las HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora