Amanece en Dandelion

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La luz anaranjada de un amanecer cercano parecía fundirse con cada soldado que dormía en las tiendas de campaña que habían armado para resguardarse de la niebla que solía dominar el terreno en esa época del año. 

La cueva se había reservado únicamente para ocultar a Mina y continuar con las prácticas pero, a diferencia de los planes de Milo, Mina no pudo conservar su cordura y terminó por desmayarse. Tres días estuvo inconsciente, el segundo atardecer casi se muere por los dolores de cabeza y por los golpes que recibió debido a las múltiples convulsiones que la dominaron. Esto trajo consigo grandes discusiones entre el grupo de amigos. 

Teo la estuvo alimentando de a poco con una cuchara, Mirlión la cuidaba por las noches para evitar que cayera de la cama, pero no Milo. Milo no podía ni verla, la culpa por dejarla convertirse en algo maligno lo carcomía por dentro. Era un hecho ya y sospechaba que no soportaría ver su final.

Sabía que no podría luchar y que haberla retenido y entrenado había sido toda una pérdida de tiempo. No sabía cómo lidiar con esto, la guerra se acercaba y su fabulosa arma secreta le dio un tiro por la culata. Mina no lo soportaría, moriría en poco tiempo.

- Ha luchado contra su maldad interna. -Le contó Teo una noche cuando volvió de darle algo de comer-. La maldad de los naturales, Milo, es propio de ellos y la magia la fortaleció. No es que la hayas creado tú con la magia que le diste durante El Lazo, no. La magia es intransferible, en este caso despertó el demonio en su interior. Ella luchó y...

- Hay libros que indican que la magia hace cosas buenas.

- La magia es buena, ellos no lo son. Ese es el problema. El natural siempre estará inclinado por la malicia, la codicia, la maldad, la envidia, la ambición y no podrás cambiarlos. No hay un solo ser natural adulto que sea totalmente puro. Son muy sensibles a las influencias de los infernales, por ello están corrompidos por dentro. Muchos hasta nacen rotos.

- Ella no lo parecía. Yo... tenía... estaba... Cristales, Teo, la corrompimos. Ayudamos a que su maldad oculta saliera a la luz. Ahora solo... solo... -Teo le colocó una mano en el hombro.

- Ella es buena en cierta medida, pero siempre triunfará el mal. Es un hecho que deberás comenzar a aceptar, Milo, pero debes entender que no es culpa tuya. -Tenían esa conversación mientras la veían dormir. Se veía tranquila, como si esos dolores que la cortaban por dentro hacía unas horas nunca hubieran existido.

- ¿Ya decidiste qué le vas a decir cuando todo acabe?

- Si quedamos vivos, sí, sé lo que debo decirle. -La solución era simple: devolver a Mina al mundo natural y dejar que ellos la curen si podían hacerlo. Sería lo más parecido a un abandono, pero no podrían hacer nada por ella allí.

- Creo que estará bien.

- ¿Crees que fui yo quien despertó su maldad?

- No, por supuesto que no. Milo, ella siempre fue así, es solo que nunca lo vimos. Y no, no te has enamorado de su maldad, sino de lo que ella era al momento de conocerla. La Mina que existe ahora no es la misma que te atropelló. Acepta que se ha ido. La Mina que ves ahora no es la que amas. -Milo quedó helado. Teo se alejó de su lado no solo para continuar afilando las espadas, sino para darle la oportunidad de despedirse.

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- Esta es la mañana de la verdad. ¡Marchen! -Sonó un trombón desde el balcón principal del palacio y todas las tropas que abajo esperaban la señal dieron rienda suelta a sus pies. Avanzaron por el prado rumbo al descampado cerca del lago y a lo lejos sobre el horizonte se extendía la gran arboleda negra.

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El bosque se abrió a la vista y la luminosidad amarillenta que se extendía a lo largo de la tierra sobre sus cabezas permitía ver con claridad el gran palacio a lo lejos, las aldeas más cercanas y algunos valles violetas cuyos árboles jamás sintieron una brisa.

Milo montaba a Aliado, el fiel e indomable Pegaso que Mina había montado con él una vez.

- Estamos listos para una nueva vida. -Se dijo a modo de generar valor en su ser. Teo se posó del otro lado, iba acompañado por Mirlión. Se extrañaba la ausencia de Abock, pero ya nada se podía hacer por él. Después de todo, cada hombre elige su destino y él no pudo haber elegido uno peor.

- ¿Viviremos para ver una Dandelion libre?

- Viviremos para VIVIR en una Dandelion libre. -Teo le sonrió-. ¡Avancen! -Las tropas de campesinos iban en hilera hacia el campo, donde quedaban expuestos a las flechas y a las espadas, a las lanzas amenazantes y a otros peligros secretos.

En el horizonte se llegaba a ver las tropas vestidas de samuráis de diversos colores: algunos eran blancos, otros verdes, otros rojos y otros negros, pero todos acomodados por sectores.

Cada hilera tenía un propósito: la lluvia de flechas era tarea de los blancos; los ataques aéreos debían ser llevados a cabo por los verdes; bombas y explosivos de corto alcance serían arrojados por los colorados; y el campo de batalla se llenaría de sangre plateada de los negros, ya que se encargaban de la lucha cuerpo a cuerpo.

Los caballos de los cinco caminaron formando una V y se acercaron hasta la mitad del campo de batalla. Milo, Mirlión y Teo hicieron lo mismo hasta quedar a unos diez metros del colegiado.

- Buenos días, señores.

- Serán buenos cuando me devuelvan mi reino.

- Niño, hasta hace unas semanas no sabías ni quien eras, no más que un rebelde ladrón que se vio envuelto en un inconveniente natural y ahora reclamas un poder que no sabes controlar. Retírense y vivirán. Entreguen a la natural corrompida y nadie será atacado.

- No haremos nada de eso, queremos que la guerra contra los naturales no exista, esas personas son buenas personas. Los tiempos oscuros terminaron ya. Hay que darles una oportunidad y la única manera de hacerlo es cambiando nosotros.

- ¡Los naturales no merecen vivir en nuestros dominios! ¡Y esa niña tonta prueba que no son ni nunca serán buenos! -Milo tragó saliva porque no podía dejar de sentir que el viejo tenía razón.

Los efectos de la magia los había visto, no podía negar que la codicia y la ambición dominaron el cuerpo de Mina y que sucumbió ante el poder. No tenía modo de defenderla contra ellos.

- Solo queremos vivir en paz. Declinen, denme mi corona y retírense como mis asesores reales. Seguirán en el palacio, con los mismos lujos, darán consejos y acatarán órdenes de su rey.

- Si pretendes mejorar la vida de estos ciudadanos, no podías estar más equivocado, ¡tú no eres nadie, niño!

- Eso ya lo veremos, viejo. -El hada abrió los ojos mientras veía que los tres rebeldes regresaban al bosque con paso decidido.

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- ¡Todos preparados! ¡Atacaremos! -Los gritos y vítores de la multitud rebelde se vieron acompañados por lanzas y palas en el aire.

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- Los quiero muertos. -Anunció sin duda el viejo que le había revelado a Milo la realidad sobre Mina que ahora era tangible.

- Sí, señor, ¡todos a sus puestos!

¡Preparados!

¡Listos!

¡ATAQUEN!

Ambos bandos se acercaron con sigilo, para luego acelerar el paso y correr a todo galope.

- Venceremos... -Susurró Milo para sí y cerró los ojos ante su lanza extendida.


(CONTINUARÁ)

Yo No Creo En Las HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora