Capítulo 37: Este es el chico...

27 2 0
                                    

Ya hace más de un día que salimos del cañón. Caminamos agotados, tirando de los caballos, cuesta arriba en lo que creo que es un valle, difícil de saber con tanta nieve.

Nadie hablaba ya, estábamos bastante desesperados. Nadie lo decía, pero temíamos habernos perdido entre las montañas, no hubiéramos sido los primeros ni seríamos los últimos. En varios de nosotros había claros signos de estar al borde de la hipotermia. Sería una tremenda desgracia terminar así este duro viaje, pero, al fin y al cabo, quizá no estaba tan mal comenzar ya el descanso.

—Parad por favor. No puedo más— suplicó Diana.

—¿No puedes continuar?— le preguntó Jensen, con el semblante inamovible. La chica negó con la cabeza —Siempre podemos continuar sin ti— continuó Jen, completamente enserio, lo miré a los ojos —Jensen, calma— le advertí, me devolvió la mirada y luego giró la vista al frente. Algunos rayos de sol asomaban aquí. El veterano purgador se tumbó en la nieve mirando al cielo, su montura se acostó junto a él.

Mika se puso a acariciar y susurrar a su caballo. Anne se sentó hablando con Lars. Travis se sentó y cerró los ojos. Yo me senté, con la espalda apoyada en el lomo de Claricie. Miré mis manos, el color de mi piel estaba desapareciendo, dejando paso al gris azulado, clara seña de la llegada de la hipotermia, que reclamaba su sitio en mi cuerpo, habiendo quedado libre tras la huida del calor. Ni siquiera alguien como yo, que ya no tenía claro si era un humano o un monstruo, podía soportar al frío. Jensen parecía estar pasándolo igual de mal que yo, y el resto igual o incluso peor, a excepción de Travis, que permanecía en silencio.

Quería acercarme a Anne para compartir calor. Pero no me veía con fuerzas, después miré a Diana, y comencé a temer por su vida. Pero estaba olvidándome de mi mismo, que poco a poco iba perdiendo la visión. ¿Realmente daba el sol aquí? Ya no lo recordaba. Solo podía ver un montón de luces sobre un manto negro, un negro infinito...

Nos despertamos en una habitación más o menos pequeña, con las paredes de madera, tumbados en el suelo y tapados con mantas.

Había una pequeña chimenea encendida. daba gusto estar en una habitación caliente. Me quité las mantas y me levanté. Nuestras armas estaban todas amontonadas en una mesita, cogí una de mis dagas y salí de la habitación.

Exploré un poco la casa hasta llegar a lo que parecía el salón, con una chimenea más grande y un sofá, en el que descansaba un joven pelirrojo. Estaba profundamente dormido, realmente dudaba que fuera una amenaza, pues nos había salvado de morir congelados y nos había puesto en una habitación caliente bajo mantas gruesas.

Ellen apareció moviendo el rabo para recibirme, me agaché y la acaricié, durante unos instantes jugueteé con ella y le besé la cabeza, hasta que me dí cuenta de que nuestro anfitrión se había despertado.
—Hola— le dije mientras analizaba su rostro, no me sonaba de nada —¿Te encuentras mejor?— me preguntó mientras se estiraba. Tenía los ojos negros, la piel blanquecina y su pelo rojo largo, no debía medir más de un metro setenta, pero estaba curtido y musculado.
—Sí, estoy bien, el resto siguen durmiendo— no contestó. El silencio era incómodo, volví a la habitación y dejé la daga en su sitio, al volver me lo encontré jugando con Ellen —¿Los caballos están fuera?— pregunté.
—Están en el granero, tranquilo, no pasan frío— me respondió con una sonrisa, sin quitar los ojos de la loba. Habían hecho migas.
—Gracias por todo, nos has salvado.
—No hay de qué, en parte lo he hecho por simple ética, por otra parte no.
—¿Por qué entonces?— para responder a esa pregunta me miró a los ojos —Sé por qué estáis aquí— me sorprendió su respuesta, se le veía convencido, así que me entró la curiosidad —¿Quien eres?
—Me llamo Jannes.

Jannes. Me sonaba ese nombre ¿Dónde lo había oído? Por mucho que pensaba no conseguía recordarlo, pero algo me decía que era algo importante.

Me terminé de vestir y me puse la gruesa capa por encima, cogí el tabaco y las cerillas y salí para fuera. Ellen me acompañó. El paisaje era digno de ver. La cabaña era de madera, bastante humilde, y a su alrededor se extendía un prado cubierto de nieve, que tenía como límites un acantilado a pocos metros y, por el otro lado, un bosque a unos cinco minutos a pie. Me senté en el límite del porche, con las botas en la nieve y encendí el cigarro. Tuve mi momento de reflexión. Me imaginaba que en cuanto todos se despertaran seguiríamos nuestro camino pero, por ahora, me apetecía disfrutar de algo de calma. ¿Quién sería este Jannes? Me atormentaba la idea de que conocía su nombre por algo que había dejado atrás, pero no tenía demasiadas fuerzas como para matarme dándole vueltas.

El chico salió y se sentó junto a mi, tendiéndome una taza de leche caliente, la acepté y se lo agradecí.
—¿Cómo es que sabes a qué venimos?— le pregunté.
—Conozco a varios de los que estáis aquí.
—¿A quienes?
—Trabajé con Jensen, y a Mikael lo conozco de cuando era solo un crío.
—Vaya, el mundo es como un pañuelo.
—Bueno, en realidad, sabía que me iba a encontrar con vosotros algún día, pero no sabía quienes vendríais, al ver a Jensen, automáticamente deduje la razón de vuestra visita— ¿Quien es este chico? Me atreví a preguntar —¿Y a que venimos entonces?
—Venís a buscar al heredero ¿No es así?— miré al frente mientras fumaba —Así es.
—Entonces... Aloys debe haber muerto.
—Sí— se hizo un silencio pasajero —Por lo menos quedará en el recuerdo como un buen Rey— admití.

El chico se levantó —Tira el cigarro al acantilado cuando acabes, no me gusta el tabaco.— dijo mientras entraba en la cabaña.

Le hago caso y entro poco después, y le informo de que cuando todos se despierten nos iremos, a lo que él responde —Tranquilo, yo os acompañaré al pueblo.

Mika se despierta y aparece mirando fijamente a Jannes —¿Qué haces tú aquí?— le pregunta al chico.
—Mikael, bienvenido, yo soy el encargado de cuidar al heredero.
—¿Enserio?— en ese momento el ambiente era extraño, Mikael no sabía cómo actuar, Jannes se veía confiado y yo, yo simplemente sentía que estaba en medio.

—Hay muchas cosas que podría contarte Mikael.
—¿Como cuales? Creo que ya no me vas a sorprender más.
—Como que yo soy como él— me señala —O como Jensen.
—¿Eres un purgador?
—Espera, espera— interrumpo —Pensé que Jen y yo éramos los últimos— el joven levantó su camiseta y enseñó el corte de la axila del ritual, luego enseñó las runas, se tapó y miró a Mika —Creo que tenemos mucho de lo que hablar, sí.
—Mika ¿Quién es este chico?— le pregunto.
—Mile ¿Recuerdas lo de... Lo de mi hija y el chico que salvé del demonio?
—Sí.
—Pues este es el chico.

El último purgadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora