Una cabeza de demonio rodaba por el suelo, un brazo roto colgaba del hombro de otro, y el tercero yacía en el suelo con el estómago agujereado.
Apenas pasaron unos segundos hasta que los tres demonios fueran derrotados, me veía empapado en sangre de arriba a abajo. Diana no sabía si tener miedo de los demonios... o de mí.
La agarraba de la mano y corría. La voz de Álex resonaba en mi cabeza de vez en cuando, indicándome el camino hacia ella. Cada demonio que se cruzaba en mi camino era degollado, rebanado, atravesado, o rajado por algún lado.
Me sentía como una bestia.
Nada podía pararme.
Miré a Diana para ver como estaba, ya que se me estaba resbalando su mano de entre mis dedos.
Entonces me dí cuenta de porqué ella parecía tan atemorizada al verme. Tanta era la sangre que me empapaba, que no se veía la piel en mis manos, y por ello se me escurrían sus suaves y delicados dedos, que por mi culpa, también se manchaban de rojo.
Nos metimos en una taberna, un demonio sacaba una espada del vientre de un soldado recién ejecutado, este me miró y se decidió a atacarme, pero dudó al ver mi rostro manchado de sangre. En ese segundo de duda, le agarré del cuello con la mano desnuda, y empujándole la barbilla con el pulgar le rompí el cuello.
Miré al soldado... aún respiraba, de modo que lo rematé atravesándole el pecho con mi espada, para que no sufriera.
Dejé que mi espada se escapara de mi mano, produciendo un sonido metálico al caer al suelo.
Me dirigí a un enorme espejo roto que había en una de las paredes, y observé el aspecto que tenía yo en ese momento.
No vi a mi yo de siempre, vi a un hombre que se había dejado crecer la barba, que había descuidado su higiene personal durante varios días, y que ahora se hallaba bañado en sangre.
Mi cara se encontraba manchada de sangre por partes. El rojo substituyó el color de la piel desde las manos hasta pasados los codos. Y el torso y las piernas no se quedaban atrás.
Lo único que llevaba puesto era una camisa que hace unas horas era blanca, y unos pantalones de saco que recientemente habían adquirido múltiples agujeros.
Ya no sentía dolor físico, es otro de los efectos de las nuevas runas en el que me acababa de fijar, al darme cuenta de que tenía heridas grandes y pequeñas repartidas por todo el cuerpo... no sabía si no sentir el dolor era una ventaja, o una maldición... ahora me sentía como un muñeco en un campo de batalla.
Diana se acercó a mí - ¿Qué pasa, Mile?- no la miré para responder, es más, no estoy seguro de que mi intención fuera dar una respuesta, pero mis labios se movieron por mí - Soy un monstruo...- una lágrima se deslizó por mi cara, entorpecida por la sangre que la cubría.
Diana no supo qué responder... pero me abrazó...
ESTÁS LEYENDO
El último purgador
FantasiMile es un mercenario que es encarcelado con la excusa de haber cometido un crimen que, en realidad, él no cometió, matar a lo que le quedaba de familia, el juez Brandeur le da una oportunidad de volver a la sociedad gracias a servicios prestados al...