Capítulo 11: El solitario viajero...

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El ciervo tenía la cabeza agachada para comer un puñado de hierba, mientras yo tensaba el arco lentamente, sin hacer ruido. Solté la flecha, que hizo un sonido muy caracteristico al rozar con la madera del arco, el ciervo levantó la cabeza al oírlo, pero no le dió tiempo a huír, antes de que se diera cuenta, el flechazo le había atravesado el cuello.

No era un ciervo adulto, pero para mí era más que suficiente, es más, iba a sobrar mucha carne. Arrastraba el cervatillo entre los altos árboles de aquel bosque, seguramente eran robles, con esa madera rojiza tan característica. Me dirigía a dónde estaba Claricie, con mi tienda y mi saco de dormir recién adquiridos.

Al lugar dónde acampaba no se le podría llamar claro, pero sí había sitio para un caballo, una hoguerita, y una tienda pequeña. La luna se asomaba por encima de las ramas más altas, e iluminaba, ayudada de la hoguera, el pelo blanco de Claricie y mi carpa. Le había cortado las patas al cervatillo para cocinarlo, la carne estaba un poco dura, pero se dejaba comer.

Habían pasado ya dos días desde que me separé del resto, y ya hechaba de menos la calidez del cuerpo de Anne, pensé que había dejado algo a medias entre nosotros, pero ya era tarde para volver atrás, además, tenía asuntos pendientes que zanjar...

Cuatro días de viaje, mi cabeza ya tiene precio, 5000 monedas de oro, un gran precio para un bandido normal, pero insultante para mí. Ahora mismo, dos mercenarios me dan caza en las ruinas de un viejo castillo, no lo hacen del todo mal, pero tienen mucho que aprender.

Me escabullo entre paredes y escombros, evitando que me vean, me coloco detrás de uno de ellos, sin desenvainar mi espada rodeo el cuello con el brazo, y con la otra mano le quito la espada que sujeta, después, le retuerzo el cuello y lo dejo caer suavemente, sin hacer ruido. El otro intenta clavarme una daga por la espalda, pero la esquivo, lo dejo delante mía, y le doy una patada en la espalda para que caiga al suelo, seguido de un golpe seco en la nuca...

Una semana de viaje, cabalgo a lomos de Claricie sintiendo el aire en la cara, como otras muchas veces. Ser un fugitivo buscado por la ley es una sensación nueva, y no es del todo buena. Hay muchos más peligros, y tienes que esconder tu rostro a todas horas, si te reconocen, debes correr y no dejar que te cojan, "es una vida de perros".

Ya me queda poco para llegar a Tarrandela, debía ver a Gartyen, aunque llegar hasta él y convencerlo para que me ayudase podría ser una verdadera odisea, pero tengo una hermana que vengar, y el otro día comprobé que no puedo hacer nada contra él tal y como estoy.

Estaba oscureciendo, necesitaba encontrar algún sitio apartado para pasar la noche, espoleé a Claricie, y empezó a galopar, haciendo saltar todo el equipaje que llevaba detrás mía, ella también debía estar cansada, una paradita nos iba a hacer bien a los dos, era hora de descansar, y mañana, seguramente llegaríamos a Tarrandela...

"-Mile, escúchame, hay algo importante que debes saber..."

El último purgadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora