Capítulo 23: La sangre que se derramará...

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Me aparté un poco de Diana y me froté la cara con ansia. La chica se veía preocupada.

Como no tenía forma de lavarme, ni ropa para cambiarme, me limité a relajarme, evitando mirar al espejo.

En cuanto me vi preparado miré a Diana a los ojos - Tenemos que seguir, ya sabes que me esperan.

- Puedes tomarte un descanso si quieres...

- Ya he descansado suficiente.- Obviamente no era verdad, me sentía machacado, y aún quedaba mucho por recorrer, aún después de recoger a Álex, pues el camino que quedaba hasta la salida era largo.

Salimos de la estancia tras recoger la espada del suelo, no había nadie en la calle más que cuerpos inertes, recogí también un hacha pequeña y ligera, de uno de los demonios, y le dije a Diana que me la aguantara por si la necesitaba más adelante.

Tras un par de minutos corriendo por las callejuelas laberínticas de Tarrandela, esquivando lo mejor posible los enemigos, aunque hubo algún pequeño enfrentamiento, llegamos a un edificio de tres plantas de apartamentos individuales, dónde se supone que se encontraba Álex.

Agarré el pomo de la puerta y empujé, pero la puerta parecía atrancada, de modo que me alejé dos pasos y la tiré abajo de una patada, cosa que, con las nuevas runas, resultaba tan fácil como respirar.

Una vez dentro, lo primero que notamos fueron gritos masculinos, como de alguien que se está esforzando demasiado. Diana se puso detrás mía y avanzamos a paso lento... "segundo piso, tercer apartamento" me dijo la voz de Álex en mi cabeza.

Mientras subíamos las escaleras los gritos se iban haciendo mucho más fuertes, y tras pisar el último escalón vimos a dos demonios intentando tirar abajo una puerta.

Diana empezaba a tener arcadas, le puse el dedo en la boca y cogí el hacha, luego la empujé despacio, haciéndola descender un par de escalones.

Me dí la vuelta y miré a los dos engendros, que todavía no se habían percatado de mi presencia, y lo primero que hice fue lanzar el hacha a uno de ellos.

El arma impactó en su cuello dejándolo seco al momento, el otro demonio se giró sorprendido, pero no le dio tiempo a reaccionar cuándo ya me encontraba junto a él, atravesándole el vientre con la espada.

Grité mientras golpeaba la puerta - ¡Álex! ¡Soy yo, Mile!- Se oyó un sonido extraño, y la puerta cedió un poco. Miré a Diana y le dije que se acercara, y ella se puso junto a mi. Empujé la puerta, y allí estaba Álex, vestida con el corsé negro, los pantalones de cuero y las botas, también ambas negras, sentada en una esquina de la habitación. Aunque lo primero que hizo al verme, fué levantarse sorprendida.

Levanté ambas manos, y solté la espada, la miré a los ojos y le dije - ¿Ves, Álex? Así es como se le ve a un guerrero- Álex se acercó despacio hacia mí, con la mirada ya más calmada - Te equivocas, así es como se le ve a un purgador...- varias lágrimas se deslizaban por mi mejilla de nuevo, y Álex continuaba hablando - No quiero que llores por verte cubierto de sangre, eres un purgador, y esto es una batalla...

- Lo sé...- intentaba interrumpir, o disculparme, pero ella no me dejaba - calla... tienes que saber, que la sangre que derramarás, y la sangre que se derramará en esta batalla, es mucha más que la que puedas llevar en tus ropas... de modo que no te asustes... un purgador... nunca... se asusta.- después de recitarme esas palabras, su amor enfermizo la llevó a limpiarme un poco la sangre de alrededor de la boca en un movimiento rápido con la mano... y acto seguido me besó... no cabía duda que la escena en la que me encontraba rozaba la locura.

El último purgadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora