Dos

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EL AMOR

¿Conocen estas películas donde el chico malo termina apostando por la chica "fea", "diferente" o "difícil"?

Esas donde ella termina con el corazón roto porque vivió una historia romántica llena de mentiras, pero que al final él termina reparando y ambos se quedan juntos y una banda de rock toca en el techo de su escuela mientras la escena del beso se extiende hasta que aparecen los créditos. Están llenas de clichés, personajes estereotipados y el final es totalmente predecible, sí, pero son entretenidas y no fastidia verlas porque el mensaje siempre es alentador: el amor verdadero siempre triunfa.

Tú lo sabes, ellos lo saben, todos lo sabemos. No importa en qué problema se hayan metido, en los últimos minutos alguno de los dos soltará un poema entre llantos, una confesión a corazón abierto o rechazará lo que tanto daño les hizo. Esas películas en particular tienen la garantía de que al final el amor siempre va a ganar por sobre todas las cosas... y está bien, aunque en la vida real sea todo lo contrario, pues la vida real no dura una hora y media ni tiene un director. El amor no siempre triunfa, las cosas no son tan sencillas de solucionar y el dolor es más fuerte. La ficción está empapada de situaciones imaginarias que si bien pueden estar inspiradas en la realidad, nunca van a superarla.

La primera vez que me enamoré tenía once años, y quizá sea mucho decir que lo que sentía por Diego era amor teniendo en cuenta que tenía sólo once años, pero las mariposas que sentía en el estómago cuando lo veía camino a la escuela me decían otra cosa, y yo no soy quién para juzgar mis sentimientos de la infancia.

Nunca tuve intenciones de declararle mi amor ni nada por el estilo, pero un día uno de sus amigos se acercó a mi grupito de amigas y me dijo que él preguntaba si quería ser su novia... Supongo que desde ahí tuve que haber sospechado que todo sería un desastre total. Yo salí corriendo y mis amigas respondieron por mí, sabían que me gustaba y le dieron el sí.

Anduvimos cerca de una semana y cachito, semana en la que no pude dejar de sentirme nerviosa y con miedo de que mis papás se enteraran, donde no hablamos ni una sola vez sin estar rodeados por sus amigos o por mis amigas, una semana en la que recibí una pulsera... y él veinte pesos por haber andado conmigo.

Puede ser que el plot twist no sea tan escandaloso si recordamos que ambos éramos unos niños, pero yo ya había visto esas películas y sabía porque los chicos hacían esa clase de apuestas; todo me dijo "fea", "diferente", "difícil", y de pasar a estar enamorada a los once años, pasé a tener el corazón roto a  los once años. Tampoco voy a decir que superarlo fue la cosa más difícil que he tenido que hacer ni mucho menos, porque lo cierto es que ni me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que me prometí no confiar tan fácil, y cuando Arti llegó a mi vida, los muros estaban alzados, más no tenían la suficiente fuerza para no ser derrumbados.

La primera vez que lo vi no hubo fuegos artificiales ni sentí el golpe de ninguna flecha, pero la noche de ese día él habló con mi prima para preguntarle mi nombre.

Esa era la primera vez que alguien que se fijaba en mí preguntaba directamente por mí para luego hablar conmigo sin ningún tipo de intermediarios. Desde ahí, ya era muy diferente a Diego. Él tenía el papel del chico malo que no seguía las reglas, el que no se enamoraba fácil, encantador y de palabra fácil. Orgulloso, mujeriego, mentiroso e infiel. Pero eso no lo descubriría hasta mucho tiempo después.

Estuvimos juntos cerca de un año, año en el que no faltaron las llamadas en la noche, los mensajes diarios, las citas y por supuesto los besos. Hubo promesas, baile, risas y muchas primeras veces. Hubo amor, y luego mucho dolor.

Bajé mis muros creyendo que no me lastimaría, porque cuando le decía que lo amaba él respondía igual... y supongo que el amor que decía que sentía era el mismo amor que sentía por su novia, porque de otra manera no nos hubiera mentido a ninguna de las dos.

Cuando supe que tenía una novia con la que estaba por cumplir tres años, no solo se me rompió el corazón en mil pedazos, sino que también perdí la cabeza. Él no había apostado por mí, pero de cierta manera se sentía igual porque se estaba burlando de mí haciéndome creer lo que no era.

Superarlo a él sí costó, obviamente muchísimo más que la vez anterior, y me dejó con un sabor de boca mucho peor. Me hizo trizas, y a la hora de levantar los muros, bueno... básicamente los levanté, rodeé de púas y monté guardia día y noche para que nadie los pasara y mucho menos derribara, pero de nuevo...
A veces las cosas solo pasan y ya está. No hay porque darle tantas vueltas.

De entre los dos anteriores, él parecía ser la excepción. Él no mostraba intenciones de querer jugar, no tenía una vida secreta y no dejaba de jurar que lo que sentía por mí no lo sentía por nadie. Quería sanarme, pero no sabía que para sanar un corazón roto no se ocupa amarrarlo, sino dejarlo ser, y gracias a eso entramos en un suelta y aprieta en el que nos disputábamos el papel del villano... ambos heridos y con ganas de lastimar.

Dos años después pude aligerar los muros y darle una oportunidad a quien no paraba de insistir con lo mismo. Alguien que parecía predicar lo bueno y lo que no me habían mostrado nunca, y nos hicimos novios.

Duramos un año, un año lleno de nosotros, donde pocos entraban, donde "no había mentiras", donde hubo amistad y se creó un lazo que parecía indestructible, pero que al final dicho lazo terminó ahorcándonos.

Cuando esa relación terminó entendí que no se puede garantizar un final feliz solo por el hecho de amar mucho a alguien, y que aunque ames y te amen, también puedes lastimar y salir lastimado.  También entendí que el amor real sí existe y que no era ese, ni los otros dos anteriores; era el mío, el de la chica "diferente", "fea" y "difícil", ese por el que yo apostaría luego y que, a diferencia de ellos, y otros que llegaron después, valoraría, cuidaría y protegería como nadie.

Porque en la realidad, el amor romántico sí que puede ser lindo e importante, pero antes tiene que llegar el amor propio, y una vez que sucede no se necesitan muros ni púas ni vigilancia. Solo eres tú, consciente de lo que quieres y de cómo lo quieres, amándote y amando sin lazos, ni apuestas ni mentiras, acercándote al final feliz, con o sin compañía, porque te llenas tú y ya está.

CÓMO SER UN DESASTRE Y REÍRSE EN LUGAR DE MATARSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora