Once

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LA CARTA QUE NUNCA ENTREGUÉ

Y así va, la vida que deseabas para mí pende de un hilo. Se cae a gotas.
Me riega, pero estoy siendo honesta y tengo que decirte que no crece nada:
Que mi alma está desierta, y lo que deseabas que pasara, bueno... no pasa. Aquí no pasa nada, solo me ahogo con el vaso medio vacío, con mis propias lagrimas, y de vez en cuando también con las tuyas.
Y así va, la vida que deseabas para mí: tambaleándose en la cuerda floja que a veces estira la misma mano que estira de la tuya.
Madre, es cuando apagas la luz, que más sola me siento.
Es cuando no me ves, que más invisible me vuelvo.
Es cuando no me escuchas, que más ganas me dan de gritarte, de pedirte que voltees, que me reconozcas, que grites conmigo y te vuelvas hacia mí.
Madre, quiero confesarte que he descubierto que tú también te sientes sola, y que me muero por hacerte compañía; que quiero presumir de ti como tú presumes de tu tía;
que me da miedo que llegue el día en que tenga que abrazarte y me rechaces, que me digas que no está bien lo que estoy haciendo, que destiendas la cama cuando recién la he tendido y apagues mis sueños.
Temo, madre, por las palabras filosas que salen de tu boca y cortan en cachitos mi alma, y sobre todo, temo por la persona en la que me convertiré si sigo persiguiéndote.
¿Qué dice de mí, madre, que al escucharte llegar mis piernas se activen y me saquen corriendo en dirección contraria?
¿En quién me convertiré, madre, si nunca me entero que me amaste?
Porque puedo imaginarlo, y no me gusta.
Y así va, madre: La vida que deseabas para mí no sucede. Se me deshace y se me escapa entre los dedos. Pendo de un hilo, madre, el mismo que me sujeta a ti.

CÓMO SER UN DESASTRE Y REÍRSE EN LUGAR DE MATARSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora