Quince

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MIS DOLORES - parte 1:
La soledad.

Cuando tenía cinco o seis años me perdí en un mercado. No recuerdo muy bien cómo pasó, pero sé que solté la mano de quien me sujetaba y acto seguido me encontré sola.
No me asusté, no lloré, sólo volví directo a casa.
Años después se convirtió en mi miedo más grande.

Solía aterrarme no encontrar a mi mamá cuando salía de la escuela o cuando se adelantaba por los pasillos del supermercado. Ahí sí lloraba y me ponía histérica.
Siempre creía que nadie me buscaría, me esperaría o se preocuparía por mí. Así que un buen día decidí que debía cuidarme y arreglármelas por mi cuenta, porque aunque tuviera compañía siempre me sentía sola.

Desde los ocho o nueve años empecé a ir a todos lados sola. Jugaba sola, hablaba sola... en fin, sola y yo nos volvimos mejores amigas.
La pregunta de los demás siempre era la misma: ¿Y no te da miedo?
Yo siempre respondía que no, pero ahora sé que no era que no me diera miedo, sino que estaba acostumbrada a que fuera así; le seguía temiendo a la oscuridad de las calles, a los extraños, y a quedarme sola en casa sin supervisión, pero como siempre, hice lo que pude con lo que tenía. Sabía que estaba sola, y hasta cierto punto lo prefería así.

Siempre he creído que en mi soledad puedo entenderme mejor. Que es ahí donde soy auténtica y donde mejor me siento; y sí, pero no.
La soledad es calientita. Es la cobija perfecta para el invierno, pero las estaciones son pasajeras, se terminan, y luego de un tiempo dicho calor es sofocante.
Muchas veces me digo que prefiero estar sola, pero la verdad es que sólo busco refugiarme del dolor que provocan las despedidas, el abandono y el olvido.
Algo que está muy vivo en mi cabeza es el hecho de que las personas se van. Sea nuestra voluntad o no, la vida siempre se encarga de movernos.
Nadie se queda para siempre, pero aún así estoy bien con ello porque sé que yo tampoco voy a quedarme. Y la soledad a la que me acostumbré me ayuda a saberlo, a entenderlo y aceptarlo. Me ayuda a valorar a quienes me rodean y me advierte a disfrutarlos.
Mi soledad me hace consciente y me hiere en partes iguales.
Soledad es mi segundo nombre, mi confidente y mi compañera de vida. Me conoce y me conozco por ella.
Como todos los amigos, peleamos, pero al poco tiempo nos arreglamos.
El día que me perdí en el mercado siendo tan pequeña, no me asusté y no lloré... quizá sabía que me estaba preparando para el resto de mi vida.

CÓMO SER UN DESASTRE Y REÍRSE EN LUGAR DE MATARSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora