Siete

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HOW TO SAVE A LIFE - parte 1:
Depresión

¿Recuerdas la primera vez que te sentiste tan triste, que notaste que aquello no era solo tristeza?

Hay una delgada línea que separa la tristeza de la depresión. Tan delgada que nos hace girar la cabeza hacia otro lado e ignorar lo que sentimos porque, bueno, la tristeza es pasajera y hasta la fecha no ha matado a nadie. El problema es que cuando la tristeza se prolonga, deja de ser tristeza y se convierte en un compañero realmente peligroso.

Tenía trece años la primera vez que me sentí así, y no tenía idea de lo que pasaba conmigo y mucho menos sabía que mi vida estaba en riesgo. Por aquellos días lo único que veía era la forma en la que los demás me veían; no lograba encajar en ningún sitio al que iba, mis amigos ya no parecían mis amigos y mis padres estaban ocupados tratando de disimular su guerra.
Si algo puedo recordar, casi como si lo estuviera viviendo otra vez, además del dolor, es el cansancio de esa guerra suya.

De todo lo que me hería a esa edad, lo que ellos hacían dolía más, y no supe cómo hacérselos saber de tal manera que me escucharan, así que empecé a ocultarlo, y era sencillo porque al salir, ellos también fingían que todo iba bien, pero cuando volvíamos a casa tenía que sacar fuerzas y aguantar.

Con el tiempo, resistir se volvió complicado, y los malos consejos me parecieron buenos. Comencé a cortarme los brazos más o menos por ese tiempo, y así empezó a crecer la bola de nieve que más tarde me aplastaría.

Me volví buena en tomar malas decisiones, a creerme mis propias mentiras y a rodearme de gente que me hacía mal, confiando en que llegaría el día en el todo volvería a ser como era antes, pero lo que no sabía era que de decisiones así ya no se vuelve, y por más que lo deseara ya era muy tarde para volver atrás.

Además, ni siquiera merecía la pena volver a ello, pues lo que yo recordaba como "bueno", no era real.

Ese fue otro golpe. Saber que lo que tanto quería de regreso había sido pura fantasía, hizo crecer un hueco en mi interior.
Me odié por creerme ingenua. Estaba tan enojada conmigo que no me di la oportunidad de verme por lo que era y había sido antes de eso: una niña. Pero es que todo a mi alrededor me exigía crecer, así que eso hice... tomé otra decisión, haciendo lo que podía con lo que tenía, como siempre... agrandé la bola de nieve.

Para mis quince años ya había pensado en el suicidio al menos una vez.
Seguía en sitios que no me hacían bien, con gente que no me hacía bien, aparentando estar entera, para luego llegar a casa y echarme a llorar hasta quedarme dormida.

Hay un lapso de mi vida que recuerdo así: fingir, llorar y volver a fingir.
Era como estar en una especie de bucle que no hacía mas que abrirme una herida una y otra vez.

Llegados mis diecisiete ya no me reconocía. Seguía cortándome, y ya no convivía con el mismo circulo tóxico de personas, pero me encontré con Chernobyl mismo:
Lo único que le faltaba a mi historia para cerrar un círculo completo de dolor, era entrar y salir de una relación de forma espantosa y traumatizante, llena de engaños, de abusos y chantaje... en fin, nada que no conociera o me asustara por esos días, ¿cierto?

Y así cumplí dieciocho: odiando cada fibra de mi ser.

Cargaba con un sinfín de culpas, seguía creyéndome mis propias mentiras y también lo que se decía de mí, pues me volví el blanco de otra gente que me llamaba exagerada, dramática y me tachaban de querer llamar la atención.
No podía contar mi historia sin apuntarme primero; todavía no era consciente de lo que me sucedía, aunque ya había leído al respecto y había hablado con un profesional. Pero es que a veces no podía creérmelo; solo me sentía triste, y la vida me había pisado, sí, ¿pero a quién no?, la vida es bien conocida por ser injusta. Todo el mundo tiene problemas, y había tomado decisiones en las que la había cagado, sí, pero no debía preocuparme por ello. Iba a estar bien. Estaba en la cumbre de mi vida, era joven y nada podía lastimarme más. Ya había aprendido mi lección...
Me lo repetía todo el tiempo: Estás bien. Estás bien. Estás bien. Pero así es la depresión: una caminata por arenas movedizas. Un desierto lleno de espejismos que te aseguran estar bien, mientras tallan las delgadas líneas en el suelo para hacerte tambalear, porque se alimenta del miedo que nos da caer.
Es un fantasma que se presenta como una tristeza que consume de a poco, pero más tarde te abraza tan fuerte que te asfixia. Siempre toma forma. Se aprovecha de lo que te atormenta, y luego se vuelve tormenta.
Es como un invitado inesperado que te pide el sofá por unos días, y al mes ya está con un colchón inflable en medio de la sala, sin pagar renta y comiéndose tu comida: todo un infierno.

CÓMO SER UN DESASTRE Y REÍRSE EN LUGAR DE MATARSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora