LA SEMILLA
Mi primer corte épico fue a los ocho años.
Estaba parada en una silla viendo mi reflejo en el microondas, con unas tijeras de punta redonda en una mano y en la otra, mi cabello.
Pamela, una conocida, le había cortado el cabello a una de sus muñecas, pero al no quedar como ella quería decidió cortarlo de raíz, y al ser una muñeca el corte no se notó. Fue como si nada hubiera pasado.
Dos horas antes yo había estado donde mismo, parada frente al microondas, con las mismas tijeras. Me había hecho un flequillo recto del que después me arrepentí, y si había vuelto a la escena del crimen había sido para hacer justo lo que Pamela había hecho con su muñeca, esperando que al final todo fuera como si nada hubiera pasado...
No soy de esas personas que cree que la edad hace la madurez, es una de las tantas cosas que me han enseñado mis hermanas, pero a los ocho años, mi madurez tenía el tamaño de una pequeña semilla, casi del mismo tamaño que mi sentido común.
Mi cabello quedó hecho un desastre. Terminé con un hueco justo en medio de la cabeza, y creo poder confirmar que desde ese momento lo supe:
Soy un desastre.
Y cuando cumplí dieciséis años, el desastre empezó a tragarme viva.
Desde muy pequeña había soñado con convertirme en cantante, la más importante y talentosa que jamás hubiera existido. Pero no fue hasta que estuve en la preparatoria que sentí que de no hacerlo en ese momento mi sueño jamás se cumpliría. El problema fue que no era consciente de lo que era la vida real, y mi madurez era una ramita pequeñita a la que no regaba ni le daba sol, y mi sentido común andaba de paseo.
Un año más tarde, después de abandonar la escuela, llegó a mí el cambio. Toda mi vida dio una vuelta, que aunque no fue sorpresiva, pues estuve sobre aviso, no dejó de ser dolorosa.
Y es que a veces no importa cuánto se nos advierta de lo que está por suceder. El impacto sigue siendo el mismo, con o sin advertencia.
Mi segundo corte épico sucedió nueve años después del primero, pero a diferencia del anterior este sucedió a propósito y no por error.
Nunca había sido una niña de cabello corto, solo una con un hueco en la cabeza, así que decidí probar.
Estaba muy emocionada. Había acabado por fin con mucha de la mugre que se me había pegado en mis intentos desesperados por caerle bien a todo el mundo. Estaba lista para ser quien era después de tanto lastimarme.
Y es que soy adicta a los cambios, no me gusta quedarme en un solo lugar y hacer lo mismo. No puedo.
Al ver finalizado el corte de cabello no pude sentirme más feliz. Le mostré a mamá pero no dijo mucho, le mostré a papá y no hizo más que una cara. En realidad no supe si a alguien más le había gustado, pero no me importó porque por primera vez en mucho tiempo me sentía bien conmigo misma.
Y aunque esta no es la historia en donde les cuento que nunca encajé, la verdad es que nunca sentí encajar. Mucho tiempo estuve en los lugares incorrectos creyendo que estaba haciendo lo correcto solo porque alguien más lo aprobaba. Nunca me importó más lo que dijeran o pensaran de mí que en aquellos días.
Pero entonces ahí estaba yo, luciendo como realmente era. Por fin encajaba, y al decir esto no me refiero a que lo hiciera en alguna bolita de personas, sino a que por fin encajaba con lo que era adentro y con lo que veía en el espejo. Por fin era yo y mi ramita marchita volvía a la vida.
Pero fue justamente en ese momento cuando empecé a entender al mundo, conocí lo malo de las personas, y con todo, también mucho de mí misma.
Las personas pueden ser muy crueles a veces.
Nunca sabes que es lo que puede provocar el odio que hay en las personas, pero es cierto que una vez que te lo arrojan, es muy difícil sacártelo de encima.
Una vez que entendí que escuchar a los demás no me haría más que puro daño, dejé de hacerlo, pero me costó lo mío aprender a diferenciar a los buenos de los malos, pues muchas veces los malos comentarios vienen disfrazados de buenas personas, y por ende, no crees que sean tan malos...
Uno creé que quien dice quererte y amarte, realmente lo hace. Pero en el amor no hay intermedios, o puede ser muy malo, o puede ser muy bueno.
Nunca me había enamorado tanto como cuando me enamoré a mis diecisiete años. Había prometido que sería alguien en quien podría descargarme, y me hizo creer que me conocía como nadie más, que él iba a salvarme de mis desastres... el problema fue que no los conocía bien, y que lo que creía conocer de mí, en realidad no era ni la cuarta parte de todo, y eso trajo mucho dolor.
Para mí, las palabras son el arma más poderosa que tiene el ser humano, y por eso que hay que escogerlas bien; hay que saber a quién le decimos lo que le decimos y porqué, pues el daño es irreversible... o al revés, porque con las palabras también podemos salvar vidas.
Luego de un tiempo, y el peso de un corazón roto, odié mi cabello corto.
Las personas decían y creían cualquier cosa de mí, y yo también lo hice, pues lo que mi ex hizo después, tuvo mucho peso sobre las palabras que escuché después.
Todas ellas me desarmaron, y al final, mi cabello ya no decía nada de mí. Dejé de conocerme.
En noviembre del 2014 caí en depresión.
Ahora sé que ya llevaba asomándose a mi vida desde hacía mucho tiempo atrás, pero no fue hasta ese momento en el que estuvo realmente cerca. Saber identificarla no es sencillo, sobre todo para quien no tiene suficiente información al respecto. Yo no sabía que era algo tan real; me habían contado que quienes lo padecían no querían más que atención, y lo creí todo hasta que estuve en ese lugar.
Mi madurez volvió a ser una semilla...
En diciembre del mismo año pensé en suicidarme.
Mi semilla se secó...
Una vez alguien me dijo: "Bueno, solo lo pensaste, no es como que lo hubieras hecho". Él nunca tuvo semilla.
En marzo del siguiente año saqué toda la fuerza de reserva que no sabía que tenía, busqué mi sentido común y decidí hacerme cargo de mis desastres, y con ello, también plantar una nueva semilla, una que fuera más resistente, pues todo lo que se venía necesitaba de mucha fuerza. El proceso fue largo, durísimo y en ocasiones en extremo desgastante, pero hoy puedo decir que hacerlo está en el número uno de decisiones bien tomadas de mi lista de buenas decisiones.
Mi semilla empezó a crecer ese mismo día.
Mi primer desastre fue ese corte épico a los ocho años. Uno que me trajo muchos dolores de cabeza y burlas.
El día que lo hice estaba aterrada, lloraba en el baño mientras mis papás me pedían que saliera para intentar arreglar lo que había hecho, pero yo no quería salir, no quería que nadie me viera, y ya cuando no me quedó de otra, lo primero que hicieron al verme fue reírse... y no me pude contener: yo también me reí.
Así me di cuenta que solo podía hacer una cosa con mis desastres. Podía tomarlos como si se trataran del fin del mundo o reírme de ellos.
Elegí el segundo, y desde entonces nada dura para siempre y mi semilla ha dado flores.
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CÓMO SER UN DESASTRE Y REÍRSE EN LUGAR DE MATARSE
No FicciónEsta es la historia desastrosa -que se vuelve cómica- de mi vida. En este conjunto de relatos, te cuento mis recuerdos y experiencias, que viajan desde mi primer corte de cabello, hasta mi desastroso aterrizaje a los veintes; el caos del primer amo...