Cap.21

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Había un hombre, de saco blanco y zapatos de piel de lagarto, sujetando una copa de vino y saludando al pequeño publico que se abalanzaba ancioso al ver aquel chico de cabellera azulada tendido sobre una pequeña jaula de vidrio, con solamente un manto cubriendo su lastimado cuerpo, había frío, pero el olor de la comida fresca se conserva más en un ambiente así.

Había, algo extraño con aquel ángel encadenado...No parecia ya tener una pizca de vida, por mas que batiera las pestañas y se mojara los labios en saliva, su mirada estaba humeda, y en el fondo de ella solo el color violeta parecía existir, pero ya sin un poco de calor.

Tambien estaba aquel Hyoma, saludando a todos los presentes con una amplia sonrrisa y cierto orgullo en la mirada. No dejaba de observar  aquel ángel.

Las sirvientas, sirvieron champaña, los mayordomos cerrarón las puertas y el publico complacido tomo aciento.

La entrada fue demasiado tacaña para el gusto de todos, pero el plato fuerte era lo que mas valia la pena.

Todos aquellos comenzales no eran mas que Hyomas hambrientos y delirantes, que buscaban una pizca de la costosa carne de un ángel. Y la cena de hoy prometía no fomentar la monotonía. En el banquete estelar, se hayaba el nombre de un serafin.

Una segunda ronda de champaña, fuertes risas y la mirada inquieta de cierto ángel.

Las sirvientas retirarón los platos y los mayordomos se encargarón del resto del trabajo.

Mikleo observo como aquella cadena que lo mantenia lejos de ser devorado, bajaba paulatinamente, sabía que al tocar la mesa, su vida se resumiría en un misero charco de sangre y carne cortada.

Pero a pesar de todo, no lloro, no emitio sonido alguno, su cuerpo temblaba, sería una muerte dolorosa, pero mientras menos se lo imaginará, solo quizás así el dolor se reduciría

-He aquí el banquete principal.

Anuncío el mismo Hyoma que lo habia tocado la noche anterior

-¡Un verdadero Serafin!

El publico aplaudió enarvesido.

Comer un angel común era bueno, pero alimentarse de un serafín era mucho mejor que cualquier paraíso. Incluso aun más cuando tenía aquellas marcas tan fragantes incrustadas en la piel, las heridas volvian locos a los Hyoma.

La jaula toco la mesa, la gente saboreaba ya la deliciosa carne de Mikleo.

Las sirvientas se alejarón de todo aquello que les permitiese ensuciarse las manos. Era una escena, demasiado loca, para cualquiera que se lo permitiese imaginar, una escena en la que un bello ángel es consumido por el pecado de la gula, una gula que nisiquiera se atreve a a ser la suya.

Cubrió sus ojos, con sus manos, soyosó un poco, para quebrarse por completo. Este no podía ser el fin.

Ningun final es demasiado malo, pensó.

Un estruendo monumental, salpico alrededor de la entrada principal del comedor, cientos de piedras minusculas volarón por los cielos, en una especié de fuegos artificiales dolorosos.

La gente se tiraba al suelo buscando no maltratarse las prendas, las sirvientas y mayordomos corrian horrorisadas ante tal acto. Dejando al pobre angel a merced de lo que ocurria.

-¡Mikleo!- apenas y escuchaba algo, pero en cuanto la figura de Rose desgreñada y llena de manchas se posó frente a él, supo que sería el comienzó de sus esperanzas.

La chica golpeó con fuerza el vidrio, bastaron unos disparos de mas, para que este se rompiera, y cuentos de fragmentos cayeran al centro de la mesa. La gente se arremolino, y de un salto a otro intentaban atrapar a Mikleo.

-¡Vaya! Al parecer no pretenden dejarme en paz

Musito la mujer con sarcasmo- les advierto algo- en cada brazo poseía un arma -Si se van ahora... su muerte no dolerá tanto...

Ni una sola palabra más bastó, una fuerte lluvia de fuego cruzaba el salón, todos los Hyomas saltaba al mismo tiemo, intentando capturar al pobre ángel, que no podía hacer otra cosa mas que defenderse como podía.

Mikleo tomo una charola de canapes, y se abrió paso atravez de lo que parecía ser una ventana pequeña, desde ahí todo podía verse con claridad.

Intento escalar hasta el extremo contrarió de la pequeña ventana, los golpes no vastaban para poder romperla, tenía poco tiempo, antes de que aquellos demonios se percatarán de lo que intentaba hacer.

-¡Dejenme!- gritó Rose, rodeada de Hyomas. MIikleo no tubo mas opción. Debía ayudarla.

Lanzó la charola al aire, dandole tiempo a Rose para improvisar algo.

Atrapó el objeto, y cual frisbi comenzó a lanzarlo de un lado a otro, era sorprendente conocer el alcanze que tenía aquella charola en ese instante. Sin embargo la suerte de aquellos dos no duró mucho, ahora un sequito de Hyomas se encontraban tras el pobre serafin, sin que Rose pudiera hacer algo.

Una motocicleta atraveso el ventanal de vidrio mayor, dejando la imagen de aquel Edén envuelto en trizas. Rodando, sobre la mesa de bocadillos apareció.

Ahí estaba, Sorey.

-Veo, que necesitan mi ayuda- se incorporó y toció un poco, apenas tuvo tiempo para reaccionar, enseguída  desfundo sus armas los Hyoma ya lo tenían en la mira.

-Llegas muy tarde!- reclamo la peliroja

-¡Culpa del transito mujer!

De un solo golpe limpio derribo a dos de sus contrincantes, sin embargo ahora tambien las sirvientas y mayordomos se arremolinaban ante ellos.

Alguíen le mordió el hombro, sangre, mucha sangre comenzaba a salir, un grito potente detuvo el caos.

Mikleo, él estaba totalmente mal. Sorey apunto a aquel Hyoma, aquel hombre que habia lastimado tanto al pequeño ángelito.

Sus manos temblaban, apuntando con el arma en direcció  a la cabeza de aquel tipo.

-Si te atrevez a tocarlo...¡Disparare!-el ángel apenas y respiraba.

Rose observaba con temor, sabía que no sería facil librar de esta a Mikleo.

-Olvidas que ahora me pertence- con sus dedos delineo la carne inchada del serafin.

Sorey, se odiaba a sí mismo.

-Te devolveré cada centavo!-su voz temblo.

-Pero...si le haces algo más...

El Hyoma sonrió ampliamente

- ¿Que si le hago algo más?- rió ferozmente- Si te contará, los lindos gritos que le provoque a este ángel.

Sorey tiró del gatillo, pero aquel disparo no sirvió mas que de aviso.

En un abrir y cerrar de ojos, Mikleo cayó al piso...

-De acuerdo.

Rose observó atonita a Sorey, mientras este se arremangaba la gabardina y levantaba los brazos.

-Te dejaré en paz, pero antes...

El sonido de un disparó y cientos de gritos se difuminó en una danzá de oscuridad.

Los Que Cayeron Del CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora