Cap.20

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Ahí estaba atrapado en un frasco de vidrio. De todas las formas existentes para acabar con mi vida, nunca se me había ocurrido una tan original como esta.

No era un sentimiento de complacencia, más bien me encontraba sorprendido por lo estupido que resultaba ser todo.

Supongó que los comenzales ya habían acabado con el plato fuerte, porque lucian muy satisfechos, limpiandose los labios con un pañuelo de seda.

Habían quizá 4 o 5 personas, todo se veía tan borroso que no lograba enfocar bien la vista.

Alguíen toco el vidrío y me sonrio ampliamente. No podía escuchar nada, pero seguramente fue algo muy perturbador, porque enseguida dejo de hablar y se relamió los labios.

Entonces, ahí me di cuenta... de lo que realmente estaba ocurriendo alrededor mió.

Hubiera sido mucho mejor morir siendo un completo ignorante.

Las caras de satisfacción de aquellas personas eran tan atroces que me provocarón gritos desesperantes una y otra vez.

Había sangre en la comizura de sus labios. Una peineta roja en el centro de la mesa, revuelta en cabellos plata.

-¡Dios!- imploré, cubrí mi boca y comenzé a llorar.

-¡¡¡Lilah!!!- volví a gritar. De ella solamente quedaba aquella peineta.

Solo habían hombres en aquel lugar, y todos prestarón atención en cuanto la puerta de enfrente se abrío, una sirvienta sirvió el postre y todos ensancharón una mueca, en forma de sonrisa.

Ajenos a mi dolor y frustración, nunca piensas que serás comido por alguíen mas ¡No! Nunca, pero nunca, piensas que tu vida acabará tan pronto.

Despues de eso. No hice mas que llorar y gritar por mi vida.

Nadie parecía prestarme atención y de pronto amanecí encerrado en una jaula con las muñecas atadas a cadenas, que me pelliscaban la piel, produciendo un olor parecido al del mental humedo, me daba asco y dolia demasiado.

Todo lo que me ocurria iba demasiado rapido como para poder procesarlo...

Unas pisadas se aproximarón hasta quedar frente a mi, era él, aquel hombre que me había comprado.

-Se que no se debe jugar con la comida- se inclino y acarició mi mejilla. En un intento burdo por soltarme logre definitivamente hacer caer una gota de sangre al piso. El hombre sonrio ampliamente.

-¿Quieres que te libere no?- sujeto con fuerza el pequeño orificio por el cual goteaba la sangre, rosó con su lengua ahí.

Intentaba apartarlo, sin embargo el empeño que ponia no era nada en comparación con la fuerza que este hombre contenia ¿realmente me iba a comer? ¿aqui iba a morir?

Las cadenas comenzarón a rosarse unas con las otras, debajo de mi habian algunas almohadas que no cumplian bien su función, afinando el sonido del metal contra el piso.

Mis muñecas dolian mucho. Pero la verguenza era aun más.

No había comparación alguna para lo que me estaba haciendo. Como si no fuese mas que un objeto, al que se le puede golpear y tratar como basura.

Mi ropa estaba aun lado de mi cabeza, gritaba, lloraba, decir que dolío era poco.

Mientras aquel hombre enterraba sus uñas en mis piernas, observaba el techo de aquella jaula, tan pulcra y limpia, como sí estuviese fuera de lugar. Un chorro de sangre se deslizó entre mis piernas, ya no podía fingir que lo soportaría, era morir en vida.

Finalmente aquel hombre se arto de aquello, beso y mordió cada parte de mi cuerpo que podía.

Despues desapareció y yo... bueno...yo no podía seguir de esta forma, me aferre a la sucia almohada que tenia a mi costado, la sujete con fuerza y llore, todo lo que podía, hasta quizá morir y quedar seco.

¿Por que solamente rogaba a Dios; que Sorey viniera a salvarme?

Los Que Cayeron Del CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora