Capítulo 4. Un anillo, una pesadilla

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La rutina diaria había cambiado desde que Thaly comenzó a trabajar. En un principio, y luego de salir de la depresión, Thaly era quien se encargaba de Samantha por completo, era notorio que se esforzaba por recuperar el tiempo perdido; pero poco a poco fue permitiendo que sus abuelos volviesen a colaborar con esa responsabilidad. Las mañanas arrancaban con Thaly despertando a Samantha y ayudándola a arreglarse para el colegio; pero antes de que ésta estuviese tan siquiera lista, Thaly se despedía y salía con rapidez de la casa.

La cena era la única comida donde aún se podían sentar todos a la mesa. Los abuelos, Samantha y Thaly, contaban el avance de sus días; Thaly comentaba sobre su trabajo y las cosas locas que las personas enviaban por correo, Samantha contaba sobre lo que estaban estudiando en ese momento en clases y las asignaciones que tenía que hacer; y los abuelos hacían uno que otro comentario sobre las diligencias del día y las ultimas noticias del Gobierno, todas siempre incomprensibles para Samantha.

La cena transcurría tranquilamente, y luego cada uno seguía su propia rutina. Elia cocía, cocinaba o leía, o todos a la vez; Enrique veía Tv, hacia algún crucigrama, leía la prensa; Thaly aprovechaba para realizar alguna tarea domestica como lavar, planchar o limpiar la casa; y Samantha leía, veía Tv o pintaba, algo que la relajaba y se le daba bastante bien. En casa de los Adams se vivía con tranquilidad, en rutina. Era la típica casa de abuelos, era la normalidad del día a día, una a la que Samantha se acostumbró con facilidad

Transcurrieron 7 años desde la primera vez que Thaly y Samantha llegaron a la casa Adams, y después de que se acabaron los días malos de Thaly reinó la tranquilidad, la paz y las risas. Sobre todo las risas. Samantha no podía quejarse por el cambio que había dado su vida, pues finalmente había sido para mejor, no extrañaba a su papá, aunque en ciertas fechas especiales no podía evitar preguntarse por su paradero, pero tan rápido como llegaba ese pensamiento, igualmente lo descartaba. Para Thaly era otra cosa, aunque nunca más volvió a caer en la depresión, los aniversarios y cumpleaños eran días tristes para ella, por lo que solía desaparecer sin dar explicaciones, algo que con el tiempo también aprendieron a respetarle.

Samantha ahora tenía quince años y podía presumir más de la adultez que siempre evidenció de pequeña. Con cada año que pasaba se parecía más y más a su mamá, cosa que a ella le llenaba de orgullo, aunque no heredó su altura.

La relación familiar, salvo algunas discusiones entre Thaly y sus papás por cosas que ellos determinaban "sin importancia", era tranquila. Había una rutina establecida para todo, incluyendo esas discusiones. No eran ni siquiera cercanas a lo que habían sido las discusiones entre sus padres, sin embargo por más que lo intentara no podía evitar que le afectaran; por esa razón, siempre después de ver, escuchar o presenciar alguna de esas disputas entre su familia, Samantha comenzaba otra vez con las pesadillas y volvía a caer enferma por algunos días. Y cada vez que se enfermaba, las discusiones no desaparecían sino hasta que estaba totalmente recuperada.

Pero Samantha incluso agradecía esa rutina, porque con el pasar del tiempo sus dotes organizativos se volvieron "peculiaridades" como le decía su abuelo Enrique, aunque Samantha estaba muy clara que era obsesiva compulsiva, agradecía el tacto con que su abuelo la definía. Aparte de eso las cosas marchaban bastante corrientes. Sin embargo la historia en su colegio era algo distinta, se alejaba de la armonía que sentía en su hogar y era más solitaria; y considerando que solo vivía con 3 adultos, eso era decir mucho.

Nunca había contado a su familia detalles de su día a día en el colegio, de sus compañeros de clase, ni siquiera de sus profesores. Como nunca había aprendido a fingir, se volvió experta en esquivar las preguntas. Pero en la soledad de su cuarto, o en el jardín de su abuela, la realidad golpeaba a Samantha sin ningún tipo de piedad. Ella no tenía amigos.

Para su edad, seguía siendo una niña pequeña de estatura; de pelo negro con tonos azulados ligeramente enrulado, ojos castaños y con unos kilitos de más; pero los niños en general son crueles y en su colegio no eran la excepción. Por lo general era víctima de rechazos y exageraciones sobre su peso, burlas y menosprecios. Siempre luchó para que eso no la perturbara, usaba una gran concentración y dosis inmensas de paciencia y tolerancia, lo que le trajo como consecuencia una gran madurez y dureza. Pero nadie es de piedra, y su corazón definitivamente no lo era. Podía ignorar todos los malos chistes que hacían sobre ella, siempre y cuando no tocaran el tema de la soledad. Eso era algo que no podía esconder, porque día a día caminaba sola por los pasillos de su colegio.

Descubrió que la mejor técnica para luchar contra el Bullying que sufría era ignorarlo, y para hacer sus cosas más fáciles y llevaderas, pasaba su tiempo libre en la biblioteca. Ante esta perspectiva, Samantha no tenía amigos ni compañeros, cuando los profesores asignaban trabajos grupales, Samantha se negaba rotundamente e incluso se ofrecía a hacer el doble de asignaciones, cosa que sus maestros terminaban aceptando, pues en más de una oportunidad habían tenido que intervenir por las burlas de sus compañeros.

Sus quince años comenzaron como todos los cumpleaños desde que estaba con sus abuelos: con su familia irrumpiendo en la habitación con un inmenso desayuno y un muffin de arándanos con una pequeña vela, al compás de "las mañanitas del rey David".


Gemas de Poder: Sobrevivir Con PoderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora