Capítulo 3. El Hombre Milagroso (Cuarta Parte)

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Era un señor de unos aproximadamente cuarenta y cinco años, que no tenía edad para ser jefe de Enrique. Vestía un traje color verde botella con una camisa pulcra Blanca. Tenía algunas canas, lo que le daba una sensación de brillo a una cabellera abundante y castaña. Sus ojos oscuros contrastaban con una sonrisa con dientes perfectamente blancos.

Saludó a Elia con un beso en la mejilla, y luego a Thally sosteniéndole la mano con ambas manos. Su mamá era ligeramente más alta que el visitante, incluso a pesar de que ella no llevaba zapatos altos y él caminaba todo lo estirado y bien portado que podía. Intercambiaron algunas palabras propias de una visita "que bien huele Elia" "Tanto tiempo sin verte Thaly", "Sigues igual de rechoncho Enri" y después, cuando terminaron los saludos, miró a Samantha.

— Y esta debe ser la pequeña Samantha— dijo agachándose tan solo un poco para quedar a la altura de los ojos de Samantha. Extendió su mano para presentarse formalmente. Samantha que sabía de modales, tomó la mano y dio un corto y fuerte apretón.

—Mucho Gusto, Samantha Adams. —Thaly la miró un poco extrañada, pues no había dicho el apellido de su papá; y eso era algo que en definitiva hablaría más adelante con ella, lo dedujo por su mirada con el ceño fruncido.

—Mucho gusto Samantha, yo soy André Mannorth. — le sostuvo la mirada unos segundos sin soltarle la mano. Fue Enrique quién interrumpió el momento aclarándose la garganta.

— Bien. ¿Nos sentamos?.

André soltó la mano de Samantha, no sin antes dedicarle una nueva mirada. Se desabrochó el botón de la chaqueta y se sentó en la silla que le ofrecía Enrique.

—¿Estos son tus libros?— preguntó señalando los textos que se encontraban sobre la mesa apilados

No era que le había caído mal André, pero tampoco le había caído bien. Algo en él no le gustaba a Samantha, y en otras circunstancias no hubiese respondido, solo asentido, pero viendo las caras de sus abuelos y de su mamá, sintió el deber en responder.

— Si, son del colegio, estaba haciendo tareas.— y se apresuró a levantarlos de la mesa con ayuda de Thaly.

—¿Un sábado? — Preguntó André

— Si, estuve enferma y me atrasé.

— ¿Enferma? Espero que nada grave- dijo mirando a Enrique y a Thaly con cierta curiosidad.

Por alguna razón Samantha sintió la necesidad de no dar más detalles de los necesarios.

— Solo una gripe — y para restarle más importancia aún, encogió sus hombros y le sonrió.

Supo que había atinado la respuesta correcta cuando los hombros de Thaly se relajaron y Elia continúo sacando la vajilla para servir la comida.

Enrique insistió en aportar temas de conversaciones distintos, pero André continuaba interesado en conocer más a Samantha. En un principio se tomó sus preguntas como cortesía, después como un poco pasadas de curiosas y finalmente se sintió interrogada e incómoda. Samantha intentó mantenerse lo más amable que pudo, sin embargo llegado un punto no pudo seguir disimulando su fastidio, sobre todo cuando las preguntas comenzaron a repetirse, como quien busca confirmar la respuesta anterior o descubrir una verdad oculta.

Fue Elia quien logró zanjar la interpelación cuando sirvió la comida. Con los platos llenos se decidieron a retomar una conversación jovial entre adultos, situación que Samantha agradeció infinitamente. En algún momento de la conversación André ofreció un trabajo a Thaly, el cual declinó cortésmente. Enrquei, rápidamente, alabó la comida de Elia, para que la conversación no se enfrascara en el rechazo de la oferta, y funcionó porque a las alabanzas culinarias se unió André.

Cuando terminó la cena y se sirvió el café, André se dirigió una vez más a Samantha:

—Sabes Sam, ¿puedo decirte Sam?—continúo sin esperar respuesta— yo tengo también un nieto, él es más pequeño que tú por supuesto, es un completo desordenado y siempre me aparecen alguno de sus juguetes dentro de mis cosas. Por ejemplo, este curioso aparato con el cual puede jugar por horas.

Y sacó del bolsillo de su pantalón lo que Samantha asumió que era un pequeño Nintendo DS y se lo ofreció. Esta tecnología era algo con lo que Samantha no estaba del todo familiarizada; en el colegio casi todos los niños tenían uno, pero ella nunca sintió atracción por los juegos de video. Thaly la animó a cogerlo con una tímida sonrisa, así que Samantha lo tomó en sus manos sin saber muy bien que hacer a continuación. André, entusiasmado más de lo necesario, la animó a que lo encendiera.

Samantha buscó el botón y le pareció muy raro para un aparato tan actual que el botón de encendido consistiese en una pequeña manija cuadrada y de color negro, que debiese rodarse desde la posición Off hasta la posición On. Sin embargo, lo intento bajo la mirada de ánimo de Enrique. Al hacerlo el aparato no se llenó de vida.

Samantha insistió varias veces con la manija pero no logró que el DS cobrara vida. Su abuela, su abuelo y su mamá la miraban un poco fascinados, André en cambio estaba ceñudo y parecía más bien decepcionado.

Le tendió el aparato de regreso a André.

—Uhm, creo que no tiene baterías— dijo y le tendió el aparato de regreso a André.

—Prometo regresar en una nueva oportunidad y que esta vez sí puedas jugar. — una sonrisa se dibujó en el rostro de André, una que Samantha no logró determinar si era sincera o no.


La promesa no pasó desapercibida por su familia, por un momento el semblante de todos se ensombreció ligeramente. Fue algo solo perceptible por Samantha. Vio un pequeño intercambio de miradas entre Enrique y su mamá, que solo hacía llenar su cabeza de más y más dudas.

Al notar que su hija la miraba, Thaly acarició la espalda de Samantha y le guiñó el ojo. Luego de un par de minutos de más conversación, André se levantó anunciando que llegaba la hora de marcharse. 

Se despidió de todos, con mucho menos protocolo que cuando había llegado, mientras Enrique lo acompañaba a la puerta. En cuanto salieron de la estancia escuchó el suspiro de alivio que dio Elia, y vio cómo su mamá se derretía en la silla para una posición mucho más cómoda y relajada.

El ambiente había cambiado, el humor de Enrique serio había desaparecido, en cambio ahora se desabotonó algunos botones de la camisa y prendió el televisor mientras mordisqueaba despreocupadamente un pedazo de torta que había quedado sobrante en la cocina. Elia se dispuso a amasar la masa del pan para el día siguiente con un pequeño contoneo.

Pero fue Thaly la que más le sorprendió. Tras estar unos minutos más sentada como una muñeca de trapo en la silla, se levantó, alisó su vestido, tomó el periódico y comenzó a leer los clasificados de trabajo. Samantha la contempló de reojo, tenía miedo de espantarle la idea si la miraba directamente. Ya no parecía un cervatillo asustado como aquella vez que salieron por helados, con cada página que pasaba del periódico lucía más determinada y segura, comenzando a parecerse a la antigua Thaly, la mujer de fortaleza incalculable, la tenaz, segura e inquebrantable que era antes del divorcio.

Después de esa visita, la mejoría fue diaria y continua, Thaly no descansó hasta que no consiguió un trabajo. Sería secretaria en la oficina de correos. Nunca más fue un zombie, no volvió a llorar en las noches ni sollozar en las madrugadas. Comía, se aseaba y salía con frecuencia con Samantha, sin que nadie tuviese que recordárselo.

Después de esa visita, Samantha había recuperado milagrosamente a su mamá.

Gemas de Poder: Sobrevivir Con PoderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora