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Narradora:

-Yo...- Alexa no sabía que decir, se sentía insegura. ¿Y si él la volvía a lastimar, física o psicológicamente?

Mientras Lucky pensaba en la felicidad que podrían tener junto a su hijo..., y en un futuro más cachorros en la manada.

-Alex... Por favor.- Rogó desesperado

-Yo te amo... Prométeme que estarás siempre junto a mí, que no me dañarás nunca más.- Dijo conmocionada, ella no mentía, lo amaba desde lo más profundo de su corazón. Él al principio la odiaba al pensar que quería reemplazar a su Luna, que ahora odiaba. Pero ahora la amaba con cada partícula de su ser.

-Te amo más que a nada, mi Luna...

Un año después... 

-¡Come!

-Ma...- Dijo el pequeño bebé, más conocido como el heredero.

—Alex, Matt no quiere comer.— Fruncí el ceño.

—No sabes tratarlo.— Dijo empujándome y tomando mi asiento.

—Aquí está la comida— se echó un poco a la boca— ¡Mm, qué rica!— Cogió un poco más y Matt abrió la boca, comiendo la asquerosa mezcla.

—Eso es asqueroso.

—A mí y a Matt nos gusta.

Mi cachorro se rió, dejando a la vista unos dientes.

—Agua.— Alex se la dio.

— A dormir Matt, ya es tarde. Ni siquiera sé porque te alimento tan tarde.— Dijo sacándolo de la sillita para entrar y subir la escalera hacia el cuarto de nuestro hijo.

Entré y me quedé sentado en el sofá

—Estoy estresada... — Dijo junto a mí.

—¿Sabes que nos relajaría, a ti y a mí?

—¿Qué cosa?— Preguntó mientras acariciaba su pierna.

—¿Qué te apetece cenar?— Cambié de tema.

—Pidamos pizza.

—Pídela tú.— Dije encendiendo la tele y poniendo la competencia de Monster Truck.

—¡Pero yo quiero ver!

—¿Tan difícil es pedir una pizza?

—Hazlo tú.

Bufé.

—Ay, ya. La mujer lo hace todo.— Dijo moviendo sus manos.

—Si yo no veo, tú tampoco.
Dijo poniéndose frente al televisor, tapando un poco.

—No seas infantil.

—Ahora seré más infantil.
— Dijo lanzándose sobre mí.

—¡No Alex, cosquillas no!— Grité riendome al sentir los dedos de ella en mi cuello y panza.

—Pide la pizza.— Dijo riéndose de mí.

—N-no.

—Te haré sufrir más.— Dejó de hacerme cosquillas para morder mi cuello, me alejé.

—N-no hagas eso.

—¿Te acabas de sonrojar?— Dijo tocando mis mejillas.

Miré en otra dirección.

—Tu punto débil es el cuello...

—Ay sí, recuerda que conozco el tuyo.— Mordí el lóbulo de su oreja.

La rechazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora