1. Soledad

1.7K 36 14
                                    

           

Estaba cayendo un enorme aguacero cuando salí del trabajo, pero aun así tenía que ir a clases, eran el penúltimo cuatrimestre antes de conseguir mi segunda maestría, esta vez en Arquitectura Industrial, así que me sentía algo motivada. Llamé a Alex 5 veces para que me fuese a recoger y luego me llevara a la universidad, no es que lo considere mi taxi, pero con mi auto en el taller no tenía otra opción, sin embargo, no contestó, ¡Que novedad! Así que me puse mi abrigo y abrí la sombrilla, aunque no sirvió de mucho, me monté en el primer taxi que vi y me fui para la universidad.

Cuando entré al salón estaba empapada y me estaba congelando. Aproveché el receso para comprar un café, el café siempre era una buena solución. Al revisar el celular tenía un mensaje de Alex: "¿cariño necesitas algo?". De verdad cree que soy una idiota, hacía 3 horas que lo había llamado 5 veces, y hasta ahora se da cuenta, no pude evitar mi cara de enojo y decepción, no le respondí nada y metí el celular de nuevo en mi bolsillo. Entonces Mary se acercó:

-¿Otra vez te la hizo no? Yo no entiendo por qué diablos le aguantas tanta mariconada, ni siquiera está tan bueno - me sonrió perversamente.

- No lo sé, ni yo misma me entiendo, pero qué caso tiene, todos los hombres son iguales, estar con este patán o con cualquier otro es lo mismo -

- Claro que no, deja de tener ese resentimiento generalizado. Además, patán o no tienes un trauma con los hombres, y Alex no te ayuda mucho ¿por qué no lo dejas de una vez? - me encogí de hombros y nos fuimos al salón de nuevo.

Al salir de clase Mary me dejó en mi departamento, ni en sueños llamaría a Alex de nuevo. Después de un largo día de trabajo y estudio, llegar a mi casa era lo mejor del mundo. Allí me recibían Hera, mi gata, y Zeus mi perrito Beagle, ellos me daban todo el amor que podía necesitar.

Me quité las botas y las deje junto a la puerta. Luego me fui a mi habitación para cambiarme toda la ropa que seguía húmeda. Me puse mi pijama y puse la ropa en la lavadora. No tenía hambre así que solo me tomé un té y me acosté a dormir. Era viernes por la noche, sin embargo, no tenía ganas de salir, me sentía exhausta.

A las dos de la mañana sonó mi celular, de nuevo una llamada de un número oculto. En los últimos 2 meses me habían llamado por lo menos 12 veces de un número oculto, yo atendía la llamada, pero nunca decían nada, ni una palabra. Ya me estaba comenzando a asustar. Luego de eso no pude volver a dormirme, odiaba despertar a mitad de la noche. Eran los momentos donde me daba cuenta de que no tenía a nadie con quien hablar.

A veces me sentía tan sola. Tenía ya 24 años cumplidos. A pesar de que tenía todo lo que una chica de mi edad podría envidiar: un departamento lindo y acogedor con una vista casi perfecta, un auto, un buen trabajo donde era la directora del departamento de diseño arquitectónico nacional e internacional de una de las empresas constructoras más importantes de Inglaterra: "One House Company", y estaba sacando mi segunda maestría en la universidad, pero no era feliz.

Mis padres me concibieron a los 16 años, estaban muy jóvenes, supongo que no tenían la menor idea de cómo ser padres. En realidad, creo que ninguna persona está preparada nunca para ser padre, sin embargo, si eres un adolescente debe ser el doble de difícil. Ellos siguieron con su vida normal de adolescentes, continuaron en fiestas y estudiando, mi llegada no les causó mucho impacto. Así que desde pequeña solo me cuidaron niñeras, y cuando cumplí 8 años me enviaron a un internado, en el norte de Inglaterra. Solo iban a recogerme los fines de semana, bueno, la mayoría del tiempo era la niñera la que iba por mí. De vez en cuando iban mis abuelos también. Mis padres siempre estaban viajando, casi nunca estuvimos una navidad o cumpleaños juntos.

Recuerdo una vez, yo tenía 13 años, los escuché discutir en el despacho de papá. Mamá le arrojaba cuanta cosa tenía al alcance, libros, jarrones, adornos, de pronto tomó una lámpara muy fina que mi padre tenía en su escritorio, en realidad era una antigüedad que un socio le había traído desde Moscú. Papá le grito advirtiéndole que no la arrojara, mamá sonrió de forma malévola y con todas sus fuerzas se la lanzó a papá. Iba justo para su cabeza, pero él logró esquivarla, de modo que la lámpara reventó contra la pared de madera y se hizo pedazos. El golpe fue tan fuerte que la pared quedó marcada.

Por esta vez... Donde viven las historias. Descúbrelo ahora