Derek.
Mi vista se pone nublada nuevamente, poco a poco voy perdiendo la fuerza en mis piernas y sin darme cuenta me desplomo.
Despierto con el ya tan familiar sonido de la máquina que controla el ritmo cardiaco. La habitación color crema se siente más fría de lo normal y las cortinas a juego están cerradas ocasionando que solo unos cuantos rayos tenues de sol se filtren para dar claridad. Me encuentro acostado en la cama, en el centro de cuarto, me duele el cuerpo entero y me siento muy débil. No sé qué hora es, pero mi respiración es agitada como si hubiese corrido un maratón. Cada día que pasa me siento peor. Poco a poco mi cuerpo se vuelve más delgado y escuálido que el día anterior, mientras yo veo con impotencia como todos mis esfuerzos en el gimnasio se van a la basura junto con mis ganas de seguir en esta maldita lucha.
Hace ya varios meses que no veo a mi amada Irina. Debe estar odiándome, la dejé la noche después de navidad. Dejarla ha sido la cosa más difícil que he hecho alguna vez, incluso más que lidiar con esta horrible enfermedad, pero prefiero que me odie a verla sufrir aquí a mi lado, siendo testigo de cómo me convierto en las migajas del hombre que algún día fui. No, no puedo atarla a esto. Creo que es cierto ese viejo dicho de "si amas algo déjalo ir" y no hay nadie en esta tierra a quien yo ame más que a ella, por eso no puedo obligarla a que se quede a mi lado, más aún sabiendo que mis esperanzas de ganar esta vez se disminuyen con cada día que paso en lista de espera.
Nuevamente descubro lágrimas correr por mis mejillas, la extraño tanto. Ella me devolvió la vida cuando me sentía vacío. Me dio los meses más felices de mi existencia, llenó de color mi mundo después de tanto tiempo, hasta que mi salud se empezó a deteriorar de nuevo. Si esta vez muero, por lo menos podré llevarme su recuerdo conmigo, el sabor de sus besos, el calor de sus brazos y su cuerpo, su hermosa sonrisa y su dulce aroma por las mañanas.
Maldigo en silencio, me siento impotente y completamente devastado. Tomo mi celular y contemplo la foto que tengo de fondo de pantalla. Se ve tan hermosa mirando distraída el atardecer. Le tomé esa fotografía aquella vez en la playa, cuando descubrí el sensual tatuaje de su espalda. Tal vez debí ser sincero con ella, tal vez debí contarle lo que me ocurre en lugar de irme así, tan cobardemente. Pero si muero, prefiero que me recuerde como era, alguien que la amó con locura desde que era un adolescente, y no como este despojo de hombre luchando una batalla perdida por la vida.
Decidí renunciar a ella para que sea feliz, sin embargo, deseo que algún día, cuando yo ya no me encuentre en este mundo, ella sepa porqué lo hice. Necesito que sepa que este hombre, o lo que queda de él, la amó con cada parte de su ser hasta el último día, y por ello nunca debe permitir que ningún otro la ame menos que eso, porque ella merece lo mejor que la vida pueda darle. Por eso, me aseguré de contarle todo en una carta, y cuando llegue el momento, mi madre se encargará de entregársela y así ella podrá saber que jamás quise abandonarla.
Mis lágrimas siguen cayendo, mi mente divaga en recuerdos que tal vez me sonrojan un poco, y mi mirada se encuentra perdida imaginando su hermosa sonrisa después de hacer el amor, mientras su labios pronunciaban un "te amo" apenas audible, pero provocándole un vuelco a mi corazón.
El doctor Caseres entra repentinamente, sacándome de mis recuerdos, se nota algo agitado, como si hubiese corrido desde la recepción del hospital hasta mi habitación en el sexto piso. Coloca lo que supongo que es mi expediente en la mesita de imitación de madera al lado de mi cama y me mira de forma seria, pero bastante peculiar. Es en momentos como este donde no sé como debo sentirme, si esperanzado o derrotado.
−Señor Dunne, ¿cómo se encuentra el día de hoy? – pregunta de forma extrañamente entusiasta.
−Bueno, he abierto los ojos un día más, eso debe ser algo bueno supongo – digo con desgane.
−Entiendo que ayer tuvo otro desmayo, la presión arterial cada vez disminuye más con el mínimo esfuerzo que hace –
−Dígame algo que no sepa ya – respondo obstinado.
−Precisamente para eso he venido hoy aquí señor Dunne, tengo buenas noticias para usted –
Mis ojos se abren como platos y mi respiración se hace dificultosa. Un rayo de esperanza se asoma y siento mis ojos aguarse de nuevo.
−Ayer un motociclista tuvo un accidente en la avenida central de la ciudad, lamentablemente la imprudencia con la que conducía le costó la vida – hace una pausa a modo de respeto por el difunto – Pero gracias a que él estaba inscrito en el programa de donación de órganos, su corazón puede salvarte, si todo sale bien y tu cuerpo no lo rechaza –
Esbozo una sonrisa que no cabe en mi cara, y de inmediato las lágrimas comienzan a descender por mis mejillas. De forma inmediata la cara de Irina llega a mi mente, y una esperanza que creí perdida me hace sentir que podré volver a estar con ella de nuevo.
−Pero doctor, ¿qué pasó con la lista de espera?
−Cuando hay pacientes jóvenes tan graves como tu, las prioridades de esa lista cambian. Así que, si estas de acuerdo, no perdamos más tiempo, podemos operar esta próxima semana si los análisis salen bien –
Asiento sin poder decir ni una palabra, tengo un nudo en la garganta.
−Ánimo muchacho, todo saldrá bien voy a programar los análisis previos y la operación– me dedica una sonrisa paternal y sale de la habitación.
Me despierto un poco mareado, ha de ser por la anestesia seguramente. El dolor en mi pecho es punzante, todo mi cuerpo se encuentra tenso, pero una leve sonrisa se asoma en mis labios con el simple pensamiento de que, si todo sale bien, lo primero que haré es correr e ir donde Irina.
La posibilidad de tener una familia normal y envejecer junto a ella se había borrado el día que visité al doctor hace unos meses atrás. Llevaba ya varios días con un dolor fuerte en el pecho y con la presión un poco alterada, también me costaba respirar y sentía mareos constantes. Síntomas ya conocidos que me trajeron recuerdos de mi adolescencia. Para no preocupar a Irina con una falsa alarma, le dije que iría a visitar a unos familiares fuera de la ciudad. Me alojé en un hotel cercano al hospital y el doctor Caseres me atendió en calidad de "emergencia".
Me senté en su consultorio pintado color celeste con muebles algo anticuados, sospecho que los tiene desde que comenzó a ejercer su profesión, a saber cuantas décadas atrás. El dóctor Emilio Caseres ojeaba los resultados de mis análisis y placas, después de un silencio que me pareció eterno, confirmó mis sospechas con una mirada de sincera tristeza: mi insuficiencia cardiaca había empeorado con los años, ya el tratamiento no me estaba surtiendo ningún efecto, mi salud poco a poco iba a empeorar, en cualquier instante podía tener otro paro cardiaco y... morir.
Ese día todos mis sueños se vieron destrozados. Fue entonces cuando decidí que no podía contarle la verdad a Irina, no quería verla sufrir, así que planee una hermosa despedida en navidad, para luego desaparecer de su vida, librándola de tener que verme convalecer hasta la muerte.
Pero hoy, la vida me ha dado una nueva oportunidad, y en cuanto los doctores confirmen que mi cuerpo ha aceptado el trasplante y que todo está en orden, correré a buscarla, esta vez no la dejaré ir.
Mi madre irrumpe en la habitación junto con mis tías y otros familiares, traen consigo globos que dicen "que te recuperes pronto" además de flores y chocolates ¡vaya! me siento como de 17 de nuevo.
![](https://img.wattpad.com/cover/98393620-288-k350981.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Por esta vez...
Любовные романыPrimera, segunda...tercera oportunidad. ¿Cuantas son necesarias para saber que amas a alguien? Derek Dunne e Irina Hamill vivieron un apasionado pero inconcluso amor juvenil, el cual la deja a ella destrozada y con muy poca fe en el género masculino...