¨19¨El miedo de James.

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James Potter volvió a despertarse por octava vez en toda la noche, con un sobresalto. A pesar del frío que impregnaba el aire, pequeñas gotas de sudor avasallaban su frente, para luego desaparecer por sus mejillas sonrosadas. Talló sus ojos marrones una vez más y se revolvió el pelo, con su pequeña mano, propia de un niño de 7 años.

Su cabello, de un negro potente, estaba ahora desaliñado y revuelto. Quitó de un jalón la gruesa manta que lo cubría y se desperezó, rindiéndose de intentar volver a dormirse. Poco a poco, y con bastante dificultad, fue bajando un pie derecho de la cama y luego el otro, apoyando sus codos del colchón. Cuando por fin estuvo en el suelo de un mínimo saltito, sus pequeños pies descalzos tocaron el frío del suelo, a James le dieron ganas de llorar.

No podía dormir, hacía mucho frío, y probablemente estuviese enfermo, a pesar de que su madre estuvo previniendo todo el día que él saliera a la calle y le dio varias recetas medicinales, que le enviaba Poppy Pomfrey cada vez que ella le escribía. Sin embargo, algo más llamaba a James esa noche, algo por lo que simplemente ya no podía dormirse.

Al final no lloró, solo soltó un bajo sollozo y empezó a caminar hacia la puerta de su cuarto, donde tenía que montarse en un banco verde de madera, para poder alcanzar la manilla. Todo estaba un tanto oscuro, pero hace tiempo que James ya no le temía a la oscuridad, podía dormir sin ayuda de ningún cuento de hadas y apagaba la luz del cuarto por sí mismo, quedándose en penumbras cada noche, muy diferente a su hermano Albus, que siempre dormía con una lámpara encantada, pre-diseñada por su tío George, para apagarse cada vez que se durmiera.

Cuando salió después de abrir la puerta con las dos manos, le dieron ganas de llorar otra vez, pero tampoco lo hizo. El pasillo de la casa estaba tan oscuro que apenas podía distinguir las escaleras, y de pronto, al niño no le pareció soportable la oscuridad.

Bajó el primer peldaño de la escalera un tanto temeroso, y fue ahí donde cayó en cuenta de que la luz más alejada de donde se encontraba, la de una pequeña sala sin puerta estaba encendida. Seguramente, su padre estaría trabajando, o una vez se le había olvidado apagar la luz. No obstante, al pequeño James eso le pareció maravilloso, porque después de todo, la casa no estaba en completa oscuridad.

En el segundo peldaño, James vio como una sombra un tanto extraña se movía a lo largo del piso de abajo. Era inconstante, pero él era lo suficientemente ingenuo como para darse cuenta de que aquella figura no era humana, y de hecho, no era nada ni la mitad de personificado.

En el tercer peldaño, la pijama de James tenía una fricción estática que le hacía cosquillas en la piel. Su piel también se erizó levemente. Sus pequeñas manos abrazaban las barandas de la escalera, y mientras iba bajando, el niño comenzó a sentirse muy pero muy triste.

En el décimo peldaño, las ganas de llorar invadieron a James como un loquito, pero una vez más, no lloró. Era como una pequeña fuerza que le obligaba a mantener los sollozos y llantos dentro de él. Esta vez, pero con un miedo irracional y repentino, se sonó la nariz.

Estaba oscuro, pero el pequeño James parecía no reconocer su casa. Ya no estaba en penumbras, todo estaba espectral y sombrío. La luz encendida era cada vez más lejana, y la sombra más grande.

En el último peldaño de la escalera, James sentía sus ojitos vidriosos, y sin poder saberlo, su nariz estaba roja. La luz encendida comenzó a parpadear frenéticamente pero nunca se apagó, y la sombra tenebrosa empezó a acercarse con pesadez. Y sin previo aviso, con una voz gruesa y espectral, se empezó a oír una respiración no propia de un ser humano.

Todo comenzó a ponerse incómodo y triste, como si la felicidad del mundo se hubiera evaporado... Ahora James podía distinguir la sombra, que comenzaba a acercarse con más deprisa, como si deseara algo. 

Harry Potter © One Shots.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora