¨27¨La varita de Hermione

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Desde que Hermione Granger recibió su carta de Hogwarts, su mente comenzó a maquinar de forma rápida y eficaz. No sabía nada sobre el mundo en el que se tenía que ver introducida, aquella carta era como un orificio hacia lo incierto. Nadie nunca podría prepararla para descubrir que parte de su ascendencia no tan cercana serían personas con poderes mágicos inexorables, que pertenecían a un mundo totalmente diferente al que ella conocía. Sus padres, dos muggles comunes y corrientes, también estaban a la expectativa y algo temerosos.

Durante los meses en los que sus padres y ella digerían la noticia, Hermione se decía a si misma que todo era cuestión de preparación. Tenía que estar lista para lo que sea que pudiera aparecer ante sus ojos, como una imponente lechuza picoteando la ventana de su casa o las primeras cartas flotantes que aparecían en su buzón.

Sin embargo, estar preparada mentalmente para afrontar cualquier tipo de situación era un eufemismo en comparación a lo que se necesitaba para digerir lo que se encontraba frente a sus ojos. Su mirada era incapaz de abarcar cada aspecto del Callejón Diagon con una simple barrida, era técnicamente imposible, pero en cambio, sus ojos recorrieron con cuidado las diferentes cosas que parecían como una alucinación. 

—No... No puedo creerlo —susurró su madre, casi atónita y ahogando un grito cuando una escoba voladora atravesó sus cabezas. 

El ambiente era cálido, pero el bullicio de gente y animales era ensordecedor y al mismo tiempo despertaba curiosidad. Los diferentes locales con nombres extravagantes y estadías algo extrañas, eran mas de lo que se podía digerir en tan solo unos segundos. Detrás de ellas un pequeño cartel de madera que rezaba Callejon Diagon se iba alejando a medida que avanzaban. 

Los brazos de Hermione, de once años, se aferraban a la lista de útiles con fuerza, sus ojos estaban muy abiertos y tragaba saliva cada ciertos segundos. No debió haber comido sus uñas durante el verano. Sus padres se encontraban a cada lado casi tan nerviosos y desorientados como ella. No obstante, toda la tarde paso sin inconvenientes mayores.

Guiándose con los nombres que aparecían en la lista de utilidades y, pidiendo cada cierto tiempo indicaciones que les costaban entender, fueron comprando libros y uniformes con el dinero intercambiado que habían logrado conseguir con un chico llamado Tom. Los magos y las brujas que se dispersaban por ahí comenzaron a notar la presencia inexperta de los Granger.

Muchos se acercaron a ayudarlos a orientarse, otros simplemente reían y otros miraban con curiosidad. 

Muchos descubrimientos y curiosidades se abrieron paso en la mente de Hermione en lo que pasaba de la tarde buscando y rebuscando, colores y diálogos que quizá nunca volvería a recordar por la cantidad de información a digerir, pero, el momento que nunca se escurrirá de la mente de Hermione fue en el que sus pies pisaron las afueras de la tienda del raro Ollivanders.

—Iremos a visitar la tienda de... ¿Pociones? Sí, pociones —le dijo su padre mientras leía las indicaciones en la hoja de papel—. Puedes tú misma ir a Ollivanders a escoger tu... ¿Varita? Vaya. Ya regresaremos. 

Hermione tragó saliva.

En cuanto cruzó la desvencijada puerta de madera y cristal, una campanilla se escuchó desde la esquina del establecimiento, como un tintineo de metal, y unas capas de polvo se levantaban cada vez que movía sus pies. La tienda de Ollivanders estaba sumida en un silencio sepulcral, completamente sola, ni siquiera podía divisarse algún vendedor.

Hermione barrió con su mirada distintas y pequeñas estanterías repletas de cajas, la mayoría cubiertas de gruesas y visibles capas de polvo, algunas con las esquinas rotas y otras apunto de salirse de las decenas de hileras mal acomodadas. 

Harry Potter © One Shots.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora