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Dos embestidas más me faltaron para correrme, aunque él del cual no sabía él nombre había acabado antes que yo. Tiré el condon en un tacho de basura que por suerte tenía cerca, para luego comenzar a vestirme.

—¿No vas a quedarte?— preguntó.

—Por supuesto que no, jamás lo hago y hoy no será la excepción... No lo tomes personal, pero simplemente lo detesto.

El chico me miro algo confundido, pero como no volvió a abrir la boca, deduje que no iba a ser un problema el irme de allí. Algunas personas con las que me he acostado se montaron un drama de novela. ¿Quién los entiende? Buscan un polvo pero luego se montan una película cuando yo solo soy directo y detesto quedarme en casa ajena después de un acostón, me hace sentir muy incómodo.

Me terminé de vestir y sin más preámbulos me fui de allí, subiéndome a mi motocicleta. Fui hacia la casa de Pete y en cuanto llegué la até bien reforzadamente a un poste casi enfrente, porque aunque me encantaría dejarla en el garaje de su familia, no podría sin despertar a sus padres.

Me trepé por el árbol y entre al cuarto de invitados por la ventana. Me desvestí, dejando mis prendas a un lado de la cama para quedar en bóxers nada más y me dejé caer sobre el colchón, hasta que me di cuenta que había alguien más acostado en aquella cama.

Oh, olvidaba ese pequeño, literalmente, detalle.

Examiné al hermano de Pete, que aunque supiese que es adoptado, creo que lo deduciría. Tenía todos los rasgos completamente opuestos a él, una mezcla entre rasgos de niño y de adolescente, y ni hablemos de las personalidades. Sacando el hecho de como su amigo se comportaba en lo que a su novio se refería, por lo poco que había visto al chico, podían verse claras actitudes aniñadas.

Es decir ¿Quién usaba un pijama de dos partes, color lila, con un estampado que por poco no eran flores?

¿Cuántos años tendrá? Porque despierto parecía de doce, pero ahora que lo veo naturalmente tan de cerca, notándole las imperfecciones que de lejos no se podían ver; parece de dieciséis...

No me importó, por lo que aparté esos pensamientos de mi cabeza y me tapé con las sábanas, con la intención de dormir al lado del pequeño.








No fue hasta lo que no creo que hayan sido tantas horas, que me desperté bruscamente por un movimiento del azabache. Por el como había sido su empuje, deduje que accidentalmente lo estaba abrazando, por esa costumbre que tengo de abrazar a mis almohadas.... Sí, siempre duermo abrazando una, es muy cómodo para mí.

—¿Qué-— dijo histérico pero le tape la boca para no alarmar a nadie.

—Susurra, no quiero que tus padres me escuchen.— le pedí.

Vi que se relajo un poco, por lo que aparte mi mano lentamente, en caso de que intentara gritar, otra vez, intencionalmente solo para causarme problemas.

Cuando vi que no iba a hacer eso, me aparté completamente de él, esperando alguna reacción por su parte.

—¿¡Qué mierda haces vos de nuevo acá?!— dijo susurrando pero de tal forma que parecía como si estuviese gritándome.

—Es la costumbre.— dije sin mencionar una parte de la historia.

—Estoy seguro que te diste cuenta de que había alguien más en la cama.— se cruzó de brazos mientras habló.

—Sí, pero no le tomé importancia.

—¡Eso no está bien! Estás invadiendo mi privacidad.

—Uy ¿Y qué vas a hacer al respecto, niño?— lo amenacé en tono burlón mientras le dedicaba una media sonrisa.

Bajó la vista hacía sus manos, provocando que su pelo cubriese gran parte de su cara, pero aún así, exponiendo sus mejillas al rojo vivo. Qué inocente...

—¿El ratón te comió la lengua, pequeño?— le dije de igual forma.

—N-no me llames a-así.— balbuceo.

—¿O si no qué?

Tapo su cara con sus manos mientras se paraba y repetía muchas veces un "te odio" como si fuese un niño al que no le cumplieron su capricho del día. Adorable.

Volví a tapar mi cuerpo, triunfante ante haber ganado la discusión y poder seguir durmiendo, hasta que la puerta se abrió nuevamente, dejando ver a Brendon con un plato de cereales de colores.

—Muévete, quiero sentarme.— me pidió, siendo lo más amable posible.

Fastidiado, me moví para sentir la inclinación leve del colchón ante su peso.

—¿Tienes el sueño pesado?— me preguntó.

—Sí... ¿Por qué?

—Quiero ver la televisión, pero veo que tienes intenciones de dormir.

—En cinco minutos, préndela si queres.

Asintió y devolvió la vista a su desayuno, dándome la oportunidad perfecta para dormir de nuevo y esta vez sin molestarme.

b f b ;; rydenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora