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No era más alto que el moreno, tan solo unos pocos centímetros menos que él. Apenas nos vio a los dos encorvo sus labios, esbozando una sonrisa de oreja a oreja. No estaba segura, pero llamó mi atención el cómo se fijó en mi apenas había cruzado la puerta.
- Vaya, no pensé que tendríamos visitas. - Dijo el hombre de gran sonrisa alegre, dejando los papeles que tenía en mano, levantándose de su asiento tan solo para recibir a Yuu con un apretón de manos. Noté que me veía de reojo a la vez que cruzaba algunas palabras con el moreno, sujeté con fuerza la mano de Yuu, tenía un mal presentimiento del hombre de cabello castaño.
- En donde están mis modales, deberás de disculparme. Mi nombre es Yutaka, pero tú dime Kai, así me apodan. Un gusto en conocerte, Yumi, Shiroyama nos ha hablado mucho de ti. - Se dirigió hacía mi en un tono amable, tomando mi mano la cual se encontraba libre, y fingiendo ser un caballero, dejó un beso sobre mis nudillos.
Me resultaba extraño el que alguien se presentara de tal forma, como si estuviera dentro de un cuento para niñas. Enarqué ambas cejas como respuesta ante la inesperada presentación de Yutaka. Justo cuando el castaño se presentó, Yuu se había separado de mi, avisándome antes que iría a revisar unas cosas antes de comenzar con su ensayo previo a la grabación. Solo quedamos yo y Kai en ese cuarto.
- Bueno, me sorprende saber que fui un gran tema de conversación para Yuu, el gusto es mío de conocerte, Kai. - Retiré mi mano, siendo esa la última vez que llegué a cruzar alguna palabra con el compañero de Aoi. A pesar de que su postura en ocasiones llegaba a ser seria e exigente cada vez que lo llegaba a cachar hablando con la gente del personal que merodeaba en ese entonces por el estudio, también su semblante podía llegar a ser alegre, algo que llegaba a destacar de aquel hombre era que siempre sonreía o podías oírlo reír a carcajadas por cualquier broma que casualmente Aoi decía en mi presencia.


Habían pasado algunos días desde que llegué a conocer a Yutaka, desde entonces visitaba el estudio bastante seguido. Casi como una obligación que Yuu me daba, no quería que enterrara mi cabeza en problemas del pasado que aún estaban inconclusos, - Todo a su debido tiempo, niña - me repetía una y otra vez cuando insistía sobre el tema.
Inclusive se había convertido en un hábito cada vez que pisaba el estudio, el adueñarme del móvil de Yuu, tan solo para matar el aburrimiento, explorando su lista de canciones. Por supuesto no era una gran variedad sabiendo que apenas conocía algunas, solo repetía las mismas cinco canciones, todos los días.
Estaba más que segura que mis tarareos en ocasiones llegaban a llamar la atención de alguien en el cuarto, recostada en el único sillón que existía en ese lugar. Pensaba en las millones de posibilidades que podían de haber para resolver el problema que llegaba a agobiarme en esos días.



El primero en mi lista era el día que en mi padre llegara a encontrarme y mi destino sería incierto luego de eso, las preocupaciones si es que se enteraban de que Aoi seguía vivo, terminaría muerto por manos de los hombres que por igual trabajaban bajo el nombre de la familia. Un suspiro se coló entre mis labios, mi mirada se había desviado y posado justo en el pelinegro el cual en ese instante estaba de espaldas a mi, teniendo su guitarra sostenía de sus hombros con ayuda de una correa. De momento la canción que se reproducía había terminado, alcanzando a oír el leve sonido de las cuerdas de la misma guitarra, imaginaba que estaba probando si se encontraba afinada. En eso Yutaka entró a la habitación, con unas gafas para leer puestas y nuevamente con unos papeles en mano. Fue cuestión de tiempo que el recuerdo de hace ocho años atrás me golpeara una vez más, cuando la vívida imagen de mi madre se hizo presente frente en un parpadeo, tanto como la figura de Kai en ese recuerdo. Otra vez me veía a mi pisando los brillosos pisos del Palazzo Vecchio.






- Muy bien, cariño. Ya estamos aquí. - Soltó mi mano al instante que cruzamos la gran puerta, a lo que supuse, una de las más grandes obras hechas por el hombre. Pero lo que en ese momento, mi madre deseaba ojear una vez más antes de irnos, su mural favorito. Teniendo colgando sobre mi hombro mi pequeño bolso de viaje.
- ¿Y dónde se supone que está? Quiero ir al Jardín de Bóboli. - Caminaba sin ganas junto a mi madre.
- Tranquila, tenemos tiempo. Está en el salón de los quinientos. - Se había volteado a verme, la notaba emocionada. Caminamos por todo el largo pasillo en dirección al salón. El lujo de ese increíble lugar no tenía comparación alguna, siendo que no era mi lugar favorito, de verdad que había despertado mi atención, pero lo que por supuesto hizo que mi mirada se perdiera era en el gigante traga luz del establecimiento. Saqué la cámara de fotos de mi bolso y sin duda me detuve un segundo para llevarme conmigo aquel recuerdo, y por supuesto las enigmáticas esculturas que se hallaban allí. Hasta llegar a chocarme contra mi madre, lo cual hizo que me sacara de mi trance.



Pestañe varias veces para ver luego la razón de por qué mi madre se había detenido tan bruscamente.
Un hombre joven y con rasgos asiáticos se encontraba frente a mi madre, con un semblante alegre al igual que una sonrisa de oreja a oreja dibujada en sus labios. No sabía por qué, pero de un momento a otro aquel hombre de cabello castaño y corto, me había dado un leve escalofrío con tan solo verlo. Llevaba gafas y un traje color negro, era más que obvio que no vivía allí ya que no hablaba ninguna palabra en italiano.
Era extraño, de tan solo verlo me daba un mal presentimiento, a mi madre le parecía alguien completamente agradable, por la forma en que ella actuaba, podía notarlo perfectamente. Hasta el instante que yo había llegado a llamar su atención por como lo observaba fijamente.



Para mi mala suerte, ese hombre de mala pinta nos acompañó el resto de nuestra visita por toda Florencia.

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