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- "Mis manos son mías, mi rostro es mio,
mis ojos son míos, pero yo no me pertenezco.
Yo soy tuyo."





La oscuridad se tragaba el cuarto, pero gracias a la tenue luz de la luna podía ver su rostro. Las manos del pelinegro rodeaban mi cintura haciendo que me apegara a su figura. Al momento en que desperté el reloj indicaba medianoche, esa noche tenía más que planeado el estar junto con el moreno en la cama.
Lo observé una última vez, embriagándome con el dulce aroma del contrario, me daba ese pequeño impulso de aferrarme a su esbelto cuerpo. Suspiré, frunciendo mis labios, suavemente me abracé a Yuu sin poder evitarlo y como si fuera un reflejo sus manos viajaron por toda mi espalda, abrazándome por igual, mientras hundía el rostro justo en la curvatura del cuello. Ejerciendo presión con mis belfos sobre la piel del moreno, dejé un suave beso donde recordaba que se hallaba un pequeño lunar.



Dejé que las horas pasaran, encontrándome de esta forma me era imposible separarme tan fácilmente, pero no podía dejar que me dominara en ese instante. Me aparté lentamente siendo precavida en no llegar a despertarlo. Busqué la playera que llevaba puesta anteriormente y caminé hacía el baño de la habitación, cerrando la puerta detrás mío.
Al encender la luz me fue inevitable refregar mis ojos, el dolor que sentí luego me recordó el suceso de ayer. No me había atrevido a verme en el espejo, hasta ahora y notar las heridas que me había causado Yutaka. Mi ojo se encontraba totalmente morado, teniendo un labio casi partido y el peor dolor que podía existir justo en el costado de mi torso. Respiré hondo, puesto lo que tenía en mente sería bastante arriesgado de hacer, pero no había alternativa.
Por supuesto, las prendas que llevaba puesta el día anterior estaban todas húmedas. Aunque quizás la suerte estaba de mi lado esa noche. El jean se encontraba en condiciones, lo tomé y sin dudar me lo coloqué, sin tener otras opciones me quedé con la playera. Tomando prestado un abrigo de Aoi junto con mis botas, no eran las adecuadas para la tarea que haría a continuación.



Una vez lista ya me encontraba fuera de la casa, estando a unas pocas calles del lugar el cual antes llamaba "hogar", caminé bajo la fría y húmeda noche de viernes.
No sería para nada fácil el entrar a esa enorme mansión, con cámaras de seguridad monitoreando la zona de la entrada como el patio trasero de la vivienda, inclusive detectores de movimiento. Cuando se trataba de paranoia mi gran padre era la definición de esa palabra, de tal modo que cada vez los enemigos a la familia aumentaban, los riesgos de correr peligro por igual, llevándolo a tales extremos, le robábamos territorio a la mafia que yacía en Japón.
Pero no sería problema alguno el atravesar la gran paranoia de mi padre, o eso pensaba, esperaba que no hubiera perdido la habilidad. Teniendo en frente de mi la pared que separaba el exterior de la calle y el jardín de la residencia, tomando un poco de carrera llegué a trepar el muro, con algo de dificultad ya que el calzado que llevaba puesto en ese entonces no era el mejor para una situación así, agregándole las punzadas de dolor en el costado del torso, era como volver a ser víctima de las brutales patadas. La vasta experiencia que tenía el haciendo esto lo adopté todas las veces que había escapado de ese maldito lugar cuando era una simple adolescente, el entrenamiento el cual me obligaban a tomar le jugaba en contra en ocasiones. Imaginaba que cualquier chico hiciera lo mismo cuando no deseaba estar en su casa, la diferencia estaba en que le resultaría más fácil escapar, contrario a mi, parecía un campo de batalla.



A unos metros de distancia, en una esquina del gran muro se hallaba escondida la caja de poder donde se conectaban los sensores de movimiento. Estos se activaban al segundo en que detectaran un paso sobre el césped, pero cada artilugio tiene su defecto. Lo que no tenía idea mi padre era que el sensor se activaría a menos de estar a tres metros de la entrada principal o a sus alrededores, no existía sensor que cubriera completamente un patio tan enorme.
Hecha una parte de los obstáculos de los cuales tenía por delante, solo faltaba recordar los puntos ciegos de cada cámara de seguridad del jardín, me daba cierta nostalgia el cruzar nuevamente por la misma situación. Hacía esto casi todos los días a la edad de catorce años, escaparme para ir a ver a uno de mis mejores amigos en ese tiempo, llegando al límite en que debíamos separarnos.



El revivir mi pasado me daba cierta melancolía mientras caminaba agachas, lentamente por el lujoso jardín, tan solo estaba a pocos centímetros de la cámara que daba en la dirección justa de la ventana de mi cuarto. Tan solo debía colocarme detrás de ella y desconectarla limpiamente, para suerte mía quién miraba por las cámaras a estas horas no sabrá que sucedió, si hacía bien los cálculos estaría dormido para cuando haya desactivado la cámara.
Nada más bastaba el trepar por la enredadera que crecía por todo el alto de las paredes de la casa, hasta llegar a la ventana de mi cuarto. Si bien era coincidencia, la ventana se encontraba abierta, tan solo era darle un leve empujón hacía adentro y como por arte de magia se abrió. Aliviada suspiré, adentrándome rápidamente dejándome caer al suelo, adolorida tanto como algo agotada por todo el trayecto, que parecía más una ruta llena de obstáculos.
Cuando recobré el aliento me dispuse a guardar en un bolso, que se hallaba escondido debajo de mi cama, todo lo que me fuera necesario. Prendas, entre otras cosas. Todo se encontraba como lo había dejado hace casi más de una semana atrás, la foto destruida permanecía aún en el suelo, recordaba perfectamente como era. En una mochila aparte guardé un arma en ella, era más que obvio cual iba ser su fin, puesto a que no iba a dejar que las cosas quedaran así como así.



No estaba completamente segura de lo que iba a hacer, todo había cambiado desde la llegada de Yuu, y lo que tenía planeado iba más allá, ¿podía titularlo como una cruel venganza? No tenía pensado el dejarlo como estaba, de ningún modo.
Estaba a unos minutos de amanecer y yo aún seguía en mi antigua habitación, recorriendo viejos recuerdos de cómo me encerraba aquí en busca de refugio, en busca de tranquilidad por unos escasos segundos del mundo exterior. Revisaba cajones, hallando todo lo que me fuera útil en aquel entonces y lo que hallé no fue realmente de gran ayuda o eso parecía, una cajetilla de cigarrillos escondida debajo de un cuaderno viejo de apuntes. Dentro tenía el mechero, reí irónica, mordiendo mi labio inferior.
- Qué... oportuno. - Sonreí, llevando aquel cilindro entre mis labios y encenderlo luego.



Dando pequeñas caladas, caminaba rumbo a mi actual domicilio, cargando una mochila y un bolso de viaje en un hombro. Otra vez me sumergía en recuerdos mientras vagaba por las calles, despidiendo el humo por la boca, dejaba caer mi cabeza hacía atrás y así observar el cielo, como poco a poco iba amaneciendo. Un nuevo día comenzaba.


BlemishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora