Capítulo 18

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M: Alessia Cara - River of tears.


Milán, Italia; Octubre del 2003.


Lisandro se pasó una mano por el fleco, que estaba más largo que otras veces. Contra el sol, su castaño claro se veía rubio, pero no tanto como el de su hermano, aun así. Tenía ojeras remarcadas debajo de los ojos, una expresión de cansancio en estos. Se inclinó hacia el lavabo y acunó ambas palmas de las manos, encharcando el agua que caía por el grifo. Acto seguido, con intención de espabilar, se mojó el rostro, a donde se lo veían los estragos de no haber dormido durante casi cuarenta y ocho horas.

En los pulmones, cuando respiró, sintió el dolor que contenía aquella noticia de la que había sido testigo dos días atrás: Ilse estaba muerta. Pero su deceso, a pesar de que él odiaba cómo en realidad sonaba esa palabra, no había sido sino un mero acto de cobardía. A lo largo de esos años, en cuanto él y Frank habían dejado la escuela secundaria y habían ingresado al liceo, Ilse se había convertido en otra.

El primer cambio lo había percibido en su mirada, antes pizpireta, y su candor, que sufragaba a cualquiera que estuviera a su alrededor.

Alguien tocó la puerta del baño. Mientras se secaba la cara, Lis contuvo el aire de nueva cuenta dentro de los pulmones, con la ansiedad pulsando y el corazón desbocado, como un caballo al que se ha agitado cuesta arriba. Apretó los puños, que los tenía recargados en la cerámica del lavabo y, haciendo mella de toda la voluntad que poseía, se dirigió hacia el umbral. Era su madre, que parecía regocijada.

—¿Estás ocultándote? —le preguntó, sin dejar de sonreír.

Lisandro miró hacia un lado, al pasillo, deseando que hubiera alguien más allí. Sin embargo, como casi siempre que Rita lo buscaba, estaba solo a su merced.

No deseaba hacerlo, pero se sentía encarcelado. En el pecho, con vida propia, se lo acumulaban el odio y la ira en contra de quien lo había traído al mundo. Hubiera querido tener la paciencia y la fuerza para enfrentarla, mas era consciente de que si lo hacía también perdería la cordura. Lisandro prefería mil veces quedarse callado a caer en las redes de una madre que lo odiaba y que aprovechaba cada segundo para recordarle que era el hijo no deseado.

Cuando volvió a mirarla, halló que se había cruzado de brazos y que tenía el hombro izquierdo recargado contra el marco de la puerta; quizá si fuera otra persona pasaría por encima de ella, quizá no. Lisandro no supo cómo reaccionar.

Afuera, en los jardines de la casa de su tío Rom, se celebraba el funeral de su prima.

—Tal vez tú puedas decirle a tu tío que su hija sí va al infierno —Rita se talló una uña con el dedo, enarcando una ceja en dirección de su hijo, que la observaba, invasivo, a nada de estallar en cólera—, esa creencia suya de que Dios todo lo perdona lo hace olvidar que a los suicidas los califica como cobardes...

Ilse era una persona sufrida, o al menos, como podía recordar Lisandro, lo había sido los últimos tres años: parecía sentir culpa por algo, algo que nunca le había querido contar y por lo que ahora estaba arrepentido de no haber indagado. El tiempo, a pesar de todo, era irreversible y la muerte, implacable, se había recostado junto a su prima, quien les había dejado una huella horrible a todos.

A fuerza de su estómago, Lisandro deglutió saliva, con la pesadez de la ira reptando por su sistema.

—Era tu sobrina, madre —le dijo, suplicando al cielo una señal de que sus palabras conseguirían al menos un poco de piedad por parte de Rita—, podrías, al menos, tratar de ser más condescendiente con tus condenas.

Púrpura (Versión 2010)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora