M: Daughter - Doing the right thing.
Vittorio sí tenía esperanzas. Mientras Rita decía las mil y una razones por las cuales él era mucho mejor que Lisandro, guardaba en su boca los mil y un improperios que deseaba gritarle. Tenía un chichón en la ceja izquierda al que poco le había faltado para reventar. Sin embargo, su labio y ojo izquierdo, no habían corrido con tanta suerte.
Parpadeó, sintiendo que le punzaban las sienes. Aquellos golpes le habían sabido a gloria y había experimentado una sensación similar al orgasmo, pero al mismo tiempo contraria. Los puños de su hermano pequeño significaban en su carne una forma oscura de redención. «Adelante», decía su mente, dispuesta a dejarse violentar.
Era la única forma en la que podría decir «perdóname».
Aún por esas fechas Vittorio Rocca seguía interpretándose a sí mismo como la mayor tragedia de la familia; producto del amor caótico de su madre solo había encontrado horror en el mundo. Conforme adquiría un nuevo vicio Rita lo tocaba más y el asco incrementaba a un grado del que sentía que no había uno más alto.
—¡Se volvió loco! —bufó su madre, que tenía una mano en la mejilla.
No se había atrevido a mirarla desde que llegaron a la casa, un kilómetro lejos de donde se hallaba el chalet de Matteo.
Tampoco tenía ganas de hablar, pero no porque sintiera los músculos molidos y el alma partida en pedazos, sino porque era consciente de que Rita se encontraba en uno de esos momentos en los que prevaricaba a diestra y siniestra. Era uno de esos momentos en los que fraguaba cómo vencer una muralla inexistente.
Para Rita, por muy ridículo que pareciese, Lisandro era su enemigo. Y por lo tanto también debía ser enemigo de Vittorio. Rita decía que ambos, los dos, madre e hijo, eran uno solo. Vittorio sentía repulsión hacia él mismo. Por Rita no sentía nada. Por Rita sentía una ausencia horrible en el pecho.
Solo pensar en ella hacía que se quedara vacío.
Se sentía en el infierno.
—Tenemos que pensar en la manera de hacerlo escarmentar —murmuró Rita, meditabunda, mientras se dejaba caer junto a Vittorio.
Hacía años que no la toleraba. Llevaba soportando el silencio cinco años, luego de darse cuenta de que Rita mentía.
Rita no era la única que lo amaba. Tampoco era la única mujer que había en la tierra.
Ilse jamás le había fallado y en cambio él se había encargado de destrozar su alma, que era la cosa más pura que una vez hubiera conocido. Vittorio pensaba en el suicidio. Pensaba en el suicidio del mismo modo en el que pensaba con matar a Rita. Era cobarde y no se creía capaz de llevar a cabo ninguna de las dos.
Vittorio sabía que la frase «tenemos que pensar» en realidad no lo incluía él. Más bien tenía el horrido concepto de «yo maquino y tú ejecutas». Era el ejecutor de los terrores de su madre. Sabía que cualquier cosa que viniera después de aquella tenebrosa frase, implicaría un dolor para su hermano.
Pero ya no le quedaban energías. No le quedaba amor propio ni le quedaba célula que destrozar.
Ya estaba más que muerto.
—Voy a decirle que venga para la cena —musitó Rita, con seguridad en la voz.
Esa fue la primera señal de alarma.
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Púrpura (Versión 2010)
Romance«Los peores secretos son los que están manchados de sangre.» *** Obra registrada en INDAUTOR, México. Todos los derechos reservados. Advertencia: el segundo nombre de esta novela es Drama.