Capítulo 23

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M: Nemesea ft. Cubworld - The way I feel.





Era consciente de que quizá el aire a su alrededor había dejado de circular. Cuando se internó en la habitación, lo había hecho con la calma que precede a una tempestad palpitando en sus sienes; era un repiqueteo del infierno que la continuaba torturando. A pesar de que se había jurado mantener la postura, estar frente a él, de una u otra forma, bajo una u otra circunstancia, siempre le traía los mismos resultados.

Catalina se acomodó el flequillo rebelde que se le había esparcido por la frente; mientras caminaba hacia Francesco intentó parafrasear aunque fuera un saludo. Pero no lo consiguió.

Lisandro yacía sentado en la camilla, mas no la estaba mirando, sino que tenía los ojos entrecerrados, como si un punto ciego para ella y el otro joven, fuera totalmente visible para él. Inspiró una bocanada de aire que le supo a la angustia que se había tragado tras saber que no iba a pasarle nada y que al menos en físico no iba a perderlo.

—Voy con Sol —dijo Francesco, que entendía mejor que nadie los silencios del primo.

Catalina lo miró con un par de sentimientos agrupándose en su corazón a modo de súplica; y en el rostro del joven de cabellos negros, no alcanzó a distinguir más que la disculpa de que no pudiera quedarse con ella para ponerla a salvo del dolor en caso de que éste se presentara.

Fue allí que sintió las ganas que tenía de que Lisandro dejara de rechazarla.

Luego de que la puerta se cerrara, ella comprendió que su verdugo no era el miedo, sino el recuerdo, que le seguía apachurrando la voluntad que llevaba atada a las muñecas, a la espera de por fin poder hablar; sin saber que cada palabra, cada gesto y cada movimiento deparaba el futuro y en muchas ocasiones lo tornaba incierto y conflictivo.

—Te mentí. —La voz de Lisandro era apabullante, aunque la realidad era que apenas lo había escuchado.

El silencio que gobernó tras sus palabras hizo que Catalina se redujera a un escombro de persona. No podía mirarlo a la cara, ni saber si la sentencia le causaría más paz que miseria. Muchas veces había creído que lo que necesitaba no era olvidarlo, sino vivirlo, sentir cómo era formar parte de su círculo de amigos, conocer sus gustos ahora que ya se había convertido en un hombre.

Y en otras ocasiones no se sentía digna de conocerlo. Era, como llegó a pensar en sus noches pernoctando, lo que nunca había aceptado ser de él: su pasado, la chica a la que había enseñado a nadar en un río que ahora representaba también otro beso, una caricia perdida entre los árboles y la cobija suave del tiempo.

El olor clínico del cuarto la hacía parecer más angustiada que de costumbre, y cuando al fin se armó del valor suficiente para levantar la cabeza y encontrar en el camino la mirada grisácea de él, supo que el pasado había muerto y sus errores, los que había cometido hacía ocho años, con él.

En los ojos de Lis vislumbró el dolor de las apariencias; allí, en esa habitación fría, no era más que un joven al que se le había quitado la oportunidad de ser normal, siendo que en Bloomington, Lisandro era, sobre todo con ella, un muro altísimo de frases inconclusas, manías pretenciosas y sonrisas altaneras: se dio cuenta de que llevaba toda su vida idealizándolo como el hombre que no podría ser, y que, sin que estuviera enterada de cómo ni cuándo, la personalidad del muchacho mudaba y mudaba hasta ser ese que la escudriñaba con atención.

Lisandro intentó formular varias veces lo que quería decir; pero las palabras se le disolvían en la lengua mucho antes de alcanzar a juntarse las unas con las otras. Catalina lo miraba con los ojos bien abiertos, sin parpadear, y él entendía sus gestos nerviosos, los movimientos trémulos de sus manos y el aire somnoliento de su cuerpo entero, como la señal más fortuita de que no había dejado de quererlo ningún momento de aquellos días.

Púrpura (Versión 2010)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora