M: Molly Moore - Peace of my heart.
Soledad, al sentarse en el muelle hecho de madera, sumergió las puntas de los pies en el agua del río; Catalina nadaba en el interior del caudal, flotando en la superficie con la mirada clavada en el cielo, que era de un color azul suave, mezclado con los rayos del sol.
Aquel día, dos después de haber llegado a Gesso, César Jr. se había reunido con ellos y se encontraba sentado a su lado, en un silencio que se prestaba para escuchar las respiraciones de ambos y los ruiditos de los pájaros que volaban a su alrededor; alondras y picaflores.
Sol tenía en la mano una botella de cerveza de raíz que César le había traído; lo miró de soslayo y se percató de que había cerrado los ojos. No pudo evitar que esto le resultase una ironía: porque César no podía ver. Siempre que se daba cuenta del cómo manejaba su ceguera le resultaba imposible no admirar su valor.
A Axel lo había conocido durante el primer año de universidad, cuando éste había ido a recoger a Catalina en las vacaciones navideñas; sus modales y manías eran entre cálidas y fulminantes, casi idénticas a las del padre, pero con su toque personal si les tomaba un poco de aprecio.
Como por invocado por su mente, el susodicho se sentó a su lado, llevando en su mano un teléfono móvil y en la izquierda un vaso desechable. Vio cómo buscaba a Cat con la mirada. Axel parecía mayor de lo que en realidad era cuando se dejaba crecer la barba.
Le dirigió una mirada que la tomó por sorpresa y se vio en la necesidad de carraspear, como para desviar la atención que el joven le ponía, indignado o tal vez preguntándose por qué la chica de pecas en la nariz y cabello rojizo se mostraba interesada en él.
Podía oler su loción bajo los estragos de su nerviosismo, y se fundían con el intenso palpitar de su corazón.
—¿Quieres nadar? —escuchó que le preguntaba.
Por inercia, entre avergonzada y ansiosa, Sol le envió a César una mirada de disculpa, inquiriendo a sí misma si se había dado cuenta de cuán preocupada estaba porque se la notara eso: eso, que le gustaba Axel. Entre mujeres, aunque nunca se charlara de ello, Sol creía que había reglas invisibles y aun así sagradas.
—Por mí no se preocupen. —Oyó el chasquido de la madera cuando Axel se levantó casi de un salto, y al alzar la vista hacia él se convirtió su emoción en un sonido estentóreo de su interior porque se controlara. Era una llamada de auxilio, emitida por su corazón que le pedía que no fuera estúpida.
Los hermanos de la mejor amiga son prohibidos: esa era la regla. Y se la tenía que recordar sin importar nada.
Axel se había quitado la camiseta y aunque era delgado, tenía una figura espléndida a sus ojos; de piel blanca y unos cuantos vellos en el pecho, del mismo color que los de su barba y el cabello en su cabeza o sus cejas pobladitas. Parecía, a un grado altísimo, un hombre sacado de una revista de actores famosos.
Internamente se llamó tonta, mientras aceptada la mano de Axel que la instaba a erguirse. Acto seguido, él se quitó la bermuda y dejó a su vista un short de lycra que faltaba poco para que se le pegara a los muslos. A Sol le temblaron las piernas, que ejercitadas y fuertes, nunca habían sentido lo que era estar a merced de alguien que podría robarle los suspiros.
Hizo ademán de acomodarse el cabello y volvió a mirar a Catalina, que seguía pensativa flotando en el agua, cavilando, como no le fue difícil suponer, qué hacer con su vida y cómo seguir fingiendo que amaba, con toda su alma, a Lisandro. Comprendió que aquel lugar le traía recuerdos que antes habían estado dormidos y que las memorias, allí, dejaban de ser etéreas.
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Púrpura (Versión 2010)
Romansa«Los peores secretos son los que están manchados de sangre.» *** Obra registrada en INDAUTOR, México. Todos los derechos reservados. Advertencia: el segundo nombre de esta novela es Drama.