Capítulo 20

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M: Hanna Oceans - Dust.




Catalina supo que algo andaba mal desde el momento en el que vio entrar a su tío Óscar en la casa. Conocía aquella mirada, la había visto otras veces. Una de las cualidades de las que podía presumir, era que, sin esfuerzo alguno, detectaba en la retina del otro la última emoción reflejada en ésta.

Lo miró con cuidado hasta que su tío se dejó caer en un banco alto, frente a Axel y a unos metros de ella. Se encontraban en la cocina a punto de cenar unos sándwiches, especialidad de Sol. Sin embargo, el hambre huyó de su ser apenas las primeras frases de Óscar le llegaron a los oídos.

—El guardia me dijo que ya tenían todo bajo control —comentó su tío, al tiempo que se acomodaba un cabello rebelde hacia atrás.

—¿Qué significa todo? —se interesó Axel, con el ceño fruncido en dirección de su hermana, que ahora estaba sujetando el borde de la superficie de granito en la mesa.

—Significa que hay gente herida y que... —Óscar, observando a los presentes, sin saber cómo soltar una verdad tan hosca e inesperada, deglutió saliva a la espera de obtener un poco más de valor— Vittorio está detenido.

Axel podía ver la desesperanza en la mirada de Catalina; Sol se puso de pie y se colocó junto a ella, negando con la cabeza, quizá para decir que todo estaba bien, a pesar de que, en realidad, no tenían la menor idea de lo que ocurría.

Óscar les había relatado superficialmente los hechos, mismos que a él le habían hecho saber los guardias de la reja (una caseta que se hallaba junto al Campeggio del que era socio). Según el débil rumor que se expandía, alguien dentro de la propiedad Rocca, había detonado una explosión de bala. Las autoridades continuaban guardando el detalle sobre aquel siniestro, que de inmediato había descolocado a sus sobrinos.

Catalina, con los ojos apretados, emitió su primera oración al cielo a lo largo de aquellos años.

«Que no sea él», se dijo en el interior, segura de que si algo le pasaba a Lisandro ella misma se ocultaría en las tinieblas de un amor que nunca había llegado a término, y con el que tendría que cargar perpetuamente, como si esa fuera una cruz pesadísima. Su cruz era y sería siempre amar a Lisandro. Conforme las ideas le volvían al cuerpo y la sangre le circulaba de manera correcta, fue siendo más consciente de que la noticia no era producto de ningún sueño.

—Vine porque quizá quieran ir conmigo —susurró Óscar, sabiendo que a su sobrina le interesaba mucho la salud del menor de los Rocca.

Alzó las cejas con sugerencia, esperando a que Axel, que era quien estaba a cargo, tomara una decisión.

—Nos vestimos para ir —dijo, al ponerse de pie, y suspirando le preguntó a Catalina—: ¿Estarás bien?

En otro momento, Catalina supo que no hubiera soportado aquella pregunta, pero allí, sabía muy bien lo que ésta significaba. Axel quería que mantuviera, en la medida de lo posible, una actitud honesta, con la cual poder lidiar. Necesitaba, además, estar de pie si quería servir de algo en esa situación.

Lo primero que se le vino a la cabeza hacer fue el llamar a Francesco, que seguro estaría más informado que su tío Óscar. Pero no podía recurrir a él por muchas razones: cada vez parecía ser la piedra en el zapato de los muchachos. Y cada vez parecía que Franco le guardaba más recelo, con justa razón.

Púrpura (Versión 2010)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora