Capítulo 24

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M: Dark Waves - I don't wanna be in love.





           

Bloomington, Indiana; agosto del 2005.


Lisandro se dejó caer en la cama de la misma manera que lo hacía Cat, pero en su propia habitación. Sus dormitorios quedaban uno frente al otro, a tan solo cincuenta metros de distancia, dentro del campus de la gran universidad, en la que, por azares del destino —o no— ambos se habían matriculado.

A él lo observaba Francesco, su primo, con gesto de impaciencia. Sus labios rosados, delgados, se habían quebrado por el descenso repentino en la temperatura, ya que en su ciudad natal normalmente hacía calor. Se los relamió con pesar, y tuvo la sensación de no saber cómo preguntar a Lisé si se encontraba bien. Aunque muy en el fondo ya conocía la respuesta.

En paralelo, a ella la miraba su compañera de cuarto, Soledad, que tenía el cabello rojizo, y la mirada pétrea y dormilona, de modo que parecía siempre estar preocupada. Había uno o dos sentimientos en su pecho para la chica rubia con la que apenas comenzaba a compartir habitación. Por ejemplo: la había visto temblar de pronto, y había visto que siempre que acudía a los cursos propedéuticos llevaba consigo un extraño bote de píldoras.

También le causaba lástima, a pesar de que se abstenía de sentirla; su madre siempre le había dicho que aquella emoción era indeseada por todos, salvo por los que no saben cuál es el significado de la vida. Hubiera querido preguntarle a Catalina si deseaba que sintiera lástima por ella, pero un algo en su interior la hizo recapacitar.

Con la mirada de la pelirroja sobre sus ademanes temblorosos, Cati consintió que un par de lágrimas se resbalaran por sus mejillas. Dos meses atrás habían comenzado las clases, preliminares a las clases reales en la universidad, y no había tenido la suerte —o la desgracia— de encontrarse con Lisandro, su viejo amigo, al que había dejado sin ninguna explicación de su partida (el culpable de que estuviera allí aunque no podía aceptarlo aún).

—¿Estás bien? —le preguntó su compañera, cuando la vio recorrerse sobre la cama, hasta quedar recargada contra el muro blanquecino del pequeño cuarto.

No pudo sino atinar a sacudir la cabeza, pero la otra chica no parecía convencida en realidad. Catalina esbozó lo que fue su sonrisa de paz, aquella que le regalaba a su padre cuando la encontraba en los rincones de la casa, escondiéndose de los demonios que la perseguían a donde quiera que fuera. Era la sonrisa más falsa que habría podido tener para entonces, y con la que aparentaba no sentir nada cuando la verdad era que estaba deshecha por dentro.

Igual que Lisandro, pero de manera distinta.

Soledad se sentó en su colchón, que todavía no había revestido con los cubrecamas y con las sábanas especiales que le había comprado su madre, mirando de frente a Cat.

—¿Por qué alguien como tú se inscribiría en una universidad como ésta? —insistió.

Entonces los ojos castaños de la chica, que era rubia y de vestimenta desgarbada, con camisetas holgadas y shorts más cortos de los que alguien en Bloomington podía usar, se posaron sobre los suyos, con aire de suficiencia. Sin embargo, la melancolía que despedían era tan abrumadora que Sol no pudo evitar tragar saliva, y sentir que en el paladar un regusto amargo se le incrustaba como nunca.

De nuevo empujó la lástima hacia el interior de su cuerpo, porque no era eso lo que quería sentir por la muchacha. No se la veía como a una persona de mal carácter, sino que era como un polluelo que aún no eclosionaba del huevo, tan perdido y sin plumas, devastado por la solitaria habitación, por el aire helado y por... algo más.

Púrpura (Versión 2010)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora