Capítulo 28

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M: Paper Route - Say my name.



Madrid, España; Mayo del 2000.



No podía pensar claramente. Tampoco respiraba como era debido, sino que lo hacía en suspiros entrecortados, que se cargaban del vicio alrededor tan pronto como el aire ingresaba en sus pulmones. Catalina miraba a Vittorio con la ilusión de que lo que Ilse estaba diciendo fuera mentira, que él se encargara de refutar las acusaciones tan fuertes, profundas y dolorosas que acababa de hacer la chica en contra de Lisandro.

Su Lisandro.

Música estrepitosa, voces que gritaban su nombre y miles de rostros a los que, de repente, no pudo reconocer.

—Estamos pensando en huir —dijo Ilse, antes de sorber por el popote su refresco de cola.

Catalina ya no lograba entender sus palabras, y a su lado, Vittorio la observaba con un dejo de misterio. Sus ojos azules parecían distantes y helados, como los de un muerto que ha perdido toda expresión.

Muchas veces había pensado que ambos no se parecían, pero allí no estuvo tan segura. El cabello desprolijo del hombre a su frente estaba igual de lacio que el de Lisandro, salvo por el tono que era tan rubio como el suyo, incluso un poco más, porque se distinguía en el medio de la fiesta.

—¿Huir cómo? —preguntó. El ácido le caló en la boca del estómago, y las ganas de vomitar se arremolinaron en su tráquea, detenidas únicamente por la vergüenza de siquiera poder arruinar la fiesta de su primo—. ¿Simplemente irse?

La prima de los Rocca asintió. La vio removerse en la silla. Debajo de los ojos, Ilse tenía dos grandes marcas de ojeras, anidadas como si las hubiera trazado un pintor con la mano dura y fría. Sin embargo, era la forma extraña de la chica al hablar lo que le llamaba la atención.

Se veía peor que un ente sin cuerpo, como obligada a estar de pie por una causa que ella desconocía.

—No tienen de otra —murmuró Vitto a unos pasos de ellas, que estaba bebiendo de un vaso algún líquido color oro—. Si madre se entera...

Algo en sus palabras hizo que Catalina se sintiera tan agobiada que se tiró el contenido de su vaso en el interior de la boca. El sujeto que servía la miró con apremio cuando ella le extendió el vaso, pidiéndole que lo llenara de nuevo.

En otra situación, Catalina pensó que jamás hubiera aceptado beberse aquello tan aprisa, ni con la soltura de quien está dolido y quiere esconderse debajo de un par de tragos. Consideró la posibilidad de llamarle a Lisandro, de... preguntarle si era cierto todo lo que Ilse le acababa de contar.

Por un lado, quería creer que era mentira, que le estaban contando una situación inventada con quién sabe qué afán. Pero su lado indefenso, aquel que mantenía a raya si de hablar de Lis se trataba, palpitaba en su pecho con furia, arrancándole la energía.

Sentía el cerebro embotado, las ideas mezcladas y el dolor, el amor propio y el egoísmo fundidos en uno solo. Deglutió saliva con tanta fuerza que tuvo que cerrar los ojos para no dar a entender lo poco que le faltaba para tirarse al suelo, hacerse ovillo y llorar de nuevo como si tuviera cinco años.

De entre todas las opciones que tenía, eligió no mirar de nuevo a ninguno de los dos allí. Se movió a trompicones por la masa de gente, que la miraba de soslayo, o la saludaba a lo lejos; las sonrisas, vagas y perdidas en el medio de las luces, se transformaban en sombras de dolor, en la imagen perfecta de las mentiras que su corazón infantil se había creído.

Púrpura (Versión 2010)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora