M: Hiatus - Fortune's fool.
Era un cuarto frío, con una luz nítida y una mesa de color cromado. Eliseo Rocca se encontraba observando sus manos, que un policía había esposado hacía como cinco horas. En la boca tenía los resquicios del sabor del vino que había ingerido durante la cena. Cuando paseó la vista alrededor del sitio, cuya extensión estaba seguro que no pasaba de los dieciséis metros cuadrados, sintió que la muerte, disfrazada de realidad, yacía frente a él, a través de la puerta, aguardando.
Iba a por él.
Mientras cerraba los ojos, escuchó la tenue voz de Lisandro entre sus pensamientos; no. Era más bien un recuerdo de su niñez. Había creído que las cosas se quedarían como hasta entonces, sin llegar a más, pero la locura de su mujer había roto las fronteras de lo ridículo: ahora estaba solo. Solo para enfrentar un destino del que era el forjador, y que en el fondo lo sabía merecido.
El hombre corpulento que lo había escoltado hasta allí abrió la puerta. Tenía un aspecto regio, sin un ápice de amabilidad en la cara. Aún no sabía la verdad, pensó Eliseo, y ya estaba siendo tratado como un delincuente; aunque pensó sus posibilidades nulas. Ahora que Rita estaba muerta, toda la culpa de las atrocidades que habían cometido a lo largo de los años, recaería sobre sus hombros.
Tuvo unas ganas enormes de que Matteo también viviese: porque después de todo, había sido él el inicio de aquella tormenta de arena. Ojalá, pensó, pudiera revivirlo. Pero sabía que cualquier intento por eximirse la culpa quedaría por los suelos. Todas las mentiras que había dicho ahora lo enfrentaban.
—¿Sabe? —le preguntó el hombre, que horas antes se había identificado con el título de inspector; no recordó el apellido, pero Eliseo alcanzó a entrever en su memoria que era uno de origen turco—. No es la sencillez del delito lo que más me sorprendió, sino el hecho de que no pudiera someter a Vittorio. En el estado en el que se hallaba hubiera resultado bastante fácil.
Era verdad; pero, a ciencia cierta, Eliseo Rocca comprendía que su valentía era casi nula cuando algo como eso ocurría. Por eso estaba tan oculto dentro de su cinismo, que era demasiado comparado con el ya extinto de su mujer.
—Me estaba apuntando con un arma —dijo, con el tono de un ebrio que apenas comenzaba a entender la tragedia de su intoxicación etílica.
El hombre se sentó frente a él y cruzó los brazos sobre el pecho. Eliseo se preguntó si ese sería el momento en el que entraría el policía «bueno». Pero se quedó esperando, ya que la puerta no se abrió ni hubo una segunda voz en la pequeña oficina. De pronto sintió más frío y los huesos le calaron. Pese a que se dio cuenta muy rápido de que aquella no era sino la consecuencia de no haber dormido desde la noche anterior.
Olía a sangre, además de que también olía a vergüenza. Era un residuo de sus penas del tamaño de su propio cuerpo, tan grande que sintió el pecho agotado y los brazos acalambrados, de tenerlos en una sola posición toda la noche.
—¿Su mujer...? —inquirió el inspector, un gesto de extrañeza en el rostro—. ¿Sabe usted por qué su hijo habría de querer matarla?
Lo sabía, pero no tenía intenciones de hablar de ello. Si algo podía hacer de maravilla era quedarse callado. En la mente tenía encarcelados miles de secretos; sobre la cuna de Lisandro, sobre los bajos escrúpulos de Matteo Rocca y sobre el amor enfermizo que Rita sentía hacia Vittorio.
—Entiende que está en graves problemas, ¿verdad? —insistió el hombre, inclinándose hacia el frente, sobre la mesa.
Eliseo enarcó una ceja en su dirección, respondiendo al reto que le suponía mantener la boca cerrada.
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Púrpura (Versión 2010)
Romance«Los peores secretos son los que están manchados de sangre.» *** Obra registrada en INDAUTOR, México. Todos los derechos reservados. Advertencia: el segundo nombre de esta novela es Drama.