Capítulo 1. "El peregrino" (Corregido)

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Capítulo 1

El peregrino

Nací en un mundo oscuro y corrompido. La Luz estaba moribunda mientras la Oscuridad se alzaba a cada segundo más poderosa y profunda. El Equilibrio ya había escrito mi sino incluso antes de que viera el cielo por primera vez. El destino me escogió para enfrentarme a los males que amenazaban destruir los restos de lo que una vez fue una humanidad justa y buena. Sin embargo, los numerosos sacrificios que tuve que hacer para llevar a cabo una misión que escapaba de mi comprensión me cambiaron. Mi vida quedó grabada sobre los pergaminos por las afiladas puntas de las plumas y las cicatrices en mi piel me recuerdan cada paso que di por el mundo. Mi nombre es Ángel Alair Caeletibus, el último Descendiente que hubo en un tiempo muy lejano y en un mundo aún más remoto, y te invito a conocer la legendaria historia del último guardián que tuvo ese mundo. Mi historia.

Todo empezó en nuestra pequeña aldea al sur del Imperio de Canmos, en las montañas. Argén era el nombre del pueblo que nos vio crecer a mis amigos y a mí. La aldea no se podía comparar con Mard, la capital de los mercaderes, pero era bonito y tenía todo lo que un pueblerino como yo podía desear en su día a día. La vida campestre nos hacía más «civilizados» que nuestros pueblos vecinos, nuestras calles se mantenían limpias y ordenadas, en la plaza solo había lugar para el comercio y el ocio, las tabernas y posadas estaban impecables para los viajeros y peregrinos que querían cruzar las montañas para dirigirse a Lumine por la calzada comercial, la guardia del pueblo y su pequeña muralla hacían su trabajo y nos mantenían a salvo de las fieras y de los Praedos de las montañas. Sin embargo, mi sitio favorito era el bosque que florecía a las afueras del pueblo donde mi hermano Ignos y yo nos divertíamos jugando al escondite, nadando en el estanque del claro y cazando ciervos en verano. Gracias a nuestro padre, un veterano de la guerra fronteriza, aprendimos a cazar, usar la espada, manejar el arco y forjar armas y aunque disfrutaba con mis quehaceres y entrenando con la guardia, lo mejor del pueblo eran mis amigos sin lugar a duda; tan fieles y valientes compañeros de armas en las peleas como confidentes en los problemas. Formábamos lo que yo llamaba un grupo extravagante de tres chicos y dos chicas. Mi hermano pequeño Ignos, el bocazas de Markus, la cortante Sally, la buena de Luna y un servidor. Casi todos teníamos la misma edad, alrededor de los diecisiete veranos, menos mi hermano que tenía doce veranos y un invierno. Al volver del bosque como hacíamos todas las tardes en esa época primaveral, entrábamos por la puerta Norte y cruzábamos el cardo para ir a nuestra casa. Mientras caminábamos con las piezas de caza en nuestros hombros para venderlas al carnicero, las señoras de los mercaderes nos saludaban desde los puestos. «¿Otra vez cazando?», nos preguntaban; «Sois como las dos caras de la misma moneda», nos decían. Siempre fruncía un poco el ceño cuando nos comparaban dejándome una arruga entre las ligeramente pobladas cejas. Cuanto más tiempo pasaba, más me parecía a mi padre dejando atrás mi rostro redondeado como el juvenil de mi hermano y perfilándose más mis pómulos, la mandíbula y dejando una nariz un poco más recta y menos infantil, pero sin perder la punta un poco redonda; durante la primavera había adelgazado y mis mejillas estaban algo más enjutas haciendo resaltar los labios carnosos de mi padre a nuestra madre le encantaban. Mi hermano, por otro lado, era mi copia a su edad. Su personalidad era, cuanto menos, impulsiva y nerviosa e irónicamente era un maestro con el arco por su precisión y buen pulso. La mía era su alter ego con mucha paciencia y lógica; era bueno con las trampas, el rastreo y la espada la tenía como mi arma predilecta, aunque tampoco se me daba mal el arco. Cuando hacía buen tiempo, competíamos para ver quién era el mejor arquero. En ese momento, me llevaba cerca de una docena de victorias de ventaja, le encantaba presumir de su habilidad. Cuando llegábamos a la plaza, lo primero que se veía era el consultorio del médico del pueblo y padre de Sally, John. Aunque era la hija del bueno del doctor, Sally era cortante como un cuchillo recién afilado, de mente serena y decidida con un espíritu libre e independiente, acabé por apodarla «la Navaja» recibiendo varios golpes en lugares cuanto menos variopintos y dolorosos y nadie me hubiera dado la razón teniendo en cuenta su aspecto amable con la misma cara atractiva y bondadosa de rasgos suaves heredados de su madre, pómulos redondos que conjuntaban con su tez bronceada, sus rosados y finos labios, sus delicadas cejas que subía siempre para expresar su sorpresa o escepticismo, los ojos marrones y calculadores de su padre y su pelo castaño y ondulado le daban su aspecto de chica afable, inteligente y abierta a la gente. El verano anterior creció bastante y ya era toda una dama. Apostaría lo que fuera a que algunos chicos iban detrás de ella como corderitos.

Las Crónicas Del Descendiente I: El Medallón de Lux.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora