Capítulo 5 "El relato de Giles" (Corregido)

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Capítulo 5

El relato de Giles

No supe decir si aquel sueño había sido real o solo eso, un sueño. De cualquier manera, no pude volver a conciliar el sueño por mucho que lo intentara. Me tranquilicé tras un rato y me levanté sin hacer ruido para que Markus, que dormía con la boca abierta, no se despertara. El cielo empezaba a teñirse con las primeras luces del alba cuando me calzaba las botas. Rosalía había lavado la ropa que le pedí el día anterior y la había dejado a los pies de la cama durante la noche, la metí en el zurrón antes de vestirme. Recogí el puñal de debajo de la almohada y las espadas de debajo de la cama, lo guardé todo en su sitio menos las espadas, me dio pereza colocarlas en su sitio y podría hacer ruido. Salí de la habitación cerrando la puerta con cuidado y bajé las escaleras con las espadas en las manos. Cuando llegué al último peldaño, la puerta de la posada se abrió y Rosalía entró cargada con verduras y trozos de carne, todo fresco para las comidas del día.

—Permíteme ayudarte. — Dejé las armas apoyadas en el reposamanos y cogí las cestas más grandes.

—Gracias, cielo. — Me dijo. — Llévalas a la cocina.

—¿Dónde estaba la cocina? — Pregunté, anoche no vi la puerta por la que entró Luna.

—La puerta que está tras el mostrador. — Me indicó. — Ya te abro yo. — Y aceleró el paso para adelantarme y abrirla, a pesar de su edad, era rápida.

—Gracias, ¿podrías coger mis espadas, por favor? — Le pedí entrando en la cocina.

Aunque estaba a oscuras aún, observé que era una cocina bastante amplia con una gran chimenea al fondo, una estantería llena de frascos de cristal con especias y comida en conserva, un estante con cajones, una gran ventana que daba a un patio interior y dos puertas a diestra y siniestra.

—Ya sabes lo que pienso sobre armas en mi posada. — Me reprochó cogiéndolas y me lanzó miradas irritadas cuando reparó en el cinturón con el cuchillo y el puñal.

—Nunca usaría armas dentro de la posada. — Le prometí. — Pero sí que busco un lugar tranquilo donde entrenar. — Confesé.

—Muy bien. — Empezó a vaciar las cestas. — La puerta de la derecha sale al patio interior. — Señaló la puerta mientras reponía los huecos vacíos de las estanterías. — Puedes hacer allí tus cosas.

—Gracias. — Contesté dirigiéndome a la puerta.

—Tengo un pequeño huerto, como rompas algo... — Me avisó apuntándome con el dedo.

—No romperé nada. — Aseguré levantando las manos.

Rosalía asintió y comenzó a llevar la comida a la puerta izquierda que seguramente sería la despensa. Al pasar por la puerta, la brisa matutina me acarició el rostro. Respiré profundamente y observé el patio que resultó ser no más que un jardín interior, aunque estando en una ciudad tan grande era de esperarse. El jardín tenía forma rectangular con jarrones de piedra en las esquinas y una pequeña fuente en el medio, un joven manzano crecía al fondo del patio; antes de llegar a un verde manto de hierba, unas baldosas marcaban la terraza con su toldo y una enredadera crecía por las paredes del jardín buscando el sol. El huerto de Rosalía estaba en el lado derecho de la hierba, mientras que en el lado izquierdo un discreto camino de piedra llevaba al manzano. Sin embargo, ninguna ventana daba vistas hacia aquel bonito jardín, lo cual era un desperdicio. Coloqué las espadas en sus respectivos lugares y comprobé que no había olvidado nada, pero se me vinieron a la cabeza los punzones y reparé en que no había revisado la capa para asegurarme de que los pendientes de Luna seguían allí. Comencé a preocuparme por el regalo y di media vuelta para regresar a la habitación.

Las Crónicas Del Descendiente I: El Medallón de Lux.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora