Capítulo 17 "Hacia el Medallón"

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Capítulo 17

Hacia el Medallón

Tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para mantener la frialdad y no lanzarme al ataque como un animal rabioso en cuanto descabalgaron. Ciertamente, estaba en desventaja numérica y ellos no se pensarían dos veces en rebanarme el cuello a la mínima a pesar de sus órdenes, pero debía mantener mis objetivos de acabar con ellos, darle su merecido a Denes y reunirme con mis amigos. De no ser por mi condición de Descendiente, no podría seguir sus movimientos y aun así me costaba. Lo más probable era que aprovecharían su velocidad para rodearme y atacarme todos a la vez donde no tendría ninguna posibilidad. Comencé a moverme para ir a por el flanco del grupo, pero uno de ellos salió a mi encuentro cortándome el paso con un corte descendente hacia mi hombro que detuve cruzando las espadas. Si hubieran sido espadas ordinarias, se hubieran roto ante la asombrosa fuerza del Corrompido, incluso mis brazos retrocedieron un poco por el impacto y colocaron el filo del alfanje a una distancia nada agradable de mí. Lo obligué a retroceder con un empujón y aunque traté de alcanzarlo con mi acero, lo esquivó sin problema. Eran mejores que los soldados Corrompidos de Lumine, lo cual desembocaba a un peligro mayor si todos eran iguales al primero. Tendría que enfrentarlos uno a uno sin que el resto interviniera, pero no sería nada fácil separarlos y menos derrotarlos tan rápido. Su alma era muy similar a la de aquel Praedo, quizá más oscura y a diferencia del bandido, ellos estaban perfectamente entrenados. Recuerdos de las notas del antiguo Descendiente me pasaban a la vez que el brillo plateado de las armas. «El poder de los Descendientes es energía pura y puede controlarse con el pensamiento» recordé y la hoja con anotaciones apareció en mi cabeza sin faltar ni un detalle. «No puede actuar por su cuenta a menos que sea inconscientemente para defensa propia, tengo que despertarlo», pensé frenéticamente, «¡Eso es! Tengo que despertarlo». Me alejé de mis adversarios dándoles la espalda, un fallo que me pudo haber matado, con una idea y una palabra en la cabeza. Me giré rápidamente con las espadas preparadas por si el plan no salía como pensaba. Me planteé en gritar, pero cuanto menos supieran sobre mis habilidades, mejor.

Excitat. — Murmuré con seguridad, aunque flaqueó durante unos instantes al no ocurrir nada.

Compararía la sensación siguiente con el calor que te produce beber un licor muy fuerte, al principio quema y se extiende por todo el cuerpo hasta dejar una calidez que te embota los sentidos y en mi caso, el ardor era más potente sin reducirse en lo más mínimo y en vez de embotamiento, me despertó los sentidos incluso más. Me sentí más vivo y poderoso que nunca y los Corrompidos se alejaron bajo la nueva amenaza, alerta. El filo de mis espadas brillaba con una suave luz blanca y bajo la otra vista, mi cuerpo entero resplandecía y emanaba un aura de poder. El valor y la templanza volvieron a mi lado y me vi capaz de acabar con todos los enemigos en un parpadeo, pero decidí ser precavido. Denes empezó a vociferar nuevas órdenes con una mota de temor manchando sus palabras pues ni siquiera yo esperaba aquel giro a mi favor. Envalentonado por su nerviosismo y vacile, escogí dejar a un lado mi precaución y probar mi recién descubierto poder. Deseé estar delante del Corrompido que me había atacado antes y al dar el primer paso, un «salto» me dejó justo debajo de sus narices. La mueca de sorpresa desapareció en cuanto le clavé la espada en el corazón con rapidez convirtiéndose en polvo negro haciendo que sus compañeros se alejaron de inmediato.

—¿El siguiente? — Me mofé haciendo una floritura con Custos.

Uno de ellos dio un paso hacia delante con la espada en ristre. Lancé un corte hacia él sin moverme y una pequeña parte de la energía que había en Occisor Sombrarum salió despedida hacia mi objetivo y lo cortó por la mitad para después deshacerse. «Asombroso...», pensé y a cada minuto me sentía con más energías, «Acabemos con esto». Los cuatro Corrompidos restantes optaron por atacar a la vez por mis cuatro frentes y eran bastante rápidos, incluso con mis sentidos aumentados. Sin embargo, yo lo era más en mi estado. Desvié la estocada del enemigo del frente y lo empujé contra el que atacaba mi retaguardia haciendo que se chocaran con fuerza y perdieran el equilibrio, detuve los otros dos ataques y me hundí levemente en el suelo por la fuerza de los golpes. Cuatro movimientos me bastaron para apartar sus alfanjes, cortar la cabeza del Corrompido de la izquierda y clavar a Custos en el corazón del de la derecha, el cual no se deshizo inmediatamente, sino que el polvo negro brotó de su herida como sangre y resistió dejando el movimiento final a un rápido tajo de Asesina de Sombras para acabar con él. «Custos puede herirlos, pero no matarlos de inmediato. Al fin y al cabo, está hecha para ser mi guardia.», reflexioné sin dejarles tregua a los Corrompidos que estaban recuperándose y les atravesé limpiamente el corazón. Solo quedaba Denes. Vislumbré al muy cobarde cabalgando como alma que lleva el diablo por el camino que lo había traído, saqué un cuchillo arrojadizo del estuche de detrás del cinturón e imaginé que lo alcanzaba. Lo lancé con todas mis fuerzas y el poder hizo el resto, vi cómo el cuchillo segaba el aire siguiendo una trayectoria recta hasta alcanzar su objetivo, un lanzamiento completamente imposible. Observé a Denes encogerse cuando el cuchillo lo alcanzó, pero no llegó a lastimarlo mortalmente, solo un corte en el costado izquierdo por la manera en que apretaba su mano contra la herida. Aunque tenía más cuchillos como aquel, lamenté perderlo. No podíamos permitirnos desperdiciar nuestros recursos en la situación actual, pero sí que me reconfortó saber que había herido a aquella asquerosa víbora. Envainé las espadas echando un vistazo a los montones negros; había descubierto la manera de despertar mi poder oculto y era más o menos capaz de controlarlo. Eché a andar, aunque más que andar, corrí y a tal velocidad que el paisaje se tornó borroso. Llegué al lado de mis amigos dejando una estela de polvo a mi paso, era una sensación maravillosa. Mis amigos seguían durmiendo profundamente y aproveché para revisar sus arneses improvisados y las alforjas. Todo estaba bien y dejé salir un suspiro de alivio, pero no me relajé pues todavía existía la posibilidad de que Denes mandara más soldados a por nosotros y tenía que esperar al regreso de Michael y Brontë, para el cual faltaban una hora según mis cálculos. La figura de dos jinetes sobre una colina se recortaba contra las primeras luces del alba. Desde la lejanía escuchaba el resoplido cansado de los caballos, las quejas de sus jinetes y el contenido de las bolsas. Mis compañeros bajaron de sus monturas con dificultad y Michael estiró las piernas mientras que Brontë descargaba las alforjas de su caballo para colgárselas en los hombros. La sonrisa del sacerdote fue suficiente para saber que habían tenido éxito, una buena noticia después de todo lo que habíamos pasado subía la moral como si espuma del mar se tratara.

Las Crónicas Del Descendiente I: El Medallón de Lux.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora