Capítulo 19 "Los Picos Amissa"

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Capítulo 19

Los picos Amissa

Los siguientes días fueron el punto medio entre la estoicidad y la pesadumbre viajando a marchas forzadas y durmiendo un mero par de horas antes del amanecer para continuar el camino hacia un destino aún demasiado lejano además de soportando el calor asfixiante y los crueles rayos del sol sobre nuestras cabezas. Dos de nosotros ya habían sufrido insolaciones y las petacas estaban casi vacías sin haber podido detenernos en el anterior poblado al descubrir una patrulla en mi busca. También cierto es que, a pesar de mis protestas, no quisieron dejarme solo a las afueras de la ciudad mientras ellos dormían en mullidas camas. Eché de menos aquel brebaje para los caballos que nos hubieran permitido llegar muchísimo antes y sin soportar aquel suplicio abrasador. Sally había descrito su trasero como una masa cada vez con menos forma y más hinchada de cabalgar que le provocaba un dolor indescriptible o lo que solucionó Brontë con la expresión de «tener culo de princesa». Se ganó una mirada iracunda de Sally y una voluta peligrosa de humo por parte de Airún que cargaron más la atmósfera de malestar y tensión. La que peor lo pasaba era Luna, su piel blanca no estaba acostumbrada a los fuertes rayos del sol y aunque vacié casi todo el contenido de mi odre sobre una de mis casacas que le coloqué sobre la cabeza para reducir el calor, tenía la cara roja y la mirada desenfocada. Tuvimos que parar dos horas a la sombra de un árbol para que se recuperara de una insolación. Las noches no eran muy diferentes al día porque nadie se atrevía a dormir por culpa de los aullidos de los lobos de las montañas aun poniendo estacas de madera alrededor de nuestros campamentos improvisados, los ánimos estaban cada vez más bajos y una nube oscura se cernía sobre nosotros. Empezó con diferentes improperios hacia distintos lugares por parte de nuestro guardia tras dos noches de mal dormir y fue alcanzando su cénit a la vez que comenzaron las peleas entre nosotros.

—¡Ese es mi sitio, imbécil! — Gruñó Markus una noche al volver de detrás de unos arbustos.

—Estaba libre. — Se limitó a decir Brontë.

—Pero es mío. — Repitió iracundo apretando la empuñadura de la espada.

—Era tuyo, capullo. — El guardia asió su daga. — Ahora vete a llorar a otro sitio antes de que te abra en canal.

Dejé de colocar estacas y me interpuse entre ellos intentando calmar los humos. Sally tuvo que intervenir para convencer a Markus mientras Michael hacía otro tanto con Brontë, a ese paso sí que hubieran llegado a las manos. Luna estaba tumbada a un lado, casi sin fuerzas y tuve que velar varias noches su sueño mientras le daba parte de mi energía para que se recuperara. El sueño y yo llevábamos bastante tiempo sin vernos por hacer cada noche una guardia que intentaba darles a mis amigos unas bien merecidas horas de sueño, pero sin conseguirlo. Mientras estaba despierto en la oscuridad, leía la hoja de pergamino del antiguo Descendiente descifrando aquella enrevesada caligrafía que me ayudaba a conocer mejor mi poder y su uso. Podía sanar heridas, aumentar al límite de lo imaginable mis habilidades, crear escudos casi impenetrables y compartir mi energía con seres y algunos objetos. Aprovechaba para practicar no muy alejado del campamento cuando creía que todos dormían y trataba de ejecutar cada orden sin tener que usar palabras con resultados a veces satisfactorios y otros completos fracasos. Podía curar heridas moderadas con el pensamiento y tras varios intentos también lo conseguí con el escudo de energía de Kartag, pero no podía despertar al completo mi poder sin una orden clara, solo aumentaba mis sentidos y algunas habilidades, aunque no era igual de intenso. El mapa indicaba que llegaríamos a una aldea a la mañana siguiente y recé a quien fuera que me estuviera escuchando que pudiéramos pasar un día de paz entre paredes y techo. La fortuna me sonrió aquella vez al descubrir que era una pequeña aldea en la ladera de unas montañas bajas demasiado aislada como para que llegaran los soldados imperiales y mis carteles de fugitivo. Mis amigos durmieron durante un día entero ininterrumpidamente y devoraron todo lo que se les ponía delante como auténticas fieras. Lo bueno fue que mientras ellos dormían, yo trabajé en la aldea ganándome toda aquella comida y dejando mi deuda con la posada en unas pocas monedas de cobre que se cobró con una sonrisa del viejo posadero. Brontë seguía maldiciendo al cielo por el calor, pero era palpable lo relajada que estaba la atmósfera después de dormir y comer en condiciones. Compré sombreros para protegernos la cabeza y la cara de la crueldad del sol encontrando a mi grupo con un aspecto un tanto cómico y así dejamos atrás las cadenas montañosas del interior y nos encaminamos por las extensas llanuras del norte con la imponente visión de los Picos Amissa al horizonte que, al hacer una estimación rápida de la distancia, no serían más de dos días más de viaje. Al fin acabaría la eterna marcha a aquellas inmensas montañas cuyas cumbres estaban ocultas por un mar de nubes.

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⏰ Última actualización: Mar 05, 2020 ⏰

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