Capítulo 2
La historia del peregrino
Durante el camino al consultorio, me asaltaron las dudas. «¿Sabrá el peregrino las respuestas a las preguntas que me atormentan?», pensé. Sin embargo, había decidido que no lo dejaría en paz hasta que me dijera todo lo que supiera. Era mi mejor pista para encontrar a mi hermano. Sally me miraba con preocupación pues ya llevaba dos semanas de arduo entrenamiento y había mejorado con la espada, aquel hombre me había mostrado mi debilidad e inexperiencia. Su capa era algo que nunca había visto, era obra de brujería. Por culpa de mi negativa al descanso recetado por padre e hija, se me reabrieron las heridas y tuve que estar en observación un día más bajo los cuidados de Sally. Me curaba rápido y volvía a entrenar, no era capaz de estar quieto. Giles me seguía a todas partes, practicaba con él algunas maneras de usarlo en el combate. No oí un solo quejido salir de su pico y estaba, aparentemente, encantado. En ese entonces empecé a entender el porqué de que Luna dijera que era especial. Cuando no estuvimos a más de veinte pasos de la puerta del consultorio, me paré en seco y miré a Sally. Ella se detuvo a mi lado.
—Sally. — Empecé. — Me gustaría entrar solo. — Se quedó en silencio, mirándonos a Giles y a mí. Parecía indecisa, debatiéndose consigo misma. Me miró con decisión tras unos segundos.
—Entraré contigo. — Me dijo sin mostrar ninguna emoción. — Para que no hagas nada arriesgado.
Yo sonreí como respuesta, sabía que no me dejaría entrar solo y lo agradecí, pero en el fondo ella nunca había soportado ser la que no se enteraba de nada. De cualquier manera, necesitaba compañía para evitar perder el control y Sally cumplía perfectamente los requisitos.
—Yo también me apunto. — Susurró una voz a nuestras espaldas y, sobresaltados, nos dimos la vuelta. Luna estaba allí de pie, con un fresco vestido de algodón y un discreto colgante de plata. Parecía bastante interesada en el peregrino, Giles hizo un amago de ir hacia ella.
—No, ni se te ocurra. — Le ordené por miedo a que le clavara las garras. El halcón bajó la cabeza y no se movió de mi hombro. Me picó cariñosamente la oreja, en señal de respeto. Cada vez me gustaba más.
—¿Entramos ya o no? — Nos apremió Luna.
—De acuerdo, entraremos los tres. — Accedí. — Pero yo hago las preguntas. — Les aclaré.
Ambas asistieron. Salvamos la distancia que nos separaba de la puerta y entramos al consultorio. El corazón me latía desbocado por los nervios y me sudaban las manos. Buscamos la camilla del peregrino entre todas las que había. Cuando llegamos a la cama, descubrimos las cortinas echadas. A Giles se le erizó el plumaje y me clavó las garras en el hombro, alerta. Lo imité y puse la mano sobre la empuñadura de la espada, cada vez más tenso. Hice un gesto para que las chicas se apartasen. Cogí las cortinas y las corrí de golpe. La cama estaba vacía y la ventana que había al lado, abierta.
—¡Maldita sea! — Grité abalanzándome por la ventana. — ¡Giles, encuéntralo! — Obediente, el halcón salió por la ventana en busca del peregrino. Yo salí detrás de él, pero Sally me sujetó del brazo.
—¡No hagas nada imprudente! — Me recordó, mirándome fijamente.
Me limité a hacer un gesto afirmativo para salir por la ventana y perseguir al peregrino. Seguí el rastro de gente extrañada a lo largo del cardo hasta la puerta Norte. Era el cambio de turno en la guardia. Perdí su pista al salir por la puerta, busqué fuera de la calzada y sus huellas me llevaron al bosque. Aquello me recordó a cuando mi hermano y yo corríamos tras los ciervos, me trajo buenos recuerdos; solo que estaba solo y no perseguía ciervo alguno, sino que intentaba cazar las respuestas a mis preguntas. Giles empezó a trazar círculos por encima de un viejo roble. Decidí no alertar a mi fugitivo y llamé al halcón con mi silbato. Giles se colocó en mi hombro y se quedó callado. Me agaché en unos zarzales y observé el roble. El peregrino se encontraba sentado encima de una raíz de espaldas a mí. Decidí acecharlo un poco más para analizar mejor la situación. Todo apuntaba a que lo reduciría sin problemas, pero mi sabio padre me enseñó a no subestimar al adversario. Así que utilizaría a Giles como distracción mientras yo me acercaba por detrás y lo inmovilizaba. El audaz halcón pareció comprender su tarea e hizo su parte. El peregrino centró su atención en Giles mientras él se acicalaba las plumas y salí de mi escondrijo. Solo faltaban tres pasos para poder ponerle la mano encima, pero se dio la vuelta y me atacó con una gruesa rama que había en el suelo. Mis reflejos me salvaron otra vez esquivando el golpe y sacando inmediatamente la espada. Entonces, por fin pude ver la cara del peregrino con detenimiento. Era bastante más joven de lo que pensé, tendría cerca de los diecisiete; tenía el característico rostro con tez morena de las zonas costeras con su pelo corto a juego y los ojos marrones claro. Pude distinguir una cicatriz en la ceja derecha. Giles se posó en una rama del roble, a la espera de órdenes. Yo seguí en guardia, en busca del contraataque; aunque él había tenido la ventaja del ataque sorpresa, no me volvería a pillar con la guardia baja. Jadeaba. Si ya se encontraba débil en la cama, la carrera por el bosque le había pasado factura; parecía al borde del desvanecimiento.
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Las Crónicas Del Descendiente I: El Medallón de Lux.
AdventureEl Equilibrio es la fuerza que sostiene la realidad, pero la guerra entre los dos Dioses Primordiales ha inclinado la balanza hacia el lado de la destrucción. Con el Dios de la Vida encarcelado en las Tinieblas por su hermano divino, la tarea recae...