Capítulo 4
Mard
Cuando desperté, Markus no estaba en su cama y la brillante luz del sol se filtraba entre las cortinas de la habitación. Me senté en el borde de la cama y me estiré haciendo que mis articulaciones tronaran para terminar de despertarme. Llevé la mano a la espalda, la espada seguía en su sitio y no me había molestado para dormir. Me quité el cuchillo de cazador del cinturón y lo dejé sobre la cama. Noté las punzadas de dolor en las piernas al moverlas, las había forzado demasiado. Me puse en pie descalzo, los azulejos del suelo estaban fríos, pero limpios. Me puse las botas y revisé la bolsa, todo en su sitio. Anduve hacia la puerta para salir al pasillo, aunque las piernas me dolían, no eran más que unos simples pinchazos como los que había sufrido muchas veces. Salí, todo estaba en silencio. El suelo del silencioso pasillo era del mismo azulejo que el de las habitaciones y con muebles de caoba se vestía el vacío de sus paredes. Me paré frente a la puerta de la habitación contigua y pensé en llamar, pero era posible que las chicas todavía estuvieran durmiendo. Continué hasta la escalera de piedra con su pasamanos de madera de ébano. Todo bastante lujoso y elegante, también era de esperarse al valer no menos que una moneda de oro por cada uno de nosotros.
—¿Has dormido bien, cielo? — Me preguntó la dueña con una sonrisa en su cara regordeta al bajar. Sus ojos tenían un brillo cariñoso y amable.
—Sí, señora. — Le contesté cortésmente. — Mejor que en mucho tiempo.
—¿Queda alguien en tu habitación? — Salió de detrás del mostrador y se arregló el moño que recogía su pelo donde la plata de la edad ya hacía acto de presencia. — Es para poder limpiar.
—No hace falta. — Respondí — Ya recogeremos nosotros. — Pequé de desconfiado, un hábito que aprendí de mi padre.
—No te preocupes, cielo. — Me dijo — No voy a robar nada y de cualquier manera la guardia pasa por aquí una vez al día. — Sonrió más. — Tus amigos me han dicho lo mismo.
—¿Ya están despiertos? — Pregunté bostezando.
—Sí, hace un rato que están en el comedor. — Me señaló una puerta lateral. — Al menos dos amigos tuyos, la otra joven sigue en su habitación.
—Gracias, señora.
—No hay de qué, pero puedes llamarme Rosalía. Me haces parecer vieja. — Me dijo con un tono amable. — Y nada de armas, ya se lo dije a tu amigo. — Añadió más severamente señalando mi espada.
—No se preocupe, ya me la quito. — Mientras hablaba, fui soltando las correas del arnés. — Ya está. — Me quité el arnés con la espada y lo sostuve en alto.
—Mejor. — Me contestó claramente aliviada. — No quiero problemas en esta casa.
Dando aquella agradable conversación por acabada, entré al comedor con la espada en la mano. Lo primero que me recibió al entrar fue una mole peluda saltando hacia mí con su lengua babosa fuera y las patas por delante. Puse la mano en la empuñadura de la espada, pero el animal fue más rápido y la espada cayó a un lado. Caí de espaldas, el golpe me dejó sin aire en los pulmones y el perro me empezó a lamer la cara.
—¡Para, para! — Grité entre risas, su lengua me hacía cosquillas en la cara y sus patas juguetonas evitaban que me levantara.
—¡Mario, ven aquí, chico! — Lo llamó la voz dulce de Luna desde alguna parte, no podía ver nada por culpa de Mario. El perro se apartó por fin y pude coger aire y sentarme. Cogí la espada que había caído a mi lado. Me incorporé con toda la cara babeada y no me gustó nada la sensación.
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Las Crónicas Del Descendiente I: El Medallón de Lux.
AdventureEl Equilibrio es la fuerza que sostiene la realidad, pero la guerra entre los dos Dioses Primordiales ha inclinado la balanza hacia el lado de la destrucción. Con el Dios de la Vida encarcelado en las Tinieblas por su hermano divino, la tarea recae...