Capítulo 10. "El emperador" (Corregido)

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Capítulo 10

El emperador

A la mañana siguiente muy temprano, me desperté con la mitad del cuerpo de Luna encima del mío y la cabeza apoyada en mi pecho; cada vez que expiraba, me recorría un cosquilleo. Me deslicé fuera de la cama con cuidado para no despertarla, recogí mis cosas para la cita con el emperador. Luna se revolvió entre las sábanas durante unos segundos moviendo el brazo por el lado en el que antes dormía, buscándome. Se incorporó de repente, me acerqué por el otro lado de la cama y le toqué el hombro.

—Tranquila. — Le dije y volvió su mirada adormilada hacia mí. — Voy a reunirme con el emperador, tú puedes quedarte aquí y seguir durmiendo.

—Claro. — Contestó suavemente. — Gracias, Ángel, de verdad...

—Duerme. — La ayudé a tumbarse e inmediatamente regresó a los brazos de Morfeo, no pude evitar dejar un beso en su frente.

Salí de la habitación cerrando la puerta con delicadeza. El ruido de varios pares de botas acercándose me puso en alerta, mi tío avanzaba por el pasillo seguido por dos soldados con armadura y lanzas. Había algo en la mirada de mi familiar que me preocupó. Levantó la mano y los guardias se detuvieron, su capa púrpura de capitán ondeó dándole un aura de poder.

—¿Qué ocurre? — Le pregunté en voz baja. — ¿Ha ocurrido algo?

—Sobrino, no puedo decírtelo todo ahora. — Respondió con pesar. — El emperador te espera.

—Pero... — Me calló con una mirada. — De acuerdo.

Me condujo por la zona principal hasta unas grandes puertas de roble vigiladas por cinco guardias armados con lanzas y espadas. Se apartaron con un gesto de su capitán, abrieron las puertas y me volví hacia mi tío.

—Les prometí a algunos de mis amigos que hoy les ayudaría a entrenar. — Le dije. — Si no llego antes de que se despierten, cúbreme. — Le pedí.

—Descuida. — Me contestó. — Adelante. — Me dio un último apretón en el hombro.

Entré sin vacilar y las puertas se cerraron detrás de mí. La sala de audiencias no era tan imponente como pensé en un principio, pero, aun así, era impresionante. Una alfombra roja y dorada cortaba el suelo de mármol creando un pasillo que llevaba a tres sillas curul hechas de madera de ébano y oro bajo un arco de caliza con escenas cinceladas en él mientras lo sostenían dos grandes columnas de mármol. Dos hileras de braseros de bronce pulido bordeaban la alfombra hasta las sillas otorgándole luz y calor a la estancia. En el lado derecho de la sala colgaba un estandarte escarlata con el escudo del Imperio de Canmos con el rico bordado del águila bicéfala sujetando el sol con las garras sobre el himno del Imperio, «Plus ultra» o «Más allá», junto a un mapa gigantesco de todos nuestros territorios y los reinos vecinos. Sin embargo, no se veía al emperador por ninguna parte e imaginé que se habría olvidado de nuestra reunión. Escuché una puerta abrirse y me giré hacia la puerta por la que había entrado, pero permanecía cerrada. Un trío de voces resonó por la sala y dirigí la mirada hacia su origen, las tres personas que salieron de detrás de una de las columnas. El primero y mayor, supuse que sería el emperador, tenía el rostro ajado por el sol como mi tío por sus viajes, arrugas cerca de los ojos y vestía con sencillez, una toga blanca y la corona de laureles de oro como único adorno; le acompañaban dos jóvenes y reconocí rápidamente a Armida por su pelo y el vestido que llevaba anoche y al segundo por el gran hematoma en un lado de la cara, el noble engreído. El emperador esbozó una sonrisa cuando me vio mirando los tapices, Armida sonrió tímidamente, bastante sorprendida de verme allí, y al restante le saltaban chispas de ira por los ojos sin soltar la empuñadura de su espada. Se sentaron en las sillas y me coloqué frente a ellos, incliné un poco la cabeza en señal de respeto.

Las Crónicas Del Descendiente I: El Medallón de Lux.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora