III. XVII

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Desperté.

Otra mañana muy a mi pesar.

Invierno ese año estaba terriblemente más agresivo que de costumbre.

Maldije por haberme perdido en el siglo XVII y que tal vez nadie hubiera notado mi ausencia.

—Estúpido León —dije en voz alta—. Maldita máquina del tiempo... ¡Pero qué pendejada! —salí de mi casa por el correo. Empecé a leer las cartas mientras seguía maldiciendo.

¡Maldito el día en que decidí jugar con él en el kínder! Si simplemente le hubiese dicho que no me interesaba su máquina de toques jamás habría terminado en esta incómoda situación.

Aún recordaba a la perfección ese horrible día, 3 meses atrás.

"— ¡Demian! Ya sé cuál será mi nuevo invento —gritó feliz entrando a mi casa.

—Hola, León—le saludé comiendo mi cereal—. ¿Qué es esta vez?

— ¡Una máquina del tiempo!

— ¿Y cómo logrará eso Dr. Emmett L. Brown? —me burlé de él.

—No es tan radical... pero más o menos —sonrió.

—Podrías empezar con portar un reloj —sugerí.

— ¿Y eso por qué?

—Me parece que no llegaremos a tiempo a la escuela.

—Pero vengo a tiempo... —dijo León mirando el reloj de mi cocina.

—Noup, se te ha hecho 10 minutos tarde —dije tomando mi mochila—. Let's go!

Pasó una mañana normal hasta que saliendo de la escuela me encontré con León, quien ya llevaba los primeros planos para su nuevo invento.

—Empezaremos a construir a las de ya —dijo emocionado.

—Yo no...

—Ah sí, ¡tú sí! Me ayudarás, necesito una mano.

—Okay... acepto la idea de que tu necesites "una mano" pero... ¿por qué las mías?

—Porque aunque no lo aceptes, eres un gran inventor.

—No lo soy.

—Sólo sabes negarlo, pero deberías aceptarlo, serías increíble.

—No —dije serio.

—Bueno... entonces no y ya.

—Gracias.

—Pero igual me ayudarás.

—Pues ya que —dije resignado—. Igual no tenía nada mejor qué hacer esta tarde.

Apenas llegamos a su casa nos encerramos en el sótano, que era donde generalmente trabajábamos, y empezamos a construir. Estuvimos trabajando toda la noche, pero no acabamos hasta el 3er día.

Nuestro producto final fue un tablero de control conectado mediante gruesos cables una especie de tarima con un semicírculo vertical mediante el cual se formaba el portal. Todo hecho de un fuerte metal brillante.

—Muy bien... —dijo León mirando nuestro extraño artefacto—. Creo que ya está.

—Pues adelante, tú entras y yo te espero aquí —sonreí abriéndole el portal, que se presumía oscuro e incierto.

—No. ¿Cómo crees que yo sería tan desconsiderado? Pasa tu primero.

—Yo no quiero —dije seguro

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