XXVII. Departamentos

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—Mary... Despierta —escuché canturrear.

De pronto fui consciente de la enorme cantidad de luz que entraba en mi habitación. Yo había cerrado las cortinas anoche... Algo iba mal.

—Son casi las 10 —escuché la voz de nuevo—. Y sólo para que estés enterada... No he desayunado.

—Vlad, largo de aquí —aventé un cojín esperando darle en la cara.

—Me lanzaste un cojín, eso es buena señal. Significa que ya estás despertando.

— ¿Qué quieres? —me incorporé.

— ¡Sí! ¡Eso es exactamente lo que quería! —gritó lanzándome un flash.

—Perfecto —me dejé caer en mi cama—. Ya tienes material suficiente para humillarme, ahora puedes irte.

 —Verás, ésa no es mi verdadera intención.

 — ¿Entonces qué es lo que quieres?

 —Que me prepares hot-cakes. Y... En caso de que no quieras que esta foto sea esparcida por toda la universidad también te sugeriría que me hicieras jugo de naranja.

 —Eres la persona más cruel que conozco.

 —Me adoras —dijo saliendo del cuarto.

 —No, no te adoro —me levanté de la cama y me estiré un poco. Miré mi habitación. Cómo me gustaba mi cuarto. Cómo me gustaba ese departamento. Cómo me gustaba vivir en España. ¡Cómo me gustaba mi vida en ese instante!

Caminé hacia la cocina tratando de recordar si tenía todo lo necesario para prepararle el desayuno a Vladimir. Creo que me faltaba más leche...

Vlad estaba tirado en mi sofá leyendo algo en su iPad... O seguramente jugando Fruit Ninja.

 — ¿Cómo entraste?  —le pregunté dirigiéndome a la cocina.

 —La llave que tienes encima de la puerta.

 —Ahora es justo el momento en el que me arrepiento de tenerte tanta confianza —abrí el refrigerador sacando los ingredientes. Al parecer sí alcanzaría la leche.

 —No te arrepientas. Es bastante divertido.

 —Entras a mi departamento sin avisar, haces que me levante temprano un sábado por la mañana y luego me exiges que te prepare el desayuno. Dime, ¿qué tiene eso de divertido?  —empecé a hacer la mezcla.

 —Un día será una buena historia para contarles a tus hijos.

 —No lo creo —encendí el radio y me alegré al darme cuenta que estaba esa estación con el muchacho de voz agradable que ponía música agradable.

 —Mira, admito que podría ir a desayunar a Vips, pero explícame en dónde estaría la diversión entonces.

 —En que no lavarías los platos.

 —Disculpa, creo que no te entendí muy bien...

 —Sí, lo entendiste. Vas a lavar los platos. ¿Es que acaso crees que se lavarán solos?

 —En realidad creo que tú podrías lavarlos —sonrió alegre.

  —No, perdiste.

 —Está bien —suspiró—. Sólo lo haré porque tú me haces sentir mal. Como si te explotara.

 — ¡Tú me explotas! Estas cosas no se hacen. Es algo grosero.

 — ¿Ah, sí? Pues dime quién es tu mejor amigo.

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