XXXI. El consuelo para ella

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Demian ya no estaba. Demian en realidad había desaparecido.

Después de la servi-nota y casarme con Vladimir no lo había vuelto a ver. ¿Cómo ir a besarlo cuando llevaba un anillo de matrimonio?

Pasaron algunos meses y una mañana cualquiera en que Vladimir había salido a hacer sus negocios, no regresó nunca. Jamás regresó porque lo asesinaron.

Y al enterarme, en vez de soltarme a llorar, corrí a la taberna a buscar a Demian. Vaya sorpresa que me llevé cuando me dijeron que en ese lugar nunca había trabajado un chico con tal nombre y esas particulares características.

Ir a su casa dio el mismo resultado: Vacía. Cual si él nunca hubiera existido.

Pero yo no estaba loca. No. Él en serio existía.

Sólo que él se había ido a algún otro lugar.

Cuando le llegué a preguntar de dónde era me contestó que de un lugar muy lejano, que ni contar kilómetros merecía la pena. Cuando le pregunté cuánto tiempo pensaba quedarse me dijo que sería todo el que yo estuviera con él.

De modo, que si yo no estaba con él... Él ya no tenía razón para quedarse allí.

Todo, al final, era mi culpa.

Al igual que otras veces, merecía lo que estaba sufriendo.

Yo y mis malditas malas decisiones.

— ¿Está lista, señorita Mária? —me llamó Rosa.

—No iré —contesté aún desde la cama.

—Su padre se enfadará si no sale.

—Me importa poco.

—Por favor. El conde que ha venido a verla apenas es un muchacho, igual que usted.

—Un conde español... Me tiene sin cuidado.

—Mária —entró llamando a mi habitación una voz que casi me hace llorar.

— ¿Qué sucede? —pregunté disimulando mi voz.

—Levántate —tiró mis cobijas al suelo.

De mala gana me puse en pie y lo miré desafiante.

—No quiero ver al conde —declaré.

—Sabes perfectamente que en cuanto se vayan voy a darte lo que mereces.

—Sí, pero ahora no permitirías que me vieran medio descosida.

—En 10 minutos te quiero allá abajo.

En cuanto mi padre salió, Rosa me ayudó a enfundarme en un vestido rojo. Según entendí, este conde era uno de mis posibles pretendientes.

Primero Demian se había ido.

Después asesinaron a Vladimir, mi único apoyo.

Y ahora, nuevamente querían que me casara.

Entrega a tu hija y tus negocios estarán asegurados.

Qué vida tan asquerosa...

Un conde.

Me iban a casar con un conde español. Aún si me encantaban los españoles, si no era Demian nadie me importaba.

Esas personas desagradables siempre deseando tener más propiedades, más dinero, más de todas esas cosas materiales. A ellos no les venían los sentimientos.

Me miré en el espejo una última vez antes de bajar y me quité el color rojo de los labios. ¿Qué pensaban? Yo tenía 15 años, no 25.

No entendía a la sociedad haciendo adultos a los que apenas hacía unos días eran niños.

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