—Demian, abre los ojos —dijo una voz estática que pretendía sonar tranquila—. Demian, te estoy hablando. ¿Puedes oírme?
—Sí —me limité a decir, pero no abrí los ojos. ¿Para qué? Siempre era la misma habitación. Pese a que me daban infinidad de calmantes, desgraciadamente, eso no me salvaba de la realidad.
—Bien. Vamos a hacerte unas pruebas. Sólo queremos que respondas algunas preguntas.
—No —supliqué bajo—. No más pruebas.
—Debes hacerlas.
—Ya no quiero. Estoy cansado —me recosté en el suelo.
— ¿Cansado de qué?
—De esto. Son... demasiadas pruebas.
—Es por tu bien. Ahora siéntate a la mesa.
— ¿Qué me van a hacer?
—Sólo siéntate aquí.
La voz de ese hombre era diferente. No parecía tener malas intenciones, aunque ya me había topado con voces así antes. Sin ganas, me forcé a abrir los ojos, levantarme del suelo y caminar a hasta la mesa. Cada paso que daba era igual de doloroso que romperme los huesos. Mantenerme atento a algo era igual de difícil. Tenía demasiado sueño, pero jamás
lograba dormirme.Apenas me senté me pusieron muñequeras con cables que conectaban a una máquina que yacía sobre la mesa. ¡Qué curioso! Esa maquinita tenía colores brillantes. ¿Qué sería esta vez?
Seguramente algo perverso. Siempre era algo perverso.—Empecemos —dijo el doctor sacando unas hojas y poniéndolas sobre la mesa—. ¿Cuál es tu nombre?
—Demian.
— ¿Sólo Demian?
—Demian de Montenegro Briel.
— ¿Cuántos años tienes?
— ¿Diecinueve? No sé, no estoy seguro.
— ¿Sabes cuánto tiempo llevas aquí?
—Dos... —dije y luego traté de hacer cuentas—...Tres —me sobé la cabeza. Me dolía —. Tres años.
— ¿Y sabes por qué estás aquí?
—Pues... El cuadro II de Héroes del silencio — reí nuevamente. Era un chiste personal—. También a mi madre llorando y diciendo que era por mi bien —suspiré.
— ¿Algo más?
—Recuerdo a mi hermana. Crystal... ¿Ya cumplió 15? Le había prometido que conseguiría que León fuera su chambelán. Ah, también León. Era mi amigo, ¿verdad?
—Así es.
—Le gustaba inventar cosas raras —dije y al instante recibí toques ligeramente altos.
—Él jugaba fútbol americano.
—No, se equivoca; no era americano, era soccer —dije para divertirme un poco. ¿Querían volverme loco? Yo también podía ser exasperante si me lo proponía.
— ¿Algo más sobre él?
—Oh sí, jugábamos soccer todo el tiempo. Todo el tiempo mientras no estaba ayudándolo a construir sus invenciones locas —nueva descarga.
— ¿No estás un poquitín confundido?
—Me parece recordar algo más. Sí... él también iba a clases de natación —dije fingiendo completa seguridad. A los doctores les encantaban las mentiras.
— ¿Otros amigos? ¿Novias?
—Creo que me gustaba alguien...
— ¿Te refieres a Alexia?
—Alex no... Ella era mi amiga, pero me refiero a otra chica...
— ¿Qué chica? —escuché cómo su voz se tensaba.
—Otra chica —miré su rostro en mi mente.
— ¿Cómo era su cabello?
—Bonito, igual que ella. Largo, ondulado y castaño —descarga.
— ¿Su nombre?
—Mária Black —dije sin problema para recordar. El doctor estuvo a punto de presionar el botón para toques, pero yo ya no me sentía capaz de recibir otro—. ¡Solo era una chica! ¡Rayos...! —alcé la voz y alejó su dedo del botón.
—Muy bien. ¿Dónde la conociste?
—Afuera de mi casa —contesté tallándome la cara con la mano derecha.
— ¿Qué día?
—El 16 de febrero de 1642 —grité fuertemente sin darle oportunidad de si quiera reaccionar.
Aventé la mesa y salí corriendo por la puerta que, no notó, había dejado abierta.
Corrí por los pasillos intentando salir de ese manicomio, pero no pasé desapercibido. Nunca nadie pasaba desapercibido, y mucho menos escapaba. A veces olvidaba dónde estaba y hasta cómo me llamaba, pero nunca olvidaba a Mária. Sabía perfectamente que nunca la encontraría estando atrapado en ese sitio, por ello siempre estaba intentando escapar.
Pero siempre me atrapaban, igual que antes, igual que esta vez.
Los primeros meses que pasé allí me tenían en un cuarto con ventanas, algo normal. O casi, porque las ventanas ni se abrían. Después de intentar escapar tantas veces y de reincidir en creer que Mária existía, me mandaron a un "cuarto especial".
Cuando tenía 12 años me encantaba ver películas de terror y en algunas, las víctimas terminaban en cuartos como esos: de colchones. Dicen que así impiden que me haga daño, pero nunca he intentado ni pellizcarme.
Pero allí era así. Todo aquel que no fuese doctor, debía estar irremediablemente loco.
Yo no.
Ciertamente, había momentos en los que perdía la cordura, pero ¿quién no la perdería estando encerrado todo el día en un lugar sin ventanas y donde no da la luz solar?
Sin embargo, el tiempo que no estaba dopado, dormido o perdiendo la razón, pensaba en Mária. Podían hacerme lo que quisieran: encerrarme, drogarme, intentar hacerme creer en una vida que no era la mía, incluso torturarme, pero nunca lograrían hacerme creer que ella no existía. Nunca lograrían hacerme decir que yo no creía en ella, y si en algún momento en mí existió algún atisbo de duda, bastó recordar su mirada y sus besos para estar certero.
Jamás dejaría de intentar llegar a ella, porque la amaba. Igual y nunca lograba salir de allí, pero al menos, Mária vivía en mis recuerdos.
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Viajantes
FantasyUn ser con habilidades extraordinarias se encontraba solo y aburrido en algún lugar. Para matar su hastío creó una senda y esperó. Ésta en realidad era una senda que NO debía ser recorrida por nadie, a menos que no le importase dar su existencia par...