XXXVI. El final, ¿o el comienzo?

54 3 2
                                    

Una fiesta, ¿qué mejor para obtener placer sin sentir culpa? Y no cualquier clase de placer, no, no. Placer con mujeres de alta sociedad... Princesas también.

De cualquier manera, también habría condesas y considerando mi título, era lo menos que podía merecer... Sin embargo la costurera del otro día era la excepción en mi larga lista debido a que... Ella era demasiado buena.


Una fiesta, ¿qué mejor para obtener placer sin sentir culpa? Y no cualquier clase de placer, no, no. Placer con hombres de alta sociedad... Príncipes también.

De cualquier manera, también habría condes y considerando mi título, era lo menos que podía merecer... Sin embargo el músico del otro día era la excepción en mi larga lista debido a que... Siempre he tenido debilidad por los músicos.


—Y pensar que hacen esta fiesta para conseguirle esposo a una francesita —comentó León cuando aún íbamos en el carruaje camino a la fiesta—. ¿Tú le pedirás un baile?

—No —contesté seguro—. ¿Tú?

—Yo de menos le pido unos 20.

—Es que como que las francesas no me gustan mucho...

— ¿Pero cómo? Si tienen todo bien acomodadito.

—Eso ni quién se los niegue, pero tienen algo en su rostro que no me termina de convencer. Y si les gustas, se te pegan toda la noche. Son muy acarameladas.

— ¿Qué esperabas? Son francesas. Yo amo a las francesas.

—Sí, pero ellas siempre esperan que les digas cosas que las hagan suspirar. Y yo... Yo sólo sé hacerlas gemir.

—Perfecto —rió—. Eso sí que es admirable, pero entonces, ¿a qué has venido a esta fiesta?

—Bueno... Habrá inglesas... Y las inglesas sí que me gustan.

—La ventaja de las fiestas es que hay mucho de dónde escoger.

—También he oído que han invitado a las Sforza. Ya sabes, las italianas que viven a las afueras de la ciudad.

—Y no te olvides de las Fernández.

— ¿Cómo olvidarlas? Nuestras bellísimas, por no decir otra cosa, compatriotas.

— ¡Viva España!

— ¡Que viva!

—Y disfrutemos bien porque esta es nuestra última noche en Inglaterra.


—Pues no sé —dudé en algún punto de la conversación que tenía con la duquesa Crystal en los aposentos de la misma—. Como que a mí los franceses no me atraen.

— ¿Cómo dice eso, princesa Mária? —exclamó sorprendida.

—La verdad no es para menos. Mira, yo con los ingleses podría intentarlo, y he oído que los italianos tampoco dejan mucho que desear. No es por menospreciar y lamento si te he ofendido.

—No, claro que no —negó con la cabeza—. En ningún momento me ha ofendido. Aquí entre nos, a mí tampoco me agradan mucho.

Ambas reímos.

—No, ya ni tanto por los ingleses —negué con la cabeza—. Yo por los que me desvivo es por los españoles.

— ¡Por supuesto! —Concordó Crystal—. Los españoles —suspiró.

ViajantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora