Capítulo 20

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Kirvi

-¡Herida con arma blanca!

-¡A la sala de operaciones, ya!

-Kirvi..., todo estará bien.

Todo se oía lejano, todo se veía borroso. Me estaba yendo, no me importaba, quería irme. Un tubo del tamaño de mi cara se acercó a mi boca para taparme la. Mi respiración era débil, tan débil que me desgarraba los pulmones.

El pitido de la máquina que anunciaba mi final empezó a pitar.

-¡Se va!-el grito fue como música para mis oídos.

-Resiste, mujer.-pronunció una boca demasiado cerca.-Por tu familia.

Por mi familia. ¿Para qué? Estarían mejor sin mí.

-¡Hay que empezar ya, prepárense!

Fue lo último que oí, cerré los ojos y desaparecí de esa habitación oscura con personas vistiendo de verde. Me fui a otro mundo, un mundo que habitaba en mi cabeza. Por primera ven en toda mi maldita vida me adentré al completo en él. Era un planeta diferente, no parecía el infierno como el que habitamos los humanos. ¿Nunca os pusisteis a pensar en que el planeta Tierra podría ser el infierno de otro planeta? Pues yo sí. Nadie es feliz en la Tierra, ni el rico ni el pobre.

Observé las manos de mi nuevo cuerpo; pequeñas junto a unos largos y suaves dedos. Vestía un vestido blanco, en mis hombros descansaban las puntas de un cabello ondulado y negro. Bajé mi mirada a los pies y vi que tenía los pies descalzos. Delante de mí se encontraba la naturaleza, la naturaleza que no existe en la Tierra, naturaleza pura y dura. El cielo azul brillaba gracias a la luz del sol dando vida a los árboles acompañados con la armonía de la paz. La yerba que vestía el suelo acariciaba mis pies con delicadeza y cuidado, el aire cálido bailaba a mi alrededor acompañado del canto de los pájaros mientras sobrevolaban el cielo, libres y felices. Sentí la sonrisa que se formaba en mi cara, sonreí aun más.

Me agaché para arrancar una rosa amarilla. Eso era el país de felicidad, el amarillo ya no era una amenaza. El olor de la rosa era como el de un antibiótico, la tiré al suelo con el pánico recorriendo mi cuerpo.

El respiro ahogado me invitó a la fuerza para volver a ver a las personas verdes. Se movían con agilidad, seguían borrosos, seguía en la Tierra. El desfibrilador volvió a levantarme con brusquedad devolviéndome a la realidad por completo.

Cerré los ojos y intenté irme de nuevo, como cuando te despiertas en medio de un sueño y quieres volver a él para saber que pasará después. ¿Lo mío era un sueño o era el paraíso? Prefiero lo segundo.

-Liiiiiissssto.-se oyó una voz demasiado lenta.

¿Listo qué?

-Felicidaaadeess.-volví a oír.

¿Felicidades porqué? No, no, no, ni felicidades ni nada. Matadme, ¡matadme!

-Matadme.-siseé sin fuerzas.

-Doctor, está hablando.

-Matadme.

No veía nada, tenía los ojos cerrados ya que pesaban demasiado, era imposible abrirlos, no quería abrirlos.

-No le hagáis caso, será por el estado de shock. ¡Sacadla de aquí!

Volví a irme, pero esa vez no hubo ni árboles ni pájaros, solo oscuridad. Aun así prefería tal oscuridad a volver al mundo real o al infierno, como prefieras llamarlo.

(...)

-Buenos días.

Buenos días, Junaid.

-Buenos días, Junaid.-respondió la voz de mi madre por mí.

-¿Qué tal está?

-Ni idea, hijo.

El silencio inundó el ambiente de repente. Ni la voz de Junaid ni la de mi madre volvieron a meterse por mis oídos. Simplemente, me dormí.

Abrí los ojos, blanco, solo vi el color blanco del techo. Iba vestida de blanco, unos finos cables conectaban con mis brazos. Máquinas, había máquinas. Hospital. Exacto, estaba en un hospital, viva. Adiós paraíso.

-Kirvi...-su tono de voz revelaba que estaba cansado.-Ey, buenos días.

Junaid me agarró la mano para acariciarla con suavidad.

-Por fin te despiertas.-su mirada se adentró en la mía preocupada.-Nunca más vuelvas ha hacer eso. ¿Por si acaso tú también quieres clavarme una daga?

Se arrodilló al lado de la camilla con su mano aún en la mía. Llevó sus carnosos labios a mis dedos y los acarició con un beso.

La puerta de la habitación se abrió haciendo que Junaid se levantara tan rápido como pudo mientras soltaba mi mano. Mi madre entró con una sonrisa junto a unas lágrimas en los ojos amenazando por deslizarse por sus mejillas. Después de ella entró mi padre junto a mis hermanos. Se lanzaron hacia mí uno por uno regalándome abrazos llenos de amor y caricias.

Allí, en esa blanca habitación, fue donde me di cuenta de que deseaba tanto la muerte que me olvidé de lo que dejaba atrás. No estaba sola y eso la mayoría de veces se descubre en la habitación de un hospital estando entre la vida y la muerte. La vida y la muerte, dos lados opuestos. Es como en una guerra, tu bando siempre es el bueno, sea cual sea. ¿Qué pensarán de nosotros los que están en la muerte? ¿Viven o mueren en la muerte?

Vinieron y se fueron familiares. Nader y el pedófilo de metros, que se llama Samuel, vinieron a visitarme ya siendo amigos. No hablé con nadie, la lengua me pesaba. Solo observé y sonreí cansada.

Junaid no se movió del sillón que se encontraba a mi lado. Eran ya las tantas de la noche y seguía sin querer levantarse. Mis padres salieron hacia la cafetería confiando en Junaid.

-Junaid.-susurré casi sin voz.

Giró su cabeza hacia mí alertado.

-¿Trabajas mañana?-pregunté afónica.

-Sí, pero tranquila, ya llamaré para cancelarlo.-contestó entrelazando sus dedos con los míos.

-Ni hablar, levántate que mi padre ya está demasiado enfadado por estar tanto contigo, y también, tu trabajo primero.

-Vale, ya me iré, solo un poco más.

Asentí mientras jugueteaba con sus dedos fríos y temblorosos.

-¿Qué somos?-murmuré con la voz entrecortada.

-Amigos, ya te lo dije.

-Amigos...-repetí pensativa.

Desaté mis dedos de los suyos y posé mi mirada cansada en la suya.

-No me basta.-susurré.

-No puedo darte más, lo siento.

-Y yo no puedo dar tan poco, lo siento.

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Otro capítulo de regalo para que sepáis que os amo ;).

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