Epílogo

194 26 5
                                    

Kirvi

Caminé por las calles contemplando cómo la luz del sol iluminaba mi alrededor. Podría decir que me sentía igual de feliz que Charlie Chaplin con su bastón o Bob Esponja con su espátula, pero no sería cierto. Me sentía yo misma mientras disfrutaba la vida. Descubrí que no solo los gatos tienen siete vidas, los humanos también las tenemos, incluso tenemos más. No llegamos a morir físicamente, sino que lo hacemos espiritualmente. Si queremos volver solo debemos tener suficientes ganas de vivir.

Pasaron seis meses. Seis meses en los que vi cómo Sara se montaba en un coche junto a Dounia y desaparecía de mi vida con su humor de perros de siempre. Vi como enterraban a Nader y también vi como enterraban a Samuel. En un funeral vestida de blanco y en el otro vestida de negro. Vi cómo Junaid se peleaba con la habitación acolchada del psiquiátrico. El hombre que creía ser más fuerte que yo resultó ser mucho más débil.

Llegué a la calle a la que esperaba llegar. Observé la vieja casa de Junaid y visualicé a sus nuevos habitantes a través de la ventana. Me acerqué y me senté en el segundo escalón.

Recordé las veces que estuvimos en esa casa. Creía tocar el cielo al saber que alguien me quería y que no fuera de mi família. Ahora esas cosas ya no importan. A través de una mala racha se aprende una buena lección.

Siete meses más tarde...

-¡Elias, prepara la mesa ya o como yo sola en la cocina! -amenacé bajo su resistencia.

-Se supone que eso es trabajo de mujeres, no de hombres.

-Si sipini qii esi is tribiji di mijiris, ni di himbris -le imité con voz burlona-. He dicho a poner la mesa o te meto esta cuchara por donde te va a caber. -Alcé la cuchara con la que segundos atrás revolvía el Cuscús de un lado a otro.

-¿Me ves cara de maricón? -Me desafió con la mirada.

-De lo que te veo la cara es de idiota. -Le reté con la mirada.- ¿Qué te parece si dejo de trabajar y nunca vuelvas a recibir ni un duro de mi parte? -Me miró desconcertado mientras enarcaba una ceja, un gesto que provoca mares dentro de mí- ¿Qué? ¿Trabajar fuera de casa no era cosa de hombres?

-Eso es diferente. -Baja al final la maldita ceja.

-No es diferente. Las tareas las hacen por igual las mujeres como los hombres. Lo que hace la sociedad de eso de que solo las mujeres hacen estas tareas de casa se llama esclavizar. -Subí y bajé la cuchara en el aire en forma de aviso.- No tienes por qué colaborar con ellos, intenta ser mejor que ellos y lo conseguirás. Además, el aprender a hacer las cosas por ti mismo hará que no tengas que depender de nadie, ni tampoco hará que dependas tanto de una mujer, aunque no hay persona en el mundo, ni las propias mujeres, que no pueda depender de una mujer del todo. Y el aprender las tareas de casa es un modo de supervivencia desde mi punto de vista. Si algún día te quedas solo, ¿cómo harás para comer? ¿Comerás comida procesada el resto de tu vida hasta acabar muerto de un cáncer? ¿Quién te limpiará la casa? ¿Vivirás rodeado de tu propia mierda?

-¿Te has hecho feminista? -Una sonrisa se asomó por la comisura de sus labios.

-No hace falta ser feminista para darse cuenta de cosas tan obvias. -Me contagié de su sonrisa.

-Bueno, vale, haré la mesa -siseó y empezó con su maniobra.

Sonreí aún más por la lección que acababa de darle a un pequeño adolescente y fui hacia el comedor con el plato de Cuscús en la mano. Lo dejé en la mesa y en el momento el timbre retumbó la casa.

-¡Ya abro yo! -grité a pesar de que todos estaban a mi lado.

Mientras me reía por mi jugarreta caminé hacia la puerta. Estaba feliz. Demasiado feliz para mi edad. No me importaba si se avecinaba una gran tormenta, solo importaba que estaba feliz. Cuando dejé de buscar la felicidad, ella me encontró por si sola. Y eso fue después de haber comprendido que la vida no es una mierda, sino que las personas la hacen una mierda.

Todos Somos Africanos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora