Capítulo 23

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Kirvi

Sus palabras crearon la sonrisa inconsciente más satisfactoria que mi cara ha sentido jamás. Eso era lo que quería oír. Necesitaba que alguien me protegiera de mí misma y eso me estaba ofreciendo él en ese momento. La vida se iluminó un poco tras sus palabras, sus bellas y dulces palabras. Mis manos acariciaron su pecho para después desplazarse hasta abrazar su cuello. Mi labios cubrieron los suyos en un suave beso que iba cargado de todas las palabras que no se decían, de esas palabras que solo flotaban por el aire deseando ser pronunciadas.

— Es difícil protegerme de mí misma — susurré encima de sus labios.

— Haré lo que sea necesario — sonrió para volver a besarme de nuevo.

Abrazó mi cintura para después elevarme y dar vueltas sobre sí mismo mientras gritaba de alegría.

— ¡Junaid! — grité en medio de risas descontroladas.

No os emocionéis, no estaba feliz. Reír no quiere decir ser feliz. Soy una agua fiestas, lo sé. Pero déjame contarte más sobre esta linda historia. Una historia jamás contada.

Ese día fue uno de los mejores de mi vida, no lo niego. Era de noche pero la luna nos iluminaba. La luna, ese pedazo de piedra que no se cansa de estar solo. ¿Realmente se amaron alguna vez, ella y el Sol? Yo creo que sí. La luna era la típica chica tímida y virgen. Entonces llegó el Sol, brillando como la estrella que es y la conquistó con su sonrisa. A ella se le cayeron los libros al chocar contra él y con la primera mirada se enamoraron. No mucho después, el universo se puso celoso y explotó alejando a los dos enamorados dejándoles solos y tristes. Por lo menos ella podía flotar, yo vivo cargando sobre mí a la maldita gravedad. Sí, estoy más para allá que para acá.

Corrimos, jugamos, charlamos, besamos, abrazamos, vivimos...

— Es hora de llevarte a casa — habló mientras mirábamos el poder del amanecer.

El Sol, después de recorrer bastante llegaba a donde se encontraba la luna para encontrarse con su vieja amada. Justo al llegar, ella desaparece. Boom, la maldición del amor.

— Sí, será mejor — dije afónica.

— ¿Qué te pasa? — se alarmó rodeándome la espalda con el brazo para levantarme hacia él.

— Aún no se ha curado del todo — miré a mi pecho.

— Ven, vámonos que ya son las siete.

Llevó mis brazos a su cuello para levantarme como una princesa en su brazos. Llegó al coche aún alarmado y preocupado. Me sentó en el asiento del copiloto. Al llegar a mi lado, arrancó el coche de mi padre en dirección mi casa. Yo, aún haber estar riendo y disfrutando de él al máximo, estaba perpleja y embobada. Culpa de las medicinas y la pérdida de sangre.

— Es normal que estés así — interrumpió al silencio — El médico me dijo que es normal después de una operación como la que tuviste.

— Ya... — dije sin saber qué decir.

Giré mi cabeza hacia él.

— ¿Cuándo te lo dijo?

— Quizás no podía verte, pero eso no me impedía preguntar por ti.

— No tienes porqué ser más cursi porque esté mal.

— Soy cursi porque me apetece.

— ¿También eres idiota porque te apetece? — la expresión seria no desaparecía de mi rostro ni a bromas, creo que ni a hostias.

— A veces — se río creando la mejor música que mis oídos podían escuchar.

— ¿Crees que soy una suicida en apuros?

Doña estropea ratos buenos volvió a atacar. Su expresión cambió al completo hacia una parecida a la mía.

— Creo que te torturas a ti misma con los problemas de los demás.

— Los problemas de los demás... — repetí pensativa.

Me hizo gracia. Los problemas de los demás. Los problemas de los demás, dice.

— Ya sé que hay alguien que no te deja en paz, probablemente fue quien te disparó. Le buscaré y le mataré si es lo que quieres.

Lo sabía. No podía saberlo. Nadie lo sabe más que el desagradecido y yo.

— ¿Qué dices?

— Lo que oyes. Vi a alguien hace ya metiendo algo debajo de la puerta de tu clase. Se escapó y no le volví a ver — suspiró — Siempre he estado protegiéndote de todo desde que te conocí. Se me olvidó el detalle de que tú también eres un peligro para ti misma.

— No deberías saber nada de esa persona.

— Vi todas las cartas, Kirvi. Le encontraré — sonrió a pesar de la situación cogiendo mi mano una vez parado en un semáforo — Sé que sonará cursi, pero yo seré el príncipe que cualquier mujer desearía tener. Seré tu salvador, él que mate al dragón por ti.

También me hizo gracia. Yo no necesitaba un príncipe que me salvase de nada más que de mí misma. Solo quería aprender una cosa y esa cosa era protegerme yo sola de lo ajeno.

Para evitar hablar, asentí.

Una vez llegamos a casa, aparcó el coche en el mismo sitio de donde lo cogí hacia tres horas. El beso de despedida fue suave y lento como mi entrada a casa.

Estaba cansada, dolorida y el pecho quería explotar del dolor. Llegué a mi habitación y intenté quitarme la ropa sin éxito. Los brazos se me cansaban con tan solo levantarlos un poco. No tuve otra elección que lanzarme encima de la cama con la misma ropa y pasarme una media hora mirando al techo con una sonrisa tan boba que me dio hasta asco.

Bostecé unas treinta veces antes de decidirme por cerrar los ojos. Sentí como el nudo que tenía en la garganta desde hacia días se iba desatando cordón a cordón dejándome respirar con normalidad. Ya no sentía que alguien me estaba ahogando con una soga, solo sentía el aire circular por mis vías respiratorias. Dejé que el aire del sueño me llevara con él hacia mi subconsciente. Mi alma estaba descansada sin haberse ido de este mundo. Mañana iba a ser un día mejor, un día diferente.

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¡Por fin han acabado los exámenes, me siento como un ángel flotando en las nubes! ¡Me siento liberada! ¡Estoy bien loca, mamiiiiii!

Espero que os guste, que votéis y que dejéis vuestros deseados comentarios en los comentarios(obvio, no será en el armario).

Instagram: wassilahaddadi

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