Capítulo 29

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Kirvi

Durante la triste noche tan solo me dediqué a dar vueltas en la cama y soñar despierta con la vida que realmente me gustaría tener. Una vida en la que mirar como las estrellas vestían el cielo sea con una sonrisa y no con lágrimas en los ojos. Una vez estamos tristes, esa tristeza se acomoda en todas partes sintiéndose poderosa de haber conquistado tu vida. Después de eso solo tú puedes decidir si echarla o no, aunque si aparece la persona correcta y echa a la tristeza como quien echa a las palomas, sería un alivio para ti y para la felicidad.

La felicidad es tan débil que si no la cuidas desaparecerá. A veces siento como si estuviera agarrando una soga y esta me lastimara, pero aun así no consigo soltarla. La única manera de aliviarse es soltando ese nudo que se acumula en tu garganta mientras te ahoga. Sí, ese famoso nudo. Aunque más que un nudo parece como si tuvieras un mar en la garganta, tanta agua que ya no se puede mantener en el cuello y necesita salir. Pero en verdad solo es aire y lágrimas.

El móvil se encendió mostrando la llamada de Junaid. Estiré la mano y descolgué.

¿Cómo estás? —susurró con la voz cansada.

—Bien —respondí tragándome las lágrimas.

Bien de bien o bien de estoy mal pero no quiero hablar.

—Bien de que necesito desaparecer y olvidarme de todo.

¿De mí también?

—Puede. Necesito confirmar un par de cosas sobre ti.

¿Te lo ha contado todo, verdad?

—Sí, eres un capullo —dije sin ganas y sin rencor.

¿No quieres saber mi versión? —susurró su voz ronca.

—Ahora solo quiero dormir. —Bostecé.

Hablaremos aunque no quieras —afirmó—. Buenas noches, preciosa.

Aparté la pantalla del móvil de mi oído y colgué sin siquiera responder. El alivio corrió por mis venas mientras dejaba salir al nudo que me torturaba y ahogaba. Ahogué los sollozos con la almohada. Y así seguí llorando hasta quedarme dormida deseando que el mañana sea un día lleno de canciones y rosas.

(...)

Abrí los ojos y me estiré sobre la cama. Las lágrimas se habían secado encima de mis mejillas dejando sus huellas. Me levanté para sentarme a lo indio sobre la cama y mirar a los lados pensativa. No había ni canciones ni rosas. No había esperanza de un nuevo día, seguía siendo un bucle inacabable.

No tenía trabajo, seguía con la baja del médico. Cuando acabé de asearme me dirigí hacia las escaleras para bajar al comedor. No había nadie, estaba todo desierto. Me bebí un café. Estaba amargo, como mi vida. Me tomé una galleta. Estaba asquerosa, como mi vida.

Agarré mi abrigo y salí. Caminé sin rumbo. Un sin rumbo que me llevó delante de la casa de Junaid. Subí la mini escalera y apreté el timbre con mi pulgar. Abrió Dounia.

—¿Kirvi? —se sorprendió al verme.

—¿Está Junaid? —dije entre dientes.

—No, ha ido a trabajar. —Puso su mano en el umbral.

—¿Dónde trabaja? —pregunté con franqueza.

—En el mecánico de tu barrio. —Se mordió el labio inferior.

Llevaba el pelo suelto con unas perfectas ondulaciones que combinaban con sus ojos grises. Un vestido de casa a lo marroquí rosa con la manita de Fátima dorada en el pecho. Descalza y mona.

Todos Somos Africanos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora