Capítulo 15 "El Coro Alto"

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Rádulf miró la hora y después buscó entre sus cosas aquel mensaje que encontrara en la fuente de San Fernando, hurgó en el texto y murmuró: "diez de la mañana... Tengo una hora", se dijo.

Salió de su cuarto, bajó las escaleras y se dirigió con prisa a la salida cuando una voz dijo su nombre:

—¡Rádulf espera! 

Giró sobre si, y descubrió a Claudine que salía del fondo a su encuentro.

—Ha venido muy temprano un empleado del Conde de Lavalle y te ha dejado en el establo un caballo. 

—Es cierto, gracias Claudine. —Contestó Rádulf.

Para este instante Claudine se había acercado lo suficiente y mirando a Rádulf preguntó:

—¿Qué te pasa?, te ves nervioso y agitado. 

—Nada, ya sabes, encargos urgentes del conde, pero y tú ¿Cómo estás? —Pregunto sin muchas ganas.

Claudine lo miró por un momento sin responder, como descifrando lo que sucedía en el interior de su amigo y respondió.

—Bien, ayer he estado en el servicio del castillo, es toda una revolución, las fiestas están casi por llegar y aun faltan platillos y cosas por hacer, además que se dice que la Princesa ha hecho uno de sus caprichos y ha despedido a una de sus damas de compañía, además de tener un fuerte altercado con el Duque, ya sabes cosas de la corte. 

—Umm, bueno Claudine, espero no te afecte tanto trabajo, me tengo que ir, más tarde pasaré por el caballo. 

Rádulf salió a toda prisa, poco había escuchado y poca atención había puesto en las palabras de Claudine, su mente estaba en otro lado y su corazón hacía demasiado ruido como para dejarlo escuchar.

Tomó camino rumbo al convento de las Carmelitas Descalzas, no tardó mucho en llegar. En la entrada de la capilla se topó con un grupo de trabajadores, descargando cirios, flores y algunos ornamentos, frunció el ceño, pero decidido miró uno de sus muros tapizado de verde enredadera, volteó hacia todos lados para cerciorarse que nadie lo viera y comenzó a trepar con dificultad, al llegar a la cima descubrió lo bellos jardines y por allá a lo lejos un par de monjes caminando, esperó un momento y saltó hacia el otro lado sin pensarlo mucho, al caer sintió como se desgarraba la piel de sus piernas, no se había percatado del rosal que había justo debajo de él. Como pudo salió de ahí, su pantalón estaba rasgado y algunas manchas de sangre se dibujaban. Sin importarle mucho se agazapó y en el movimiento descubrió junto a él un botón de rosa blanca, casi acariciando su rostro, cortó aquella rosa y con un movimiento rápido corrió hacia una puerta entreabierta del convento y entró.

El convento se encontraba casi desierto en el área de la capilla, así que no le fue difícil ubicarse dentro, ya desde su llegada había ubicado la cúpula y por lo tanto deducía donde debía estar el confesionario en el coro alto.

Llegó por unas escalerillas en forma de caracol hasta amplia sala, en el fondo de esta alcanzó a distinguir a un sacerdote sentado en una silla pegada a una pared con una pequeña ventanilla, escondió su cuerpo en la escalerilla y esperó tratando de silenciar su respiración agitada y los latidos de su corazón. Nuevas sensaciones lo dominaban, en su tranquila vida jamás había allanado de esa manera algún lugar y menos un lugar santo; bueno, salvo en su niñez que brincaba la cerca del huerto de la parroquia para recoger alguna manzanas... de pronto el cura cerró las puertas la ventanilla y se levantó, su corazón latió fuerte cuando le pareció que el clérigo de dirigía hacia la escalerilla, pero desapareció bajo ella.

Rádulf descendió cautelosamente y se dio cuenta que otra puerta existía y por esa, el cura había salido, miró hacia el barandal desde el cual se distinguía el altar de la capilla.

Unas fuertes campanadas le produjeron sobresalto pero contó: seis, siete, ocho, nueve... diez...

Las diez de la mañana pensó para sí, en el lugar había un perchero finamente labrado y colgaba de él una túnica, la tomó, se la puso y se dirigió a la silla, se sentó y abrió la ventanilla con manos temblorosas, descubriendo que una tela de seda cubría la vista hacia el otro lado.

No podía pensar, sentía que los latido se su corazón y su respiración se escuchaban y resonaban en toda la capilla, trataba de quedarse quieto, pero su cuerpo tenía un leve tremor de emoción.

Espero absorto en el silencio, el tiempo parecía detenerse, como si los segundos languidecieran; pasaron, retornaron, poco a poco una sensación distinta comenzó a invadir su ser, respiró profundamente y percibió el olor a cedro de las puertas de aquella ventana abierta que asemejaba a su corazón; abierto, pulsante, vivo, lleno de esperanza y amor.

Segundos, minutos interminables... de pronto un sonido casi imperceptible del otro lado y después: silencio, silencio profundo y cada vez más lacerante, ¿Qué habrá sucedido?, ¿Será que por los problemas en el castillo Cárdigan no pudo salir?, ¿Alguien sabría de las cartas?... Muchas preguntas agolpaban la mente de Rádulf y el tiempo transcurría...

Otro pequeño ruido le hizo contener la respiración... Sintió como que alguien estaba de otro lado de la tela, trato de escudriñar para percibir alguna sombra pero no se veía nada...

¿Cuánto tiempo? Ya no se podía saber, la maraña de pensamientos, sensaciones e ilusiones, combinadas con una frustración en aumento impedían todo pensamiento.

De pronto campanadas lo hicieron volver a una difícil realidad: las once... Rádulf pareció despertar, miró sus piernas medio sangradas, el pantalón roto y una rosa blanca en sus manos... «Mi amada Cárdigan» brotó una oración de penitencia desde sus labios. Una vez más contuvo la respiración, le parecía haber escuchado una respiración... sacudió la cabeza, se incorporó y caminó lentamente sin dejar de mirar de reojo aquella ventanilla, dejó la túnica y con un profundo suspiro abandonó el lugar. Está vez bajó hasta la capilla desierta por donde desapareciera el cura, miró por un momento hacia el altar como profiriendo una súplica, puso una rodilla en la loza, se levantó y salió por la puerta principal ya sin temor a ser descubierto.

Al salir encontró que los trabajadores ya no estaban, depositó la rosa en los escalones de la entrada y caminó a toda prisa hacia la posada, al llegar instintivamente buscó a Claudine, pero no la encontró, fue hasta el establo y un sirviente le entregó su caballo, montó y galopó hacia la salida del pueblo, pero dando un rodeo para pasar por el convento. Cabalgaba rápido pero al pasar por la capilla se percató que la rosa ya no estaba...

...

Eran momentos inciertos pero en el aire, una historia está por escribirse, un momento promete convertirse en sublime, un instante, un latido, un anhelo... una historia de amor...    

Letras que ViajanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora