Capítulo 36 "Alianzas"

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Lavalle miraba fijamente aquella carta que poco a poco se fue nublando ante su vista. Dejaba de percibir las letras, su mente calculaba el alcance y las consecuencias del mensaje.

Nunca había sido un hombre temeroso, por el contrario, en sus múltiples aventuras con distintas damas de la corte, de alguna forma había arriesgado hasta su vida por un momento de placer, un par de veces incluso sus andanzas terminaron en duelo con algún amante que reclamaba la reparación de su honor.

Por alguna razón su mente se desvió un instante del momento y a ella llegó la imagen de Mariana y ante este pensamiento, quizá por primera vez sintió algo de temor.

Sacudió la cabeza... «¿Qué voy a hacer?» pronunció en voz baja, «podría fingir que no pasa nada y dejar que todo siga su curso, Alba se irá, Mariana se quedará...» Ante este pensamiento sus labios esbozaron una leve sonrisa...«Esa mujer sí que me ha puesto a prueba...» Llevó su mano izquierda hasta su frente y movió lentamente la cabeza hacia atrás... «No, no puedo dejar a Rádulf abandonado a su suerte, ni puedo ignorar esta conspiración, si bien una alianza con Alba podría ser provechosa, no es lo correcto, pero mi relación con la casa de floresta es mínima, dependo de San Lorenzo...»

Con lentitud y sumido en sus cavilaciones encendió una vela que estaba sobre su escritorio y acercó la carta a la incipiente llama cuando uno suaves golpes sonaron en la puerta.

Su corazón dio un salto, instintivamente escondió la carta y sopló apagando la vela para después preguntar:

—¿Si diga?

—Conde ¿puedo pasar?

Ante la voz se incorporó inmediatamente se dirigió hasta la puerta, la abrió y haciendo un ademán con la mano dijo:

—Adelante, en que le puedo servir.

Cárdigan pasó, esbozando una sonrisa.

—Quisiera hablar con usted.

—Por supuesto.

El Conde ofreció una silla, Cárdigan se sentó con delicadeza en ella y él se sentó en frente a su escritorio, por un momento la miró y descubrió que aquel fino rostro tenia rastros de algún malestar.

—¿Está usted bien?, me informaron que estaba indispuesta.

—Yo estoy bien gracias por preocuparse, pero es otro asunto el que quiero tratar.

—Sí, dígame.

Cárdigan lo miró con ojos escudriñadores por unos instantes, su rostro parecía buscar algo...

—Es... es referente a lo acontecido esta mañana... Al arresto.

—No se inquiete, son cosas de seguridad del Duque de Alba, a mi parecer un mal entendido, pero ya se arreglará.

Ante estas últimas palabras el Conde se percató que el rostro de la dama cambiaba ligeramente de expresión.

—¿Usted piensa que su escriba... Rádulf... es inocente?

—¡Por supuesto!, —Exclamó el Conde rotunda e instintivamente— Rádulf no sería capaz de tal cosa, además yo sé... —Detuvo sus palabras, habían salido sin pensar.

—¿Qué sabe?

—Se... que... es inocente, que no lo haría... entiéndame, trabaja para mí, lo considero mi amigo, no tenía razón alguna...

—Conde, ¿usted considera a un empleado su amigo?, creo que eso es nuevo para mí...

—Mi querida Cárdigan, sé que se dicen muchas cosas de mí, pero no se crea, soy un ser humano como todos y Rádulf ha sido para mí más que un empleado un confidente, un amigo, un cómplice de aventuras.

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